29 junio 2008

Grégoire Simpson (y 5)

Pese a la consonancia de su apellido, Grégoire Simpson no era inglés, ni mucho menos. Procedía de Thonon-les-Bains. Un día, mucho antes de caer en aquella hibernación fatal, le había contado a Morellet cómo, de niño, tocaba el tambor con los Matagassiers el martes de Carnaval. Su madre, que era modista, le hacía el traje tradicional: el pantalón a cuadros rojos y blancos, la ancha blusa azul, el gorro blanco con borla, y su padre le compraba, en una hermosa caja redonda decorada con arabescos, la careta de cartón que se parecía a una cabeza de gato. Más chulo que un siete y más serio que Dios recorría con el cortejo las calles de la ciudad vieja, de la plaza du Château a la puerta de los Allinges y de la puerta de Rives a la calle de Saint-Sébastien, antes de subir, en la parte alta de la ciudad, a los Belvédères, a atracarse de jamón cocido con enebro y mojado con grandes tragos de Ripaille, aquel vino blanco, claro como agua de glaciar y seco como el pedernal.

Georges Perec, La vida instrucciones de uso

28 junio 2008

Grégoire Simpson (4)

Un día Troyan, su vecino de la derecha, que volvía a casa a las dos de la madrugada, vio que había luz en el cuarto del joven estudiante; llamó, sin obtener respuesta, llamó otra vez, aguardó un instante, empujó la puerta, que no estaba realmente cerrada, y descubrió a Grégoire Simpson acurrucado en su cama, completamente vestido, con los ojos abiertos, fumando un cigarrillo cogido entre los dedos medio y anular y usando como cenicero una vieja zapatilla. No alzó los ojos cuando entró Troyan, no le respondió cuando le preguntó si se encontraba mal, si quería un vaso de agua, si necesitaba algo; y hasta que el librero le tocó ligeramente el hombro, como para asegurarse de que no estaba muerto, no se volvió de golpe contra la pared murmurando: "Déjeme en paz".
Desapareció de veras a los pocos días, y nadie supo nunca qué fue de él. La opinión que prevaleció en la escalera fue que se había suicidado, llegando incluso a asegurar algunos que se había tirado al tren desde lo alto del puente Cardinet. Pero nadie pudo aportar pruebas de ello.
Al cabo de un mes, el administrador, que era propietario del cuarto, mandó precintarlo; al otro mes llamó a un notario para que levantara acta conforme estaba vacío y arrojó los cuatro trastos miserables que contenía: un banquillo estrecho, apenas lo bastante largo para servir de cama, un barreño de plástico rosa, un espejo desportillado, unas cuantas camisas y unos pares de calcetines sucios, pilas de diarios viejos, una baraja de cincuenta y dos cartas, manchadas, sobadas, rotas, un despertador parado en las cinco y cuarto, una varilla de metal acabada por un extremo en un tornillo fileteado, y por el otro en una chapaleta de muelle, la reproducción de un retrato del Quattrocento, un hombre de rostro a un tiempo enérgico y obeso, con una minúscula cicatriz sobre el labio superior, un tocadiscos portátil forrado de pegamoide granate, una estufa de aspas, tipo ventilador, modelo Congo, y unas cuantas decenas de libros entre los que estaban las Dieciocho lecciones sobre la Sociedad industrial, de Raymond Aron, abandonado en la página 112, y el tomo VII de la monumental Historia de la Iglesia, de Fliche y Martin, sacado dieciséis meses atrás de la Biblioteca del Instituto Pedagógico.

Georges Perec, La vida instrucciones de uso

27 junio 2008

Espectáculo (un inciso despierto)

Hoy, tu risa fue espectáculo
las luces de feria se quedan de piedra al notar
que hoy, tu sonrisa fue espectáculo
algunas palabras se quedan calladas al sonar tus carcajadas
Si mueves el aire es espectáculo
incendias mi ropa con canciones que rebotan...
Sí...
eres espectáculo
espectáculo...
y tú ni siquiera lo llegas a notar...
Si dices mi nombre es espectáculo
y me tiemblan las entrañas y se aprietan las paredes de este mundo
Sentí tu esqueleto susurrándome
que me quisiste cada día
que rompimos las barreras del sonido
comiéndonos la boca
diciendo que el futuro
solamente
podría convertirse en nuestra suerte...
Sí...
eres espectáculo
espectáculo...
Y tú ni siquiera lo llegas a notar...
Eres espectáculo
espectáculo
y rompimos las barreras del futuro
besándonos la cara
sabiendo que mañana
solamente
querremos distanciarnos de la gente...
Sí...
eres espectáculo
espectáculo...
y tú ni siquiera lo llegas a notar...

Iván Ferreiro, Canciones para el tiempo y la distancia

26 junio 2008

Grégoire Simpson (3)

Más tarde empezó a quedarse en casa, perdiendo poco a poco toda conciencia de tiempo. Un día se le paró el despertador a las cinco y cuarto y omitió darle cuerda: su bombilla ardía a veces toda la noche; a veces transcurría un día, dos, tres, y hasta una semana entera, sin que saliera de su cuarto como no fuese para ir al wáter al final del pasillo. A veces salía hacia las diez de la noche y regresaba a la mañana siguiente, inalterable, sin acusar en absoluto la falta de descanso; iba a ver películas a cines cochambrosos de los grandes bulevares que apestaban a desinfectante; vagabundeaba por los cafés abiertos toda las noche, pasando horas en los billares eléctricos o siguiendo con mirada torva por encima de un café percolador a juerguistas achispados, borrachos tristes, carniceros obesos, marinos y prostitutas.
En los últimos seis meses no volvió a salir prácticamente de su cuarto. De vez en cuando se asomaba por la panadería de la calle Léon-Just (que en aquellos tiempos casi todo el mundo llamaba aún calle Roussel); dejaba en la placa de vidrio del mostrador una moneda de veinte céntimos y si la panadera levantaba hacia él una mirada interrogativa -cosa que al principio ocurrió algunas veces-, se contentaba con mover la cabeza, señalando las barras de pan colocadas en sus canastas de mimbre mientras con la mano izquierda hacía una especie de movimiento de tijera que significaba que sólo quería media.
No dirigía la palabra a nadie y cuando le hablaban respondía con una especie de gruñido sordo que quitaba las ganas de entablar cualquier conversación. De vez en cuando abría un poco la puerta de su cuarto para ver si había alguien en la pica del agua del rellano antes de salir a llenar el barreño de plástico rosa.

Georges Perec, La vida instrucciones de uso

24 junio 2008

Grégoire Simpson (2)

Vino después la época de los grandes paseos por París. Marchaba a la deriva, caminaba al azar, se sumía en los tumultos de las salidas de oficinas. Pasaba por delante de todos los escaparates, entraba en todas las exposiciones de arte, cruzaba lentamente todas las galerías comerciales del distrito nuevo, se detenía en todos los comercios. Miraba con la misma atención las cómodas rústicas de las tiendas de muebles, los pies de cama y los muelles de las colchonerías, las coronas artificiales de las pompas fúnebres, las barras para visillos de las mercerías, los naipes "eróticos" con fulanas supertetudas de las tiendas de novedades (Mann sprich deutche, English speaken), las fotos amarillentas de un retratista: un chaval con cara de luna llena y traje marinero de confección, un chico feo con gorro de grillo, un adolescente de nariz chata, un hombre de cara de bulldog junto a un coche estrepitosamente nuevo; la catedral de Chartres en manteca de cerdo de una salchichería; las tarjetas de visita humorísticas de las tiendas de trucos y bromas, las tarjetas de visita descoloridas, los modelos de membretes, los recordatorios de las imprentas.
A veces se imponía tareas ridículas, como contar los restaurantes rusos del distrito XVII y combinar un itinerario que los reuniera todos sin cruzarse nunca, pero las más de las veces elegía un objetivo irrisorio -el banco que hacía ciento cuarenta y siete, el paso ocho mil doscientos treinta y siete- y permanecía algunas horas sentado en un banco de listones verdes con patas de hierro colado esculpidas en forma de zarpas de león, cerca de Denfert-Rochereau o de Château-Landon. O se quedaba tieso como una estatua frente a un almacén de material para escaparates que exhibía en el suyo no sólo maniquíes de talle de avispa y estuches que no estuchaban nada, sino toda una gama de carteles, etiquetas y letreros que miraba durante minutos enteros como si no acabara de darle vueltas a la paradoja lógica inherente a aquel tipo de escaparate.

Georges Perec, La vida instrucciones de uso

23 junio 2008

Grégoire Simpson (1)

Para el curso siguiente, Grégoire Simpson consiguió una beca cuya cuantía, aunque módica, le permitía al menos subsistir sin la necesidad apremiante de tener que encontrar trabajo. Pero, en lugar de dedicarse al estudio y acabar la carrera, cayó en una especie de neurastenia; un letargo singular del que nada, por lo visto, logró sacarlo. A los que tuvieron ocasión de tratarlo en aquella época les dio la sensación de que vivía en estado de ingravidez, una especie de ausencia sensorial, una especie de indiferencia a todo: al tiempo que hacía, a la hora que era, a las informaciones que el mundo exterior le seguía mandando y que él cada vez parecía menos dispuesto a recibir: empezó a llevar un tipo de vida uniforme, vistiendo siempre de igual modo, comiéndose todos los días, en la misma freiduría, de pie en la barra, la misma comida: un complet, o sea un bisté con patatas fritas, un vaso grande de vino tinto y un café, leyendo todas las noches al fondo de un café Le Monde línea por línea y pasándose días enteros haciendo solitarios o lavando tres de sus cuatro pares de calcetines o una de sus tres camisas en un barreño de plástico color rosa.

Georges Perec, La vida instrucciones de uso

21 junio 2008

Game over

Se me ponía esa cara de tonto con sonrisa sólo con mencionarlo. El relampagueo era simultáneo y la caja de los truenos ya estaba abierta. Allí permanecía unos segundos y después volvía a lo mío. Día tras día transcurría la lenta agonía tejiendo y excavando profundamente. El arco tenso y las flechas emponzoñadas. Entonces arrancaba a bromear con cualquier cosa, tapando el arrebato de locura. De nada iba a servir, señor mío, ya que el último tren se había marchado dejándome con un palmo de narices. Ya no quedan piedras lo suficientemente importantes como para detenerlo.

Picnic

Ella está muy bien
Sale a pasear
Y echa de menos
Lo que no se puede hacer
Te acompaño
Hablaremos de los demás
Es mi favorita
Y eso salta a la vista
Para ser sincero
Me miré en sus ojos primero
Ya no hacía falta
Me coge del brazo al pasear
Juega con mi mano
Cada noche tiene un mal sueño
Lo haremos pequeño
Justo al despertar
Pinta cuadros
No hace falta disimular
Si es la favorita
Y eso salta a la vista

La Costa Brava, Se hacen los interesantes

16 junio 2008

Los ángeles

Un soplo de aire fresco por el colchón
Y al poco una quietud sorprendente
Bajo cero el silencio del refrigerador
Cerré los ojos de ganas de verte.

Cuando noté que no estabas llegó el terror
Eché la culpa al alcohol que tomaba,
A la pinta del cielo, qué mala, por Dios
Y estaba muerto de miedo y cantaba

Y cantaba
No tienen sexo los ángeles
No tienen sexo los ángeles

Te quitaste de en medio con rapidez
Como en la vez en que no supe nada
El aire helado que fuiste y que vino a traición
Quedó divino y de muerte en mi espalda

No pude darme la vuelta o mirar atrás
Cobarde ante una pared desnuda y blanca
En la mañana miré hacia el sol cegador
Y vi la vida mejor y no me gustaba

Y no me gustaba
No tienen sexo los ángeles
No tienen sexo los ángeles

Sr. Chinarro, Ronroneando

15 junio 2008

Trapecio

En lo más alto, junto al cielo de la carpa he decidido quedarme. Fue después de la sesión del jueves, llevo ya cinco días aquí subido. Intentaron hacerme bajar de diversas maneras durante las primeras cuarenta y ocho horas, pero sigo convencido de que mi decisión es la correcta. Mis compañeras se subían y se ponían a mi lado, diciéndome que me bajara, que el show había terminado. Al principio utilizando el sentido del humor, los chascarrillos y el buen rollo condescendiente. Una vez comprobado que no iban a lograr nada, se emplearon con artes más contundentes, y luego perdieron la paciencia. Me he enterado de que incluso ayer decidieron abandonar el circo, mi actitud les estaba poniendo en entredicho su profesionalidad y su futuro. Con Pipo El Payaso ocurrió de manera similar: se exhibió a gusto y sacó todo su arsenal de muecas para hacer deponer mi terquedad. Y más de lo mismo, acabó cagándose en mi puta madre hasta en diez ocasiones. De Pipo me cuentan que todavía sigue por aquí, más preocupado por darle a la botella mientras aguarda que algo o alguien consiga echarme abajo. El compañero Hombre Bala se la jugó a una carta y aún desconocemos su paradero. Apuntó con su cañón hacia mi trapecio, se calzó el casco y salió despedido con la idea de cazarme al vuelo. Por milímetros no lo logra, sin embargo lo último que contemplé junto con su estela fue el maravilloso agujero que dejó cuando atravesó la carpa. Hasta uno de los elefantes intentó tirarme al suelo con una monumental trompada. Es que estoy demasiado alto, amigo, le dije observando el fracaso de su ensayo. Los caballos relincharon a mis pies montando el numerito, reuniendo toda su elegancia en una nueva intentona, pero bien sé que tardarán menos en borrarse las huellas de sus cascos en la arena que mi firme creencia en permanecer en el trapecio. Finalmente, el domador agitó el látigo de manera patética, yo creo que con más ganas de fustigarse por el parón de la actividad del circo que de otra cosa, pues no era un tipo tan estúpido, y me conocía a la perfección.
Mis días tienen por fin otro color, acrecentados los matices con la luz que entra desde el agujero causado por el Hombre Bala, y un halo de serenidad se apodera de lo que hasta hace cinco días era un horrendo espacio de trabajo forzado. Ahora las gradas vacías gozan de una categoría suprema de belleza. Mi traje sigue brillando esplendorosamente, y me siento un gigante de pies a cabeza. Ellos, hormiguitas patéticas y sin alma.

Al paso de los días, las fieras rugen agitadas desencadenando una sinfonía inquietante. Ignoro que haré después, pero por lo pronto me digo que no tardaré en arrojarme a su jaula: de sobra es conocido que la alimentación es primordial para que no se extinga el ciclo vital, para que el sentido telúrico del mundo se perpetúe.

08 junio 2008

Balla se piangi, balla

Hay agujeros que los tapa el dinero
Otros con agua whisky y hielo
Muchos metiéndola hasta el fondo
Tocando entrañas
Rompiendo el silencio
A veces con tiritas parece suficiente
Incluso así la cicatriz es evidente
Chico, este agujero lo tapa el tiempo
Es una enfermedad que se lleva por dentro
Va a caer un chaparrón en lo más profundo de tu corazón
Dale gas...
Puedes correr
Puedes esconderte
Puedes simular ser independiente
Vas a llamar a tu madre y amigos
Vas a llorar a escondidas como un crío
Vas a caer
Vas a levantarte pensando en ella
En vuestras promesas
Vas a despertarte sudando en pleno invierno
Ay, ay, ay, qué mal te veo
Recordarás
Analizarás
Aprenderás de todos los errores
Los dolores de cabeza serán continuos
El Tour de Francia nunca fue para los críos
Estás ante una etapa de primera categoría
Del 12% cuesta arriba
A los lados de la carretera tus amigos
Gritando tu nombre enloquecidos
Las gotas de sudor nieblan tus ojos
A menos de 1 km se encuentra la cima
Ánimo chaval, que no estás solo
Ánimo chaval, que falta poco
Las gotas de sudor nieblan tus ojos
A menos de cien metros ahora la cima
Ánimo chaval, que no estás solo
Ánimo chaval, que falta poco
Balla
Se piangi, balla


Facto Delafé y las Flores Azules, Vs. el Monstruo de las Ramblas

07 junio 2008

Reiniciar (y III)

La paranoia en los hombros y al borde de la carretera, había logrado zafarme de la presencia intimidatoria del Sr. Ministro y seguí el curso de la escapada merced a las directrices de Oliverio, al que despedí con un abrazo tenue. Pasé un mal trago junto a la Autoridad fingiendo ser un ciudadano afín a las tesis gubernamentales, enmascarado en el bien y la formalidad, pese a que me temblaba hasta la pituitaria. Después de un rato sentado como si leyese la web del periódico oficial del Estado y lanzase un par de comentarios a favor del ejército, me deslicé entre los coches del área sin quitarle un ojo al escolta ni al Ministro, acechado por sus miradas un pelín desconfiadas. Estuve un tiempo dedicándome a salir de allí, porque no era tan sencillo si se tiene en cuenta que no había más que policía, y que en cualquier momento me podrían parar y sin media pregunta encerrar y acabar de frente en la mesa de torturas.
Y ya había escogido mi ruta hacia el centro de la capital, como me explicó Oliverio. Sin saber cuál sería el siguiente destino caminé, con la premura de la inmediata salvación, una etapa que quemar sin magulladuras graves, que era lo más valioso que conservaba.
Sobresaltos varios puedo reseñar en el tránsito, aunque pronto percibí que me resultaría a la postre fácil confundirme en el casco antiguo con la ciudadanía bondadosa junto a mi impostada determinación.
Las calles vivían el claro estado de sitio, y sin embargo se mantenían vestigios de paz que se manifestaban en comercios en normal funcionamiento, gentes que trabajan y limpian y hacen la compra o niños que juegan completamente ajenos. En una de las plazas disputaban un partido de fútbol empleando la puerta de un garaje como meta. El balón salió hacia mí y se lo devolví a la primera, a la segunda, pero a la tercera no pude resistirme, quería jugar también, y lo paré para lanzar un libre directo. Me moví con gesto concentrado, meter el gol decisivo del torneo y quedar campeones. Los chavales no estaban muy convencidos, pese a todo me permitieron acabar con la parafernalia para evitar enfrentarse a alguien que les triplicaba en edad. Y no es que haya ensayado una perfecta falta a la escuadra, pero mi ejecución me dejó satisfecho: golpeo seco, firme, primero elevándose y, al caer a plomo, colándose después de un bote junto a la cepa del palo derecho del portero, a quien no le quedó más remedio que hacer la estatua.
Regresaron de pronto las sirenas y las carreras, las tenía encima, anexas a la plaza. Tuve que salir de allí buscando las calles estrechas de la parte vieja, sabiendo que una patrulla del ejército se disponía a retomar la caza.
Pisándome los talones, dos soldados hacían presencia con sus jadeos. Enfilé la escalera que comunicaba dos barrios con la cabeza en el balón, soñando con que estaba a tiempo aún de ser, si no un dios del fútbol, ése que un día definiera sin despeinarse un pase de gol de mortal necesidad, y levantara la copa abrazado al capitán y llorase de felicidad.

06 junio 2008

Reiniciar (II)

Será lo anodino el mar, las palabras gastadas, ese llamado viento nuevo que cacareamos en las decisiones asamblearias. Me vi metido de lleno en la emboscada, ya que hasta en la barriada sitiaban la ciudad los agentes del orden. Noté que me impregnaba un desagradable olor a sudor y que en la cara se aposentaban los pegotones de barro, y seguía sin recordar. En el área común encendí mi portátil entre los vehículos, intentado encontrar en la red la respuesta, una estrategia endeble que me indicara la dirección a tomar. Temblaba de miedo, con el frío desencadenado en las calles.
Se presentó, emergiendo de las sombras Oliverio, camarada del que hacía demasiado tiempo no tenía noticias. Me habló con tanta tranquilidad que presentí que él sería la persona que me entregase, que la partida se había acabado. Me dijo que la mejor de las decisiones sería volver al centro andando por el arcén, cuando se hubiese terminado la acera. Por caminos rodeados de huertas abandonadas, puesto que los campesinos hicieron gala de ser los primeros en caer en manos del Gobierno meses atrás. Le miré de frente al tiempo que de soslayo. Le escuché en cambio como al asidero festivo que me sostendría a corto plazo. La ciudad era una trampa pero los barrios lo parecían ser aun más con ese estruendo y jolgorio de fusiles y pistolas, con sirenas y coches patrulla, furgones, caballos policía y motocicletas. El festín del Orden y la Muerte. Si no deliraba escuché también el aleteo inconfundible de los helicópteros.
Así las cosas, no me quedaban muchas salidas y diré que ninguna porque los Ministros se pavoneaban en sus coches oficiales y uno de ellos no tuvo mejor ocurrencia que estacionar junto a Oliverio y junto a mí. En un primer impulso, aparte de entender que se acaba el viaje, quise correr sin rumbo, de eso sabía yo demasiado. Oliverio, manteniendo la cordura, me hizo un gesto elocuente con el fin de que no moviera un dedo y mostrase aires de normalidad. Seguí prestando atención a sus consejos y siguiéndolos fielmente mientras se sentaba el Ministro a mi lado, y la tensión era un arma irresistible sin carga de futuro.

Reiniciar (I)

Sofocaban las últimas cenizas de la revuelta, la capital tomada por las fuerzas del orden y nosotros todavía fuertes en nuestro piso, nuestra sede central de insurrección. Supongo que nadie sabía a esas alturas qué coño hacíamos allí, con la guerra perdida y pretendiendo dar batalla con las armas más precarias que se puedan imaginar, y sin embargo semejábamos ser un núcleo compacto y firme contra el aparato de represión. Más de uno se preguntaría para sus adentros (nunca por fuera) para qué, probablemente todos lo pensábamos y nadie decía una palabra, sólo las de la energía y lucha reconcentradas y unidas bogando por la Libertad. De modo que todos aquellos hippies y demás prole heterogénea malvivíamos en un piso amplio aunque incómodo y con el amor y el hachís por estandartes.
Los chasquidos bélicos se acrecentaban entrando por nuestras ventanas rotas surcando el desánimo instalado y no declarado, como decimos en líneas precedentes. Estábamos más que hartos de asambleas y nadie pronunciaba de una vez un todos a correr y a tomar por culo, tengo algo de dinero en el banco y puedo conseguir trabajo en la oficina otra vez haciendo un apaño, borrando mi historial.
Estaban las cosas crudas antes del desenlace, sin plan A ni por descontado B, y desde hacía unas horas unos tipos perpetraban obras en la entrada posterior, al pie de la vieja escalera. Nos aseguraron que eran del Partido, pero cada vez se volvían más sospechosos, y ya no era noticia que desde hacía un tiempo todos desconfiábamos de todos.
Y es que no se puede hacer la revolución con un culo comodón y pusilánime. Allí en nuestro piso esa máxima se cumplía a rajatabla.
Llegó por evidencia el cerco definitivo, con la policía acorralándonos había que hacer algo. Llegó por supuesto la espantada general, el riesgo y la sangre galopando y el fin como epitafio más honroso. No recuerdo cómo llegué al exterior sin ser detenido, me contaron que fueron mayoría los que cayeron con ese primer gesto, no obstante me traía sin cuidado pues no era yo uno de ellos.
Abrigaba una certeza aún más favorable, sabía que yo no estaba registrado en sus ficheros, era como si nunca hubiera formado parte de la sedición ni de minucias tales como resistencia a la autoridad o demás zarandajas. Y ese vínculo de esencia, el no tener nada que perder y a la vez todo lo contrario, constituían el bucle nutritivo primordial del que me alimentaba al emprender mi huida por los arrabales.

04 junio 2008

Comida china y subfusiles

Comida china y subfusiles.
Acuérdate como te dije.
¡Así!, ¡así!, ¡así!, ¡así!

Voy a olvidarme de vestirme,
y voy a hacer lo que me pides.

Mira qué color más raro,
no quería hacerte daño.
Comida china y subfusiles.
Para no volverme loco,
tienes que parar un poco.
Comida china y subfusiles.

Bomba de tiempo cabalgando.
Bomba de tiempo galopando.
Galopando con uñas sobre
la espalda de la noche.
Galopando con uñas sobre
la espalda de la noche.

Comida china y subfusiles.
Acuérdate como te dije.

Maravillosos cielos fucsia,
para una sucia, sucia,
historia de amor como en el cine.
Increíble cielo fucsia,
para una sucia, sucia,
historia de amor como en el...

Comida china y subfusiles.
Acuérdate como te dije.

No te he visto en mi vida,
mi organismo te necesita.
Llegar al cielo y ser felices.
Yo podría amarte tanto,
no tienes idea cuánto.
Comida china y subfusiles.

Un aguijonazo de tu amor
va a reventarme el corazón.
Tú vas ardiendo, es como un crimen.
Un infierno en tu regazo,
y estoy harto destrozado.
Comida china y subfusiles.

Mira qué color más raro,
no quería hacerte daño.
Comida china y subfusiles.

Para no volverme loco,
tienes que parar un poco.
Comida china y subfusiles.

Surfin' Bichos, El amigo de las tormentas

Móvil

Sentado en la terraza, un café con leche grande en las manos, la gente que deambula con bolsas, carricoches, maletas, niños de la mano, sueltos, incluso un hombre con un cactus erguido. El teléfono móvil sobre la mesa redonda, ni una señal. Coches, motocicletas, el autobús que gira con un mismo recorrido, algún taxi, algún que otro taxi de otra ciudad. Comercios que echan sus persianas, el camarero parece querer también empezar a recoger. Unas monedas sueltas en el bolsillo, que quizás me alcancen. El cenicero intacto, y la única servilleta de papel con que me limpié arrojada al suelo. Bicicletas. Un estudiante que se acomoda las gafas con el índice, unas palmaditas en el hombro de una mujer. Tipos en actitud de conga, vaticinio de la fiesta. Carraspeos severos, un puño educado hacia los labios, sobre éstos. Sillas alzándose y posándose encima de las mesas, taburetes en orden, balletas pringosas en acción. Sonidos de bocina provenientes del tráfico, más persianas que se derrumban. Conversación, una débil conversación. Hielo tropezando en vaso fino, películas repetidas en la tele. Carreras por las calles, siempre hay quien tiene prisa. El café frío, a medias. El lujo de las cortinas de importación, con luz artificial. La silla que se arrastra hacia atrás, símbolo de ponerse en pie. El móvil inmune sobre la mesa, sin más movimiento que el de las agujas del reloj.

03 junio 2008

Oh but when she is calling...


I wake up every day to see her back again
Screaming my name through the astral plane
And in this catalogue town she takes me down
Down through the platinum spires
Down through the telephone wires
And we shake it around in the underground
And like a new generation rise

And like all the boys in all the cities
I take the poison, take the pity
But she and I, we soon discovered
we'd take the pills to find each other

Oh but when she is calling here in my head
Can you hear her calling
And what she has said?
Oh but when she is calling here in my head
It's like a new generation calling
Can you hear it call?
And I'm losing myself, losing myself to you

I wake up every day, to find her back again
Breeding disease on her hands and knees
While the styles turn and the books still burn
Yes it's there in the platinum spires
It's there in the telephone wires
And we spread it around to a techno sound
But like a new generation rise

Cos like all the boys in all the cities
I take the poison, take the pity
But she and I we soon discover
We take the pills to find each other

Oh but when she is calling here in my head
Can you hear her calling?
And what she has said?
Oh but when she is calling here in my head
It's like a new generation calling

Can you hear her call?

And I'm losing myself, losing myself to you


"New Generation", Suede, dog man star


Canciones como ésta que me recuerdan, no sé la razón, algunas de las noches de farra gijonesas, cuando, con bastantes años menos, uno se creía por segundos con la fuerza de comerse el mundo, instantes diminutos y que la realidad se encarga de empañar con un desolador, crispado, eterno desencanto.
Suede, con temazos como "trash", "so young", "lazy", "saturday night", "the chemistry between us", "heroine", la increíble "the power", "we are the pigs", "the wild ones" o el megahit "beautiful ones", evocan episodios de pérdida y constante lejanía en estos tiempos que corren, con la absurda pátina de lo inalcanzable y la mirada turbia, emborronada.

01 junio 2008

El salmón

Las manos sujetan tensas el volante antes de la salida. Dirección, sentido opuesto de la circulación de la autopista; composición, dos vehículos en paralelo, kamikazes cabrones. Soltando el embrague con furia ambos, haciendo un ruido de mil demonios. Comienza el show río arriba.
Mi copiloto lleva dos puñados de arena, uno en cada mano para cuando se nos pongan a la altura. Más de uno de los coches que vienen de frente terminan en la orilla embarrada, casi todos ilesos. Escupo por la ventanilla, pego gritos como un condenado, les estamos cogiendo ventaja, a toda hostia se vive mejor.
Siento como que navego en una nave de cristal, los ojos también vidriosos por las noches sin dormir. Creo que puedo romperme, desgajarme en añicos infinitos, mas soy al mismo tiempo indestructible.
Un pequeño problema que sobreviene a mi coche reactiva a mi rival, que a punto está de darnos alcance. Ésta es la caza rauda y sutil y efímera de la que te hablaba en tantas noches, José, le digo a mi copiloto. Vamos a tener que echarle huevos, aprieta la montaña de arena y lánzasela a la cara. José y su capacidad de respuesta: le ha logrado meter arena al enemigo hasta en los calzoncillos.
En estos momentos me creo que lo vamos a conseguir, primer premio, que ya iba siendo hora… Hasta que escucho por la radio que a un kilómetro y medio está la Guardia Civil y su barrera de carretera cortada, su Puesto de Control. Pisando con todo mi alma el acelerador al unísono que mi rival, peleamos por ser los primeros en alcanzarlo.