Tiny Vessels

Por más que digas que lo darías todo por empezar de cero fuera de la jaula. Estás seguro, ésa era la silla y aquélla fue la noche. Por mucho que te exijas cambiar. No. Aquélla fue la noche, y enseguida surgió la mano sosteniendo la dura puerta de roble, tendiendo el pañuelo de la cortesía. Camino del cuarto de baño, las contraventanas como un medio tiempo. Fue transportar y correr, fue sudor y esfuerzo baldío, matices imprescindibles para elaborar y alimentar la gran nada, el albañal, el océano que hierve crispado bajo naves de hielo. Un nuevo Trafalgar.
Era el sol pegándote en la cara, luego la nieve escurriendo cuando preguntabas, allá entre los árboles, bosque y montaña, costras resbaladizas, siempre a punto de caer, quedarte parado y otra vez sin respuestas, por qué le diste un beso y después te marchaste. Qué hacías con los nervios de punta, la garganta seca, el inoportuno tembleque en manos y piernas, las ráfagas de escalofríos sacudiendo el cuerpo, el impalpable mareo, la mente que también patinaba.
Casi desde el primer minuto te preguntaste el motivo de meterte en esa turbiedad, con qué inefable impulso reincidir (sin inocencia alguna) en algo que sabías que sólo podría engendrar dolor, incomprensión, angustia, incluso quizás algo peor: destrucción y odio. Sin embargo deseaste que aquello no terminara nunca, que no pasara el tiempo, que por qué no besarla y quedarte allí para siempre.
Pero poco después ocupar la silla, arrimarte a la puerta, echar generosamente fuera la noche, asomarte de tanto en tanto a mirar cómo cedía la nieve, constatar que el cielo es masticado por peces de frío y viento racheado, el vaso a tu lado donde nunca faltaba algo que beber.
Y con todo, la tentación por no concederle al futuro una motivo más que alimentase la tristeza. Brusquedad al iniciar el choque, la echabas un montón de menos, eso al menos quedó claro desde el principio. Perderte de manera más sencilla en lo intrincado de su impenetrable laberinto. Afrontar la estampida.
Así que sólo prevaleció la cuerda tersa, el gancho cansado, Cacique con cola del Mercadona, Chivas 12 años, vino blanco, orujo casero, cubitos de hielo, el perro acurrucado entre los brazos.
Salir de allí, de la cama, meter quinta y curvas cerradas, calzada solidificada a los lados. Entrar por momentos en esa suerte de trance con que designas a la mayoría de tus viajes, la irrealidad. Estancarte ante la ventana, arrastrarte sumido en sueños o pesadillas, ella como estandarte, guía de tu timón, aliento para tus velas. Y de nuevo el pánico entre las sábanas, la nieve que se va marchando y sólo el frío intenso, el reflejo pálido en el sucio cristal de tu ventana, la mancha irreversible. Observar el cielo, que es una lengua larga, y mirar las estrellas, que no sabes bien lo que son.

This is the moment that you know
That you told her that you loved her but you don't
You touch her skin and then you think
That she is beautiful but she don't mean a thing to me
I spent two weeks in Silverlake
The California sun cascading down my face
There was a girl with light brown streaks
And she was beautiful but she didn't mean a thing to me
I wanted to believe in all the words that I was speaking
as we moved together in the dark
And all the friends that I was telling, all the playful misspellings
and every bite I gave you left a mark
as tiny vessels oozed into your neck and formed the bruises
that you said you didn't want to fade
But they did and so did I that day
All I see are dark gray clouds
In the distance moving closer with every hour
So when you'd ask, Is something wrong?
I'd think, You're damn right there is, but we can't talk about it now
No, we can't talk about it now
So one last touch and then you'll go
And we'll pretend that it meant something so much more
But it was vile and it was cheap
And you are beautiful, but you don't mean a thing to me