Las canciones de Silvio
Otorgan, no ya los ángulos de la plaza sino el resto de elementos en disposición cuadricular, el sentimiento de visualizar sin querer, por casualidad, la imagen más triste que jamás ella se encontrara. Aquél enfangándose en la turbiedad de las letras de un libro que sostiene como por error sentado en la parte delantera del urbano, la cabeza agachada y el cuerpo encorvado, casi de hélice, en otro viaje a ningún lugar, la atención desprendida al fin y al cabo, probablemente en un único sentido. Plantear, sorprender, salvarse, fuera de doctrinas, sombrear, divagar, viscosidades, en estas últimas sí, en éstas se encuentra el través del espejo y las líneas disidentes, y el polo norte a kilómetros del polo sur, y que si me aprecias, y que si a esta pregunta póstuma le contesta que muy en el fondo, muy profundamente, igual que un ladrido, y que es todo lo que dice y se va.
Fluctuaciones, es el factor cristalino y nada en la abundancia, de algún modo debe pensar ella respecto a aquél, el dedo como si subrayara acariciando el interior de un libro, la ciudad o el tumulto veraniego, y a pesar de todo la vulgar instantánea, avistarlo atravesar el semáforo antes de que se ponga verde, se parece el lienzo a un día de playa, hasta los mejores días de playa no tienen por qué ser perfectos. Seguir con el diálogo ella y el teléfono en los dedos sin pasar no obstante por alto la abominación histórica ni los colores ni las señales, no desdeñar las trayectorias de un tapiz y el yugo de aquél, su interminable tarde de boca abierta y fauces intransigentes, la tenacidad sin sentido, sin viaje, y sin embargo la tarde que debe avanzar, diluirse así, de entre aquella aspereza y los interrogantes, lo que no se precipita al borde del vaso.
Una vez más, ese irse dejando llegar y marchar la semana, pero también el blando e inverosímil reconocimiento de despegar de aquél que corre a su espalda, a través de un cómo estás, he pasado mala noche, fíjate que apenas he pegado ojo, y que ahora le tienta a la risa porque lo razonable sería lo contrario, y vamos, apoya la cabeza en mi pecho y cálmate por dios, que me vas a hacer llorar a mí.
Quiere dejar de pensar en el motivo de tener que buscar el perdón, que a aquél no hay quién le entienda, no plantearse el descolgar, la fuga de palabras que crecerán de golpe en otra parte, ella en su orden y qué demonios pasa, ya estamos con la misma canción, estoy más que harta de tus rabietas, a mí no me hace falta nada de esto, no ha nacido todavía un porqué, no me importa, no me debería importar, de modo que un silencio y un discurso reconstruido, la voz pacífica y después un temblor, de improviso aquél contenido y ella continente.
Habrá un instante, será por admitirlo, tal vez la ausencia de sospechas, nadie me habló de este cuento, de cómo fue escrito, ella se tranquiliza sin pretextos, cruza a la vez la calle, el autobús hace lo propio, la siguiente parada devora unos metros, las puertas que con la propulsión hidráulica cumplen con su cometido, aquél arrojado necesariamente como a un despertar, la verja después chilla, el viento está mudo, dicen que a veces tropiezas luciérnagas, que la noche y quizás que el vacío, y en aquel tiempo la novedad se cotiza al alza, la bolsa se resquebraja, poco valor seguro si no pasa por alto que no te marches nunca de aquí, por favor, sabes que no lo soportaría.
Diserta aquél, la más elemental capacidad de concentración es un sondeo a tirones, y enseguida inútil, ineludible el manifestar que ha de olvidarse, al instante ya migajas y pocos minutos y verdad, no hay desarreglos, no especula, sólo reaviva el fuego de la pereza, lo mismo que excursiones, domingos y placidez, citas que no estarán, lo hago por ti, sobre todo es por ti, explica, pues un sombrero huyendo de las esquinas del marco, algo inmaterial, un perfil, un repiqueteo, está claro que no te va a doler, cruzas la calle hablando por el móvil, las horas que la lentitud bendice y se azotan, lo conoce de largo, que a ninguno se le ocurra enseñarle la lección, que en este momento enfila el pasillo, este ahora que no cambia nunca nada.
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