22 noviembre 2007

Desde aquí, desde mi casa

Veo la playa vacía, ya lo estaba hace unos días, ahora está llena de lluvia, y Noelia sigue paseando arriba y abajo, recorre el paseo marítimo sin que la pierda de vista, se cobija con un paraguas enorme de la tormenta.
Sé a ciencia cierta que me manda señales, que sortilegios antiguos afloran de cada gesto suyo y que yo me quedo como una antena parabólica, recibo perfectamente todas y cada una de las vibrantes emisiones que ella reparte.
Me pasé todo el verano viéndola pasar desde esta ventana, la contemplé sentada en una roca pintándose las uñas o leyendo bajo el sol, escudriñé el remojo de sus pies en la orilla espumosa.

Toda la simbología arreciaba y amainaba sin cesar.

Y ahora me voy a duchar con una losa sobre los hombros, cansado de todo, empezando -claro está- por mí mismo, habiéndome preguntado tantas veces con las mismas dos palabras de siempre: para qué, para qué, asqueado de esa repetición de agua tibia derramándose, meditando sobre el despilfarro y el hastío, ignorando que junto a Noelia se detiene un coche desde el que un hombre, con la simbología diáfana de una amplia sonrisa, abre la puerta para que entre Noelia y le bese y le diga qué es lo que más le apetece hacer hoy, para ser su fiel y gustoso servidor una noche más.

20 noviembre 2007

Un hombre puede ver más de lo que tú ves

Con el tacto de sangre, es sólo pálpito con lo que toco y transpiro, la sangre caliente de todo un lodazal. El picor de una cebolla me entra por cualquier lugar menos por los ojos, el papel tiene incluso sabor, las aceras son de vidrio azul.
Bajo por la escalera no sin esfuerzo, marchitados como estaban todos los rosales. La maleza me alivia, su perfume y el de la insípida hojarasca retorcida reconducen mis pasos.
Vuelvo al gimnasio, allí donde ni los más optimistas hubieran apostado por encontrarme de nuevo. Vuelvo a coger la cuerda, a saltar siguiendo el silbido, a tropezar una, dos, tres, cuatro veces y a incorporarme otra vez desde el suelo pegajoso.
Vuelvo a golpear el saco al son de las campanillas, a hundir el puño en la textura dura y acogedora que me ofrece. Vuelvo a escuchar lo grande que fui, la retahíla de victorias encadenadas como una leyenda ajena.
Agrego en mi haber la paciencia, la serenidad, la multiplicidad de sentidos sobredimensionados que exporto desde el cuerpo. No divago jamás, si antes no lo hacía ahora muchísimo menos.
Ya en la cocina, pico en juliana las verduras, hiervo el agua, recopilo los condimentos en su justa medida. Le palpo el vientre al gato, una caricia intensa que me agradece al ronrón. Me lavo las manos, agua templada, equilibrio. Me pongo a comer.
En el salón, con las luces apagadas, comienzo la lectura. Me apasiona La Odisea, aún más que el breve y adhesivo aroma de la página abrupta. La recibo casi con igual dulzura que el impacto de aquel directo que me recondujo por entero a las tinieblas.

19 noviembre 2007

El mugido atrapado en la red de seda

Empieza lo que no ha terminado, la lucecita disuelta, una luz con más luz que un barco pirata, no es suficiente empero, pues ya te levantas del suelo recién arrastrada la barbilla por el escalón, el dorso de la mano arrastrado a la vez por la superficie de la barbilla, humedad en la mano, de qué color, quizás del de los cubos de colores por los que escalabas, pero muge que muge lento y qué inútil, meditas, si la espuma se bate, espuma de papel levándote, te lleva un poco más alto, un poco más, que cuando se retire la espuma..., que cuando se retire…, un poco más fuerte, un poco más dura la colisión y el mareo, la lisa superficie del cristal como una calva concluida, la luz dando vueltas, qué lástima de oídos, de orejas grandes, qué pena, la verdad, qué pena de alimento, mariscadas hundidas en el fondo negro, en el sueño que pasa y no traspasa, esa red no se traspasa, el golpe mudo también es contra el cristal, contra un crispado párpado y el azufre, que por aquí anduvo Satanás, señorías, que por aquí estuvo y no se ha ido…, y dale que te dale, que viene y que va, que viene y que va, mejor así, quieto, que medite el meditabundo, el rascacielos de los paranoicos, el viajero del tiempo detenido, el que se fue y nunca marchó, nunca la marcha militar había resultado tan vistosa, jamás la escarcha, que abata puertas y metales y que palpite la esencia, que bombee el bombero, que aquí no se salva ni dios, caballeros, que den y den mil vueltas, que a ti te las doy yo, también te las doy yo, mocoso, tú haces espirales de aquello que no era blanco ni era negro ni era gris, de todo lo que no era niebla ni arrecife, ése que, como siempre, te bautiza del definitivo tono y contenido del naufragio, ése que te asesta dos hostias como dos campanos en cuanto menos te lo esperes. Ése.

18 noviembre 2007

Es lo de siempre, no es nada nuevo

Dedicada a El Otru (y algún "otru" también)


Llevo mucho tiempo fuera de mí,
perdido y como si no tuviera alma,
haciendo el perro por los bares,
perdiendo el hilo,
pidiendo a gritos un poco de calma.
Nada me sale o me sale mal,
todo lo que hago no sirve para nada,
pongo empeño y quiero hacerlo bien
pero al final todo se caga.
Nada es suficiente y no sé por qué
me falta algo, y no sé qué:

Tengo de todo dentro de un orden,
pero en el fondo nada que importe.

Y nena, nena, nena, nena, no es por ti,
es lo de siempre, no es nada nuevo.
Y cada vez más solo y más pellejo,
dos días triste, dos días pedo,
no llegan cartas desde hace tiempo,
creo que voy a matar al cartero.

Y a tu lado perdí mi tiempo,
lo volvería a perder de nuevo.
Para mí lo fácil es odiarte,
pero debo de estar haciéndome viejo.

Y nena, nena, nena, nena, no es por ti,
lo que tuvimos ya ni me acuerdo.
Y cada vez más solo y más pellejo,
dos días triste, dos días pedo,
no llegan cartas desde hace tiempo,
creo que voy a matar al cartero.

"Matar al cartero", Pereza, Animales