02 abril 2010

La destruction, Béatrice y Dublín


"A esta ginebra le falta una gotina de angostura, el gin-tonic me sabe dulce", fue de lo poco que recuerdo haber dicho durante la borrachera de ayer noche; y tal vez me acuerdo también de la respuesta que me dieron, que si no me parecía bastante mi amargura propia, que para qué quería más. Para qué, buena expresión. En este periodo de derrumbe y ruina física y mental el para qué, el regreso a la lectura y la influencia palpable de Vila-Matas con su novela Dublinesca, son de las pocas cosas que me sujetan, una vez que me dijiste que no, que de manera tan grosera y prosaica colocaste los nódulos en la realidad y obtuviste mi estrangulamiento de manera instantánea.
Si acaso puede ser por este nuevo gin-tonic, el arma con que lucho contra la resaca y la pena, si acaso es quizás por el sms que me remitió H. antes de las 12:00 am cuando dormía la borrachera, intento delinear el puente que me sitúe apenas cerca de la lumbre, allá lejos, del lado de la luz. H. me ha demostrado en los últimos seis años que es una buena amiga porque, pese a que por un motivo u otro nos costó mantener vivo el hilo conductor de la amistad, siempre estuvo de mi parte, no faltó nunca a la cita mientras el hundimiento hacía estallar todas mis alarmas y las luces rojas, las alertas, y una especie de transmisión cariñosa se aprehendía en nuestros meses y rutinas, y era raro el día que yo la olvidaba, siempre guardaba una esquina para su recuerdo, sobre todo porque estipuló que su ternura se encontraba circunscrita a los márgenes de lo que estrictamente es un camarada, que no hay lugar para cualquier otra interpretación de dudoso final o rumbo catastrófico. H. me insinuó con aquel mensaje que seguía sin pasar por su mejor momento, que se moría por irse fuera, y que cuándo iba a ser el instante en que podríamos quedar ya de una vez, que lejano se esfumó ya el último festivo compartido junto a la escalera 5 de la playa de San Lorenzo, en su ciudad, en Gijón.
Siempre es un placer compartir mantel y sobremesa con H., así que la insté a que ya mismo, el sábado o el domingo, nos veríamos. Me regocijaba con el mapa previsto de cuento de vacaciones en Tenerife que seguro me relataría con pelos y señales, yo le hablaría de las tres noches de hotel que me habían correspondido en Mallorca por sorteo en el reciente workout de Illes Balears en el Meliá de La Reconquista, le explicaría que estaban carísimos los vuelos con Air Berlin en las fechas que me sería a priori posible viajar.
Así pues, asociadas las coordenadas a nuestros actos inciertos, tras alguna botella de sidra -ojalá que en el Lavaderu-, pasaría después a mencionarle por sorpresa mi rollo británico e irlandés, mi plan secreto para abordar las islas entrando vía Londres Standsted, haciendo entonces varias noches en la capital inglesa para a continuación proceder al salto hacia Dublín, y confirmar que había empeñado el resto de mi alma en acompañarla con el fin de que se sintiera a gusto en algún lugar y, sobre todo, que había viajado con el remoto propósito de salvarme.

Creo que esto salió a colación ayer pero que me tomaron lógicamente a broma, que el plan londinense y fundamentalmente el plan dublinés, el plan de adentrarse en la isla verde que junto a la rugosidad del agua empecé a estudiar en Gijón, varios años atrás, era una mayúscula tomadura de pelo, o que sencillamente ya estaba borracho cuando hablaba de ello.
Me encantaba la idea de abordar la aventura con los chicos, aunque de alguna manera el misterio, y la más que probable tabla de salvación que H. significaba, su abandono de nocivos hábitos como el tabaco, cualquier forma de droga ilegal y el exceso de bebidas alcohólicas, su serenidad en continua proyección geométrica, su secreto, intrincado camino hacia lo más profundo de su mente, constituían la espita luminosa de la senda que debía tomar. Ella seguro que planeaba hacer el viaje en un solo sentido, one way, quedarse en Londres o Dublín (que más daba) y buscarse luego la vida.

El domingo 4 de abril de este año rebuscaré en la cartera el importe exacto suelto para introducir en una máquina cualquiera de la estación de autobús de Oviedo, y pensaré que diga lo que diga H. de Dublín, quizás incluso sin que saque yo nunca el tema, estará bien dicho, que si incluso es necesario ser su oído perfecto para escuchar la contradicción entre lo que debería ser y la cotidianeidad que impide que así sea, lo tendrá por supuesto tendido eternamente de su lado.

1 Comments:

At 21:14, Blogger evamaring said...

Fascinante.
De verdad.
eva

 

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