09 mayo 2007

La cuenta atrás (I)

Nada ha vuelto a ser lo mismo entre estas cuatro paredes en las que me encuentro, pues si hasta ahora me proporcionaban cobijo y descanso, desde hace unos días su principal misión consiste en ser, en todos los sentidos, una extraña y opresiva celda. Creo que todo comenzó durante la interminable noche del jueves cuando regresé, sin recordar exactamente cómo y a qué hora, a esta casa y recorrí cada una de sus doce habitaciones y entablé algo más que una fuerte discusión con mi padre. Es más, según nuestra asistenta, traté de incendiar cada una de estas doce estancias, extremo que me confirmó mostrándome varios restos chamuscados de cerillas de mi marca favorita en el cuarto de mi hija pequeña y de una de mis hermanas.

Algo ha cambiado, sostiene la dulce asistenta. Además, para más inri, todo puede darse por finalizado en lo que respecta a mi padre y a mí, a esa cordial relación que manteníamos ambos y que nos hacía en ocasiones inmunes ante el resto del mundo. No obstante, aún no tengo claro si este lamentable hecho debo de calificarlo de negativo: circunstancias como estar desde hace días encerrado en este cuarto no me permiten tener una claridad de ideas para formarme una opinión veraz acerca de un tema tan complejo, de tan difícil diagnóstico y solución.

Lo que Pamela, nuestra asistenta, me relató del incidente con mi padre, tuve ocasión de contárselo con mis propias palabras a mi amigo Arturo mientras pasábamos por debajo de la vía de circunvalación más importante de esta ciudad. Le hablé en un claro tono dramático acompañando, de vez en cuando, con lágrimas y gimoteos las frases más fundamentales de toda la historia (y también las secundarias y terciarias, por qué negarlo.) Después, compartí tamaño y desgraciado relato con Evaristo Peláez, mi antiguo profesor de Filosofía en el instituto del barrio, instituto al que consagré toda mi vida de bachiller mediocre. Pero Evaristo tampoco vislumbró solución alguna, ni encontró al menos palabras reconfortantes (de Arturo para qué hablar, se lo conté como un puro desahogo, todos sabíamos de su incapacidad para afrontar las cosas más elementales de esta vida), así que yo mismo tengo que indagar en mi interior y devanarme mientras sufro ante el lento paso de las jornadas encerrado en mi cuarto de paredes pálidas que se difuminan en la lejanía, como en un ocaso.