05 junio 2009

Las canciones de Sabina

Sí que hubiera dado para un post, una entrada como prefieren decir otros, con las yemas de los dedos por la nuca, junto a las sienes, en el medio del banco, el desgraciado más afortunado del sistema, la manada de escalofríos que me habrían hecho transparente y las botellas que no cayeron en el Lavaderu, tuvisteis suerte compañeras, habría comenzado a emerger de alguna parte el final del crepúsculo, sin embargo sentirme sucio, el más puerco de toda la ciudad, una cartografía perfecta debajo del sol, con la retina dolorida mirando de vez en cuando hacia las pequeñas ventanas del salón de la casa, igual que la de David El Gnomo, era el gigante a veces con varios metros de distancia, alcanzando el alféizar sin andamios, muerto en, muerto en muerte, el premio a la inconsciencia transcurridos tantos meses que se hace increíble pensar que aquello sucedió algún día, que te contemplé pasando tantas mañanas a las diez, casi nunca más tarde, y después verte crecer y separarte, y no tener argumentos ni anotaciones que te sacaran de ahí, del agujero negro, y caer en otro agujero, la mano posada sobre el hombro, alguna que otra vez esparciendo el calor hacia la espina dorsal, un reverso irónico, una mentira quizás a medias, yo ponía la otra mitad.
Regresando al martes, insuflé con escéptica pereza dos o tres comentarios, porque ya no era gracioso, ya no era nada, con alcohol o sin alcohol, dejé marcharse al posible sueño, al post o entrada, la apuesta al caballo perdedor, la pata rota y estúpida, aparte de inventos cuarteados, retruécanos, repeticiones y aliteraciones involuntarias. Modos de salir corriendo ante el olvido, probablemente nunca alcanzaría a sacar de la chistera una soflama sin torpeza ni gesto alguno, atolondramiento como aquella maceta con flores naturales, eso sí que parecía un tanto a mi favor, aunque la rosa en el centro ya se marchitaba horas antes, sin deshojar, moriría por inanición lo más seguro. Pero dale un trago a la cerveza, hombre, te reíste, estás muy flojo, bebes mejor otros días; lo sé, y cómo será posible que tú lo sepas, no nos vemos a menudo, y no entiendo por qué coño no disfruto de estas horas, por qué sé que pensaré en ello durante años, acaso dándole de comer al troll de la saudade, y el echarte de menos se me da tan bien que produce hasta pena pararse un momento y darle más vueltas a esto, rueda cuesta abajo del recuerdo, mira que no es imaginado, no es la utopía de la semana, de abril a octubre, no nos vimos demasiado desde primeros de octubre, y venga con el tema de que reposabas junto a mí, que sentía nostalgia y cansancio, que me daba contra las esquinas y devolvía una sonrisa y un bolero y ponía a las mujeres flores en el pelo, y una vez dicho lo dicho y hecho el imbécil no encontrarlas nunca más, igual que un balcón vacío, los geranios ahogados por los que nadie pregunta.
Allí intenté mudarme, seguiste hablando, los oídos por mi parte en blanco, creo que paré con aquella conversación diversificando el punto de partida, no obstante las voces que se veían venir de la calle de atrás, los obreros recién terminados sus farias y lo que llamaban chupitos, consumiciones que más bien, siendo justos, eran copazos de whisky, un hielo como mucho en cada vaso, más de medio tubo la dosis, y los gritos que luego me conozco llegan al abordar la plaza, lenguas incontenibles, sustratos de corrosiva mezcla antes del retorno al tajo, informe pericial que retuerce el lugar más común, vosotras que no escucháis o hacéis como que no, que sólo faltan metros siderales fuera de la velocidad del sonido, contraluces allá a la vuelta de la esquina, que os estáis riendo a pesar de que el mal es posible que no, es posible que el mal no alcance la meta, una mecánica que no me coge de sorpresa, hacéis como que no con vuestras historias, lo cierto es que merece la pena quedarse en este banco, mira que no te gusta nada el sol a plomo y no te mueves ni a tiros, pero es verdad que en la sombra hace fresco, ya me tengo que ir, ahí os quedáis los dos, sed buenos, ¿vale?, que me conozco esto, a ser buenos, y entonces la habitación de un hotel quizás y el carné en la recepción, que quede muy claro que detesto los finales.