13 julio 2006

Yo no vine a comprar pan

Hundido en el pleno centro de la ola de calor me meto en el Dia con la idea de comprarme dos botellas de litro y medio de agua, mercancía que tienen a muy buen precio, excelente es justo decir, a 0,16 euros la unidad. Pero... el producto estaba agotado. Miro la parte superior de las estanterías: sólo polvo y las etiquetas gastadas de lo que debía hallarse las adornan; en todas igual, sólo una garrafa de 5 litros (y rota) se exhibe abandonada en el suelo, solitaria y despreciada, claro, también por mí. Salgo al encuentro de una empleada en avanzado estado de gestación que luce más cara de cabreo que de cansancio y que ofrece mutismo a mi intento de diálogo. No me parece del todo correcta su actitud, aunque no me queda otra que aceptar su sentencia final: "no nos queda nada de agua".
Pierdo el soplo de aire acondicionado cortesía de Dia al salir a la calle, desorientado, cegado por la corpulenta luz solar, e intento alcanzar una gran superficie comercial vecina con el objeto de abastecerme del líquido elemento, pero una vez traspasado el umbral automático del local lo descubro atiborrado de clientes y yo debo regresar al trabajo. Y es cuando, de atrás hacia delante, me viene el recuerdo de un pequeño local ubicado frente al Dia, un negocio de alimentación que puede serme de utilidad para saciar mi sed.
Algo me sorprende cuando entro en la tienda, algo en lo que me basaría para apostar con cualquiera que la máquina del tiempo existe, o si no es la genuina máquina del tiempo una forma muy válida que se le asemejaría, quizás no en apariencia, aunque sí en consecución de determinados fines, que ya está dicho y defendido que el fin justifica los medios. Sin embargo, no sólo este hecho tan fantástico acaece: el golpe al olfato que me propina el ambiente es indescriptible por severo. El único detalle en que podría apoyarme para dar fe de lo que mantengo es que se desprenden de mi cuerpo a la velocidad del rayo las moscas que llevo adheridas a mi cuerpo, incluso Mrs. Fly, mi pequeña, querida y fiel Mrs. Fly me deja del mismo modo desamparado, indefenso ante aquel grotesco cuadro. Retroceder es tarea de necios, ya me recibe un hombre con pocas pretensiones de dejarme marchar fácilmente. Puedo durante unos segundos prestar atención al cigarrillo que consume, me estremece la ceniza a punto de desprenderse mientras me pregunta "¿Qué quiere?". "Salir de aquí" me respondo; en cambio, con voz trepidada, le digo: "Señor, sólo quería un par de botellas de agua. De litro y medio". "¿No quieres pan? También tenemos pan. Muy bueno". "No gracias, sólo el agua". No soporto el olor, las moscas enloquecen y se dan un festín secreto, echo un vistazo al local buscando al dueño, intentando descifrar en qué fecha y a qué hora se produjo su muerte. Examino la mercancía en aquel tiempo detenido, todo material perecedero y hablo con propiedad, por fin se sentirían orgullosos de mí, estoy hablando con propiedad, (repito: "perecedero") desde pequeño siempre me regañaban porque no era ésa una de mis fuertes.
En un tiempo, pues, detenido permanezco quieto incluso sin gesticular y con aquel hombre rodeando el mostrador con un cuchillo enorme en la mano, no sé si un machete, un detalle que mueve a alguna de las moscas a acercarse a mi cuerpo, pronosticando no sé muy bien qué, pero nada bueno, me temo. Observo el mostrador: un tazón con una sustancia parecida a un caldo espeso o un puré reposa, un plato con dos tajadas de carne se pudre en su compañía y también hay huevos, multitud de huevos rotos (¿dónde están los míos?) se sitúan a escasos centímetros de semejante bodegón. El hombre se acerca, se pregunta: "¿Para qué me traje esto?" y me entrega el cuchillo, muy mal recibido por mis manos ya que se me cae, y se genera un ruido de tal tamaño que se debía escuchar a varias manzanas de distancia. Recibo una mirada fulminante y un instantáneo "No pasa nada". Las botellas de agua están a mi lado y el hombre se hace con dos, tambaleante. A la vez que él hace esto, yo pienso que nunca debería haberme aventurado a salir de la oficina, que una deshidratación es preferible, en el hospital te pueden sacar de ella -me digo- pero a ver quién me saca a mí de ésta...
El hombre de la tienda me invita a que siga comprando: "¿No quieres otra cosa? ¿Unas conservas?". Tiemblo: "No, no necesito nada más, de verdad. ¿Qué le debo?". "Muy barato, son 1,50. Las dos", contesta. Me aproximo al mostrador y deposito el dinero, aún puedo caminar. Recojo el agua, me doy media vuelta. Veo al señor que enciende despacio otro cigarrillo mientras intento alcanzar la salida: "¿No quieres pan?", grita. Soy incapaz de hablar, escucho el familiar zumbido de Mrs. Fly y noto que se me posa en el hombro. Me dice que no todo está perdido.
El sol destruye la ideal armonía durante los primeros pasos hasta que me estabilizo y sujeto con fuerza una de las botellas de agua. Le doy vueltas y vueltas hasta que encuentro la fecha de caducidad.

6 Comments:

At 11:31, Anonymous Anónimo said...

puedo ver la cara de saturnino garcía en el dependiente.
tenías que colaborar con cabrero para hacer un corto, o medio, o lo que sea...

 
At 12:15, Blogger Guaje Merucu said...

Ya tengo a Saturnino fichado, ahora barajo el llevarme de segundo a Cabrero ;-)

Qué bueno el veros por aquí...

 
At 13:48, Anonymous Anónimo said...

Si el guaje dirige ese corto, pongo las claquetas y alguna sonrisa, si es necesario. Cuidese

Chihiro

 
At 17:00, Blogger Guaje Merucu said...

¡¡Grande!!

 
At 16:24, Blogger Chela said...

Yo pidome ser la mosca o la botella, pero de birra no di acquaaaaaaaaaaaa

hay una tienda en colloto que güele igual.
Haiga salú. y escribe en papel algoooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

 
At 11:28, Blogger Guaje Merucu said...

¡¡Chelaaaaaa!!
Celentano, come stai?

A mí también me gustaba lo de mosca, pero si quieres, tuyo es el papel :-)

 

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