Entropía
Ahora que otros pueden hablar con mi voz
traduciendo manuscritos en latín
y del libro de los faraones,
reproducimos estas palabras:
Sigues lo mismo de guapa que recién casada.
Te llamaste príncipe de la decepción. Es más, materia, base química, estructura, esqueleto de la decepción. Te dijiste que no era posible ya caer vencido. Después de tanta decepción. Elucubraste con el hipotético fiasco inasible-nebuloso-hermético.
No.
Paseabas junto a la chica, como en las películas. Tres años de clandestinidad, sonrisas, miradas cómplices. Ella acumulaba seis años de feliz matrimonio.
Marcábais el paso por la Gran Vía, Alcalá, El Retiro.
Tú viniste de lejos. Ella tenía fuego en la mirada. Y en las manos. Sí, durante segundos, puede que incluso un minuto, la cogiste de la mano. Te sentías inexpugnable. Fue cuando paseábais en dirección al lago del parque en un día perfecto: Algodón de azúcar, malabaristas, payasos, barquillos. La superficie devolviendo la virulencia de los rayos solares. Esa foto que compusiste a hirviente contraluz para ella.
Enésimo y repetido error. Error garrafal.
Por qué el lenguaje opaco, por qué las mil palabras si todo podría haberse resuelto con varias.
O sólo dos.
Te limitaste en vuestros tres años a trillar el camino de lo superfluo. El ventajista de lo efímero te llamabas; y te regodeabas.
Le traías las flores más hermosas esa tarde, el ramo aguardaba en tu coche blanco tostado al sol. Esa tarde perfecta. Las habías comprado en la calle del tanatorio histórico de la ciudad. Allí se vendían las flores más hermosas que jamás contemplaras, las de tu virtud, el don de la inoportunidad. En ese lugar se recogían los más bellos ejemplares para donar a los muertos, y para cuándo a los vivos, te deberías haber cuestionado, para cuándo. Para cuando se convirtieran en muertos y ya todo fuera inútil...
De modo que pronunciadas por ella las definitivas palabras (sin palabras, qué ironía), pensaste en todo esto.
Después pensaste en las flores enterradas en el coche, en que se marchitarían sin remisión.
El coche tostado al que nunca volverías.
Para no pensar nunca más en nada.
Subimos por la Calle de Alcalá
y reluce la ciudad.
Bajamos por la Calle de Alcalá
y reluce más que nunca la ciudad.
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