09 agosto 2010

Extática

El sr. cuida del jardín, de las rosas, principalmente.

La mujer sale igual de un espejo con la barbilla apoyada en la palma de su mano derecha, con la prensa sobre la mesa redonda, el paquete de cigarrillos y el cenicero, el vaso de vino, los hombres y sombreros de copa en un segundo plano dándole la espalda, detrás de un bajo tabique, como irradiando a Chesterton.

En medio del camino se sienta el perro y, en perspectiva de fuga, un árbol se adentra en la mixtura mientras los colores se cierran sin definición.

Las cartas se demoran más de lo preciso, recorren la mitad del mundo presas de un río que, después de navegado, debe entregarse al sol, y no hay ciencia que las aplaque, sálvense las zozobras que con la pesca perfeccionaban catástrofes en los segundos y en las esperas, porque ahora las tornas giran.

El código fuente es la densidad, es la pecera emperifolladamente y palpitadamente de la superficie craneal, es producción paupérrima del millón de brumas de aquel espacio sin longitud ni tiempo, concentra un dudoso armazón.

Beben tragos de espumoso los borrachos agobiando el campo, adoran iconografías interminables, preciosas de escasez, se sospecha que tienen un parecido en pintura muy carismático.

El patíbulo ejecuta la corriente musical, se confunde entre las líneas de baldosa, éstas ondulan un manguito y una digresión.

Insólito y de historia con profecía, hubiera recorrido las plantaciones de arroz, algunos cultivos sobresaliendo de los balcones, agradecido sobremanera si un síntoma minúsculo propugnara la especie de caricatura que de veras feneciera como anuncio, y nada de sorpresas con epílogos de relatos que jamás habría entonces comenzado.