20 noviembre 2007

Un hombre puede ver más de lo que tú ves

Con el tacto de sangre, es sólo pálpito con lo que toco y transpiro, la sangre caliente de todo un lodazal. El picor de una cebolla me entra por cualquier lugar menos por los ojos, el papel tiene incluso sabor, las aceras son de vidrio azul.
Bajo por la escalera no sin esfuerzo, marchitados como estaban todos los rosales. La maleza me alivia, su perfume y el de la insípida hojarasca retorcida reconducen mis pasos.
Vuelvo al gimnasio, allí donde ni los más optimistas hubieran apostado por encontrarme de nuevo. Vuelvo a coger la cuerda, a saltar siguiendo el silbido, a tropezar una, dos, tres, cuatro veces y a incorporarme otra vez desde el suelo pegajoso.
Vuelvo a golpear el saco al son de las campanillas, a hundir el puño en la textura dura y acogedora que me ofrece. Vuelvo a escuchar lo grande que fui, la retahíla de victorias encadenadas como una leyenda ajena.
Agrego en mi haber la paciencia, la serenidad, la multiplicidad de sentidos sobredimensionados que exporto desde el cuerpo. No divago jamás, si antes no lo hacía ahora muchísimo menos.
Ya en la cocina, pico en juliana las verduras, hiervo el agua, recopilo los condimentos en su justa medida. Le palpo el vientre al gato, una caricia intensa que me agradece al ronrón. Me lavo las manos, agua templada, equilibrio. Me pongo a comer.
En el salón, con las luces apagadas, comienzo la lectura. Me apasiona La Odisea, aún más que el breve y adhesivo aroma de la página abrupta. La recibo casi con igual dulzura que el impacto de aquel directo que me recondujo por entero a las tinieblas.

2 Comments:

At 13:57, Blogger L' otru said...

No conocia yo tu pasado pugilistico, ¿deberiamos acojonar ante esa confesion?

 
At 19:01, Blogger David Suárez Suarón said...

Grandes textos

 

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