11 julio 2006

Albacete vía Logroño

Me dijo Mr. Amazing al teléfono que embarcaba en unas horas con destino Ramala. Yo, con otras pretensiones más modestas, decidí pasar esa tarde en Albacete. Qué ingenuidad la mía, descubriría poco después. Y es que el tren de Albacete circula dirección Logroño y allí es necesario realizar un transbordo en autobús para llegar a nuestro destino final. Compré los billetes al salir de mi nuevo trabajo. Debo decir que me enorgullezco de mi flamante empleo de dependiente en una tienda de baratillo, de ésas al estilo de las que popularizaron los chinos, con su local desmesurado y todo, pero sustentado el negocio por gente cien por cien española. Me siento orgulloso porque creo que más que un vulgar intercambio de mercaderías por dinero, damos algo más, somos un verdadero servicio, cubrimos necesidades reales. Y desde luego que no adolecemos de falta de interés ni de arrogancia ni de prepotencia, pues somos lo que somos nada más, y a mucha honra. Y a gentiles no nos gana nadie.
Al salir del trabajo me entretuve algo más de lo conveniente flirteando con mi jefa, es lo que tiene el poseer un halo irresistible, así que, si no se puede hacer nada, mejor no hacerlo: cada uno tiene sus limitaciones y debe ser consciente de las mismas y no sobrepasarlas (a fuego tengo grabado esta sabia enseñanza que le escuché a alguien en un tiempo remoto, casi inexistente). De modo que, con este inconveniente añadido y la consiguiente demora que por lógica se produjo, me vi abocado a salir por piernas hacia la estación, la pequeña estación de mi ciudad, temiendo perder el tren que me transportaría a Albacete.
Justo al llegar a la estación me cambié de andén, me pasé del 1al 2, y con este gesto se presentó el segundo revés de la tarde: una vez que atravesé las vías por el subterráneo, se anuncia por megafonía que mi tren está a punto de hacer su aparición por la abandonada vía 1, y enseguida me percaté de que debía jugármela si no quería perder ese tren que ya rechinaba frente a mi mirada incrédula, lejos del alcance de mis piernas. Debía jugármela y no debía pensar en el reciente y trágico desenlace vital que se encontró -por realizar la misma poco prudente maniobra- un exconcursante de GH del que no recuerdo el nombre, aunque sí que fue polémico y carismático, que eso fue lo que dijeron en "Aquí Hay Tomate", y de eso sí me acuerdo. Miré a izquierda y derecha, miré de frente deseando que no accionaran el mecanismo de cierre de puertas del tren, me introduje en un vagón con dos livianas zancadas. Si es que era muy fácil.
En el interior, sano y salvo, escuché ese pitido característico, rutinario, sin embargo nada intrascendente para mí, ya que me habría arruinado la tarde de no lograr el embarque. Se inició la marcha parsimoniosamente, todo en su sitio, miré hacia mi interior para averiguar si allí también estaba todo en su sitio. Frente a mí se hallaba sentada con rostro angelical una señora bastante mayor y no le devolví la sonrisa que me envió no por su avanzada edad, sino porque no era mi tipo. En cualquier caso no renuncié a tomarme con ella una deliciosa taza de té, con una nube de leche la mía y poco azúcar la suya. Charlamos de esto y de aquello, de las cosas ligeras sobre manera, que son las que más me importan, y consta por ahí por escrito todo esto, pues ya lo dije en más de una ocasión.
Después de un largo tiempo de viaje, de ver túneles, de pronto no ver nada y después ver luces al final de todos los túneles, el convoy aminoró la marcha, tomando el ritmo de la marcha nupcial, mecedora sobre raíles de espuma contra el viento que se levantaba por sorpresa. Entrábamos en la ciudad de Logroño a la par que nuestros ojos asistían extrañados a la comitiva que se agolpaba, lejana, distante, a ambos lados, todos de raza calé. Nos pusimos varios a la defensiva.
La estación de autobuses de Logroño guardaba una extraordinaria similitud con la de Pamplona: oscura, antigua, sucia, lúgubre. Etc. Del viaje en autobús desde la capital riojana hasta Albacete no hay mucho que relatar. Bueno sí: el autobús era pequeño, un microbús de los que contemplaba en Roma junto a una Piazza di Spagna en obras y que me movía a la sonrisa. El siguiente detalle curioso lo establecía su límite cenital, el completo cielo azul por carecer el vehículo de techumbre, ni siquiera algún objeto al uso -mínimamente rudimentario pero con tal función- nos protegía las cocorotas durante tantísimos kilómetros de viaje. Por supuesto que llegábamos a destino con las ideas muy despejadas. Qué bien le hubiera venido eso al Calvo en el día de su despedida de los terrenos de juego. No obstante para nosotros no, preferíamos la confusión o el caos o el cuanto peor, mejor.
Como metáfora previsible, fríamente y obviando que llegué muy tarde, demasiado para disfrutar de una velada en Albacete antes de anochecer, concluir con un: No me gustó la ciudad, no volveré nunca. Encima fue ineludible el pernoctar allí y el calor intenso apretó por puro placer después del callejeo de rigor. A eso se suma que hay que pasar por Logroño para llegar a Albacete. Logroño. Logroño y los gitanos: Repletito de acción contra el miedo.
El Brujo no mentía. Que me quede como estoy.

4 Comments:

At 11:17, Blogger El Brujo said...

Genial como siempre, Guaje Merucu.
¿Te había comentado yo lo de que en Logroño había muchos gitanos? No lo recuerdo, aunque es probable, porque fue lo que más me llamó la atención en mi primera visita a esa ciudad, bastante afectada, por cierto, por la piqueta de los pasados tiempos del desarrollismo...
Lo jodido debe ser ir desde allí a Albacete :-)

 
At 11:39, Blogger Guaje Merucu said...

Sí, la mención iba por ahí.

 
At 19:02, Anonymous Anónimo said...

ya no sé que es verdad y qué no, si alguna vez lo supe

 
At 10:14, Blogger Guaje Merucu said...

Nada es real y todo es verdad.

;-)

 

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