25 julio 2009

Angustia existencial de la Super Pop

Que la vida iba en serio ya lo dijo antes Gil de Biedma

Se sentía descomunal en aquel traje de corte quirúrgico, qué gran sastre era Miguel, vuelta por delante, vuelta por detrás ante el espejo, puños de camisa impecables, raya al lado capilar, qué figura inesperada, ahora que llegaba aquel olor cavernoso y no era el momento para ponerse condescendiente.
Ahora sí, ahora que vuelven todos esos cuentos sin valor, fardos de memoria petulante y muy aburridos, aptos sólo para los que dan jabón, minúsculas miserias disfrazadas de la más trascendente de las contiendas, se dispone a poner el pie en la calle sin fotografiárselo, sin sacar la imagen de unas Converse de colores, sin colgarse un iPod, sin esquivar haciendo como que a lo mejor y resulta que a veces lo preferible es quedarse callado.
Está Daniel cincelado con tinta de azar, se tropieza Iván con Daniel en el barrio, son las 20:51 horas, el manuscrito con sello y lacre de lo auténtico, hay pocas cosas más indiscutibles desde el retorno de Libia, eso ni se duda, el último reflejo ante un escaparate de la peluquería que arrebata la sonrisa de medio lado, las jugadas que desatinadamente, con probabilidad y astucia, se tejen al igual que se hace una cama, y luego se deshace al ritmo de la cadencia que la liviana y pulcra naturalidad cosechan.
Daniel retrocede a punto de doblar la esquina, calle que corta, que paralelamente se hace proyección de una peatonal anodina, la cual rebota en una plazoleta, las ventanas de los edificios asoman iguales que nichos, los habitantes allí dentro, detrás de los telones, merodeando entre lo perpetuo de programas televisivos como Gran Hermano, La Noria o ese otro de los viernes donde sale la Patiño.
Referencias que me harán quedar bien con el teclado, piensa, ahí en el fondo viaja el propósito y la nube de gilipolleces, las que siguen con el acontecimiento de tener a Daniel, nacido en Rumania, y en este preciso momento escanciando sidra, compartiendo mesa del chigre, el traje moteado por la ceniza que transporta el viento desde la mesa de al lado.
Luego Daniel que si “tío, no me tiro a una mujer desde hace siglos, tú cómo lo haces, siempre bien acompañado, siempre te veo entrando con alguna por el portal.” Así que está bien, así que le responde con un simple “putas”; “no te entiendo, Iván”, “Daniel, son putas, y de las caras, me lo puedo permitir, no están los tiempos para la lírica que se decía en alguna canción, incluso si me apuras, no me sobran las horas, ya sabes.” Se toca entonces la corbata, Daniel pide otra botella, falta poquísimo para la caja, “joder, vamos a acabar fatal.”
De manera que Iván se levanta de la mesa después de la temida caja, ha pasado media hora desde lo de las putas, el estómago sigue vacío, sencillamente había salido de casa para ir al supermercado y ahora inspecciona con aplicación su portal para meterse y coger el ascensor, para sentarse luego a escribir si Daniel no le espera al fondo del pasillo, si Daniel se quita de la cabeza la cartera de Iván, si deja pasar de largo tamaño prestigio y el extraordinario parecido que ambos comparten.