30 diciembre 2008

El día de la mujer mundial



"¿Quién escribirá la historia de lo que pudo haber sido?"
Andrés Calamaro


Tengo la fotografía del espejo retrovisor. Éste ocupa el 96% del encuadre, el foco en lo que se queda detrás, y el resto del fotograma copado por la bendita profundidad de campo.
Asiento de copiloto.
Multitud de suicidios abortados y kilómetros que no sumaban distancias.
Trazamos la ruta desviándonos del itinerario más corto, decidimos que la primera parada sería Salamanca y pasar allí la noche.
Cerveza y mucho whisky. Marihuana escuchando reggae. Escenas rocambolescas.
Cuánto falta para llegar a cualquier lugar, para llegar a Oporto, pongamos por caso.
Nos faltó bien poco -yo llevaba el mapa- para entrar en Aveiro antes de alcanzar Oporto.
En esa ciudad les dije que había ido a practicar la saudade, pero sin embargo me comporté como siempre. Tres noches de juerga, subida a la Torre Dos Clérigos, estación de Sao Bento, Ribeira.
También Vila Nova de Gaia, donde fingí caer enamorado perdidamente de la camarera que me puso el primer whisky.
Al otro lado del río profundizar en el remate previsible: Super Bock a las siete de la mañana, la cuenta perdida.
Deriva junto a las embarcaciones del Duero.
No había nada que hacer. Por desgracia ya me había arrepentido muchos años atrás de haberme conocido.

28 diciembre 2008

Saturday night



Today she's been working, she's been talking, she's been smoking,
but it'll be alright,
Cos tonight we'll go dancing, we'll go laughing, we'll get car sick,
and it'll be okay like everyone says, it'll be alright and ever so nice,
We're going out tonight, out and about tonight.
Oh, whatever makes her happy on a Saturday night,
Oh whatever makes her happy, whatever makes it alright.
Today she's been sat there, sat there in a black chair, office furniture,
but it'll be alright,
Cos tonight we'll go drinking we'll do silly things,
and never let the winter in,
And it'll be okay like everyone says, it'll be alright and ever so nice,
We're going out tonight, out and about tonight.
Oh, whatever makes her happy on a Saturday night,
Oh, whatever makes her happy, whatever makes it alright.
...we'll go to peepshows and freak shows,
we'll go to discos, casinos,
we'll go where people go and let go...
...oh whatever makes her happy on a saturday night...

Suede, coming up

Relectura

No me gustan nada las personas campechanas. Si de ellas dependiera, la literatura ya habría desaparecido de la faz de la tierra. Sin embargo, las personas "normales" son muy apreciadas en todas partes. Todos los asesinos son, para sus vecinos, tal como se ve siempre en la televisión, personas campechanas y normales. Las personas normales son cómplices del mal de Montano de la literatura. Eso he pensado este mediodía en el taxi de Pico, mientras me acordaba de una frase que Zelda solía decirle a su marido, Scott Fitzgerald: "Nadie más que nosotros tiene el derecho de vivir, y ellos, los hijos de puta, están destruyendo nuestro mundo."
Odio a esta gran parte de la humanidad "normal" que día a día destruye mi mundo. Odio a la gente que es de una gran bondad porque nadie les ha dado la oportunidad de saber lo que es el mal y entonces elegir libremente el bien; siempre me ha parecido que ese tipo de gente bondadosa son gente de una maldad extraordinaria en potencia. Los detesto, muchas veces pienso al igual que Zelda y les veo como a unos hijos de puta.

Enrique Vila-Matas, El mal de Montano

27 diciembre 2008

Auf Achse



You see her, you can't touch her
You hear her, you can't hold her
You want her, you can't have her
You want to, but she won't let you
You see her, you can't touch her
You hear her, you can't hold her
You want her, you can't have her
You want to, but she won't let you

She's not so special so look what you've done, boy
She's not so special so look what you've done, boy
She's not so special so look what you've done, boy
She's not so special so look what you've done

Now you wish she'd never come back here again
Oh, never come back here again

You see her, you can't touch her
You hear her, you can't hold her
You want her, you can't have her
You want to, but she won't let you

You see her, you can't touch her
You hear her, you can't hold her
You want her, you can't have her
You want to, but she won't let you

She's not so special so look what you've done, boy
She's not so special so look what you've done, boy
She's not so special so look what you've done, boy
She's not so special so look what you've done

Now I'm nailed above you
Gushing from my side
It's with your sins that you have killed me
Thinking of your sins I die
Thinking how you'd let them touch you
How you'd never realise
That I'm ripped and hang forsaken
Knowing never will I rise
Again

You still see her
Oh, you hear her
You want her
Oh, you want to
You see her
You still hear her
You want her
You still want to


Franz Ferdinand, Darts of Pleasure

23 diciembre 2008

Tonight, tonight



Time is never time at all
You can never ever leave without leaving a piece of youth
And our lives are forever changed
We will never be the same
The more you change the less you feel

Believe, believe in me, believe
Believe that life can change
That you're not stuck in vain
We're not the same, we're different tonight
Tonight, so bright
Tonight

And you know you're never sure
But you're sure you could be right
If you held yourself up to the light
And the embers never fade in your city by the lake
The place where you were born

Believe, believe in me, believe
Believe in the resolute urgency of now
And if you believe there's not a chance tonight
Tonight, so bright
Tonight

We'll crucify the insincere tonight
We'll make things right, we'll feel it all tonight
We'll find a way to offer up the night tonight
The indescribable moments of your life tonight
The impossible is possible tonight
Believe in me as I believe in you, tonight


The Smashing Pumpkins, Mellon Collie and the Infinite Sadness

21 diciembre 2008

Zig zag

La salvación se concentra en la autopista de no salvarse, en la de desaparecer por acción propia, por la vía rápida. Todas las letras unidas, el cine, las canciones. Si todo eso es inútil, si la calma, la hora del descanso tenía que haber cabido mucho tiempo antes. Te dije sin embargo aquello que debía haber dicho primero, hace varios meses. Aún sostenía un vaso en la mano cuando hablaba. Subiste en el taxi que yo mismo pedí con una llamada apresurada. Incluso yo mismo sostuve la puerta y la cerré con suavidad.

Me había preguntado en demasiadas ocasiones si me recordarías, si sentirías algo por mí al recibir la noticia, si vendrías a mi funeral. Me evaporé con tanta sencillez…; fue un deslizarse claro, una voluta de humo. Si hasta puedo acordarme de tus últimas carcajadas, de las prisas por abrazarnos. Se insertó una pieza detrás de la otra dejando no obstante el rompecabezas irresoluto. Quién más se iba a parar a pensar y hacer memoria, si no era yo.

Quién podía ser más estúpido.

Perdía mucho el tiempo. Siempre me lo reproché y me hice la pregunta pero pasaban los años y esa mala costumbre no había desaparecido. Otras veces las prisas, una especie de ansiedad por exprimir los segundos, que de ordinario eran horribles. A menudo la vuelta de tuerca, la búsqueda imposible de tu risa, pues solo aparecía con cuentagotas. Si hablaba me pasaba de largo, si callaba nunca llegaba. Cuál era la receta, el vínculo con lo desconocido; dónde se accionaba el interruptor.

Bebía en cantidades desmesuradas. Lo que comenzó siendo algo así como una travesura, un no perder el tren, el ritmo que se marca con exactitud, derivó en un problema. Luego las consecuencias traerían la agitación exponencialmente superior a la inicial, la paranoia, el vértigo, el sentirse acosado, odiado, despreciado incluso. Aun de este modo, necesitaba cada vez más, se tornaban inservibles el tiempo, el espacio, las convenciones y concepciones.

El trillar por el campo trillado.

No estaba hecho para el mundo. Me tiraba tardes enteras en el parque, dejando que entrara la noche, que sólo se quedaran a mi lado las luces minúsculas y los sonidos tenues del viento o de los pájaros. Veía pasar a mucha gente delante de mis ojos, captaba algunas frases de su conversación ajenas por completo a cualquier entendimiento por mi parte. Especulaba con algunos retoques improbables que ahora reconozco como verdaderamente imposibles.

Fue la última vez que estuvimos juntos. Un día de la semana pasada: con aires de fiesta, con regalos, con cumplidos, con vino, con whisky, con ron, con orujo, con cerveza, con cigarrillos, con chocolate, con caramelos, con chistes, con historias, con música, con abrazos, con besos, con caricias, con relativas ilusiones idiotas y con autobuses que parecen romperse en dos, como si una gran sierra eléctrica los sesgara transversalmente, dejando en apariencia a todo el mundo a salvo.

14 diciembre 2008

Jardín Polar

08 diciembre 2008

Secuencias

La muerte de un perro
Yo marchaba buscando la calle que me sacara de la ciudad a través de los polígonos industriales, en esa ruta que comunica el centro con la estación, en esa desolación donde no hay flores u ortigas, ni fuego en las montañas ni riachuelos cargados de desechos. Al entrar en la plaza de línea y separación tubular los gruñidos de perro se expandieron, también los alaridos de perro, los de un ejemplar más pequeño que a veces se sostenía en el aire atrapado por el cuello, sostenido por las mandíbulas del mayor, bicho al que le lanzaban de todo con tal de que soltara al bicho más pequeño. El perro más pequeño fue liberado sólo para convulsionar su cuerpo por el suelo, coleteando como un pez recién sacado del agua del que escribir que el fin de su existencia es sólo cuestión de segundos.

El almuerzo
Con mi padre, con mi hermana. Un local muy amplio, un restaurante prodigioso. Me levanto al baño y tardo siglos en llegar. Había mucho camino por delante. Orino largo rato, me lavo las manos, me miro al espejo. Coloco las manos bajo la máquina ésa que expulsa aire con poca eficacia. Termino secándome a las perneras del pantalón. Abro la puerta esforzadamente, pesaba mucho la puerta. Subo las escaleras después de la caminata para buscar nuestra mesa y asiento. Mi padre me corta el paso al pie de las escaleras que acabo de subir. Hay una puerta a su izquierda si las miras desde arriba. Mi padre me sujeta por un brazo y por la cabeza y me estampa contra la puerta. La que hay justo a la izquierda de las escaleras.

La siesta
Duermo a la vez que mis vecinos terminan de cocinar, de pasar la aspiradora, de tender la ropa, de abrir y cerrar las ventanas, de suspirar, de dar pasitos sobre el techo o a mi lado. Abro un ojo de vez en cuando para verlos asomados a mi ventana: es una pareja joven que cuchichea con medio cuerpo fuera del marco, con una indomable persistencia, una terca fijación en no marcharse nunca de mi cuarto.

La muerte de un narrador
El entumecimiento global, consecutivo, plano de cabeza, tronco y extremidades al alimón, la parálisis dulzona pues no va acompañada de dolor alguno, la conciencia de que el ridículo puede ser un epitafio al igual que se mitiga la fuerza de aquella conciencia que mencionamos, indicadores fatales de este final que se arrima tan pronto como las sábanas se despegarán, y el cuerpo se convertirá en aquel carámbano de hielo que siempre fue.