Siempre que quiera
Diez años no es tanto, asegura Beatriz. Para mí estos segundos son la losa que echa por tierra siglos enteros, enciclopedias, y luego tira de la cuerda hasta romperla.
No, yo ya no era inmortal, no especulaba ni me suavizaba en la esperanza o la ficción. Beatriz rebosante, con una capa que sólo la deidad ostenta, suspende el tiempo al otro lado del teléfono. Fuma y hace carraspear su ronquera, esparce la noche anterior, la estela en la cual la diversión fue universal. Ahora vuelve a ser complicado poner por escrito si la posibilidad de ser más tonto se aprende en las escuelas. Luego se predica en los bares, durante las madrugadas donde nunca me podía morir. Devastando de la barra hasta la lejía, colocándome de corona la fétida bayeta.
Si sé que me hace daño, que pretende no hacerme daño callando ciertos detalles, desconozco el porqué de afilarme las uñas sosteniendo el auricular. Después tendré que clavarlas en el cuello, apurar el circuito de uñas y venas. Y después se hará imprescindible cincelar el tiempo que en su día fue natural convertirlo en desperdicios. De algún modo se debe encumbrar el enigma del recuerdo selectivo, así es más fácil escaparse de la expectación y la muerte. Incluso sabiendo que la muerte está ahí, con la mano en el hombro, empañando las gafas.
Beatriz me pregunta si la voy a dejar hablar, si logrará comprender el motivo de mi discurso airado de alegría, el contraste entre lo fúnebre del pasado lunes y la exaltación vital de estas palabras que salen hacia fuera mientras en la última ocasión callaba con la espada sobre la cabeza, la sien rodeada por un revólver. Le contesto que no, que no voy a permitirle que me diga que me invita a su ciudad, que de ningún modo voy a consentirle atravesar los muros de esta otra ciudad, la mía. Que soy mortal, que estoy muerto, predicaré cuando le relate anécdotas persiguiendo una sonrisa de complicidad, de encantamiento fatuo. No serás bienvenida a los cines, al teatro, a las calles de un barrio nuevo.
Me callaré pasado un rato, de vuelta a la realidad, esperaré por su palabra y su futuro equidistante, contrarios que nunca se atraen, polos opuestos y literales. Posaré sobre el escritorio el teléfono en modo manos libres, saldré por la puerta hacia otra puerta, me sentaré frente a otra mesa, me arrodillaré ansioso cortando el hilo, sin conceder una oportunidad a un silencio interrumpido por patéticas intentonas mías ya probadas antaño en laboratorios científicos. Ordenaré en la barra que me sirvan el elixir de cabeza borradora y que dejen macerando en engrudo el siguiente, y auguraré que la noche que cede, que alarga el aliento, va a ser un auténtico espanto, y Beatriz, la celeste, un ejemplo de inmortalidad al otro lado, desde su ciudad.
2 Comments:
Elixir de cabeza borradora...¡qué bueno!
Un abrazo
Vuelves a las andadas.
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