03 agosto 2010

Un paraguas volteado

Allí sin la saturación que debería constatarlo. Reglas de vacío medular, espigas inalteradas. Esa palabra que, callada, figuraría por demostrar la conformidad. El número de teléfono tan embustero. Discusiones y platos rotos a las 8:23 horas. Ponerse en pie súbitamente, con los dedos 091. Tintineo con la sabiduría devota del alrededor ya referido. Jarana nueve horas antes. Caminos de algodón. Tantos. Pisadas en la atmósfera. Apañárselas y no caer, no caer, cómo es posible. Dispersar el terror. Arriba y abajo. Atar, desatar. Enseñar los dientes. La envidia. La salud. Jugo de naranja. Quizá volver impersonalmente. En nubes de astracán. Crujiente el itinerario, parábolas de viento, pañuelos infalibles. Portazos como adivinanzas. Beber como la gente más exquisita, a su memoria. Sin vergüenza. Puente nasal y máculas. Trenzado, inteligencia y no caer.
De jadeo ocasional caer como si en realidad un corazón, un enamoramiento, pústulas de abrigo y sombrero y rodillas sobre las aceras, el plan junto a la alfombra, saliva impregnándola incluida, repugnancia de empalago y ahora no es menos cierto que serían unas vacaciones estupendas, en la bahía de Palma por ejemplo, cómo privarle de los pitidos y las lucecitas y las palmeras, de la cuenta atrás.
En efecto la ropa de cama al trasluz. Ya basta de poros y focos pilosos. Del esqueleto de mentira. Perfecciones atractivamente intachables. Pulsera de reloj, oro, baño. Azulejos pesados. Cajas de Pandora. Arameo. Fin de las sorpresas. Marcos fofos. Penumbras ajadas. La tremebunda estafa. El surtido de libros. Rocío sobre una menguada, esplendorosa hierba. Atril de justicieros. Prendas en el armario. Truco zafio. Risillas de comedia. Medievo. Imbécil, fantasma, sobra. Está el asunto declinado. Pero, oh sí, hubo charla. Huera. Impropia. Latrocinante. Desnuda. Perdida. Un anticipo de jaspe y de vida. De luna plana. De flor sin brote. De luna llena. De flor en cuarto menguante. De cosecha interrumpida. Y sí, lomas imprecisas, azuladas. Y tropezones predestinados. Colas de caballo. Cebos inmisericordes. Enigmatizados muros. Pértigas. Harapientos amigos colgantes. Entreverando con juicio lo que sucederá. No rendirse. Respirar.
De puentes que no se concretan aunque siempre se alzasen allí, y las suturas, impacto de un qué más da, de cierta balsa de aceite, del lago de no sé qué cuántos metros de profundidad, de las alboradas sin explicación, sobrantes los olvidos que ahora no son añoranza, circunstancia, organismos que, normativamente, se enrejan hasta que se avenga el próximo tonto.
El soponcio que para alguien no cesa. El tiempo que otorga la razón.


2 Comments:

At 10:46, Blogger David Suárez Suarón said...

El regreso esperado

 
At 23:34, Blogger Guaje Merucu said...

Como ironía esperaría que no estuviera mal aunque lo esté; que ji, que ja, que ju ;o)

 

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