A Covadonga
Me había situado bajo un saliente del Museo de Bellas Artes para guarecerme de la lluvia cuando vi a aquel tipo aproximarse para hacer lo mismo. Acababa este hombre, como yo, de salir del Cubano. Recuerdo que llevaba gorra y bigote a lo Pancho Villa y sospecho que también ardor o futuro ardor de estómago tras el desayuno ligero. Eran las 8:33 de la mañana del domingo.
Me dio conversación de inmediato, me ofreció tabaco, fumamos mientras ya los goterones se habían formado y caían en gruesa cortina ante nosotros. Me preguntó que de dónde era yo; contesté displiciente que de aquí de toda la vida. Él aseveró que era asturiano pero que vivía en Madrid. A mí me chocaba su acento de Jaén o Extremadura, y me acuerdo de haberle formulado en más de una ocasión la pregunta: ¿De dónde eres? Por suerte sin que pareciera molestarle demasiado. Ampliando información, dijo que estaba aquí por unos días, que se alojaba en el Astures y que le encantaban la marcha y las chicas de la ciudad.
En aquel intervalo tuve que salir de ahí debajo en un par de ocasiones por no vomitar ante la cámara de seguridad del museo y hacerlo en el callejón. Continuamos con la charla una media hora más, tiempo en el cual nos aparecieron hasta cinco yonkis para pedirnos dinero y cigarrillos. Me habló de su amigo Antonio y de que, en menos de tres horas, pasaría por el hotel con su coche para recogerle y tirar hacia Covadonga: “Siempre lo hago cuando vengo”, precisó. Por supuesto que no tardó nada en invitarme a la excursión. “Tengo que irme a dormir de una vez”, le respondí. “Ahora ya no merece la pena, yo ya no me acuesto”, dijo. “¿Llevas las rodillas preparadas?”, comenté para parecer chistoso: “Las escaleras de Covadonga hay que subirlas de rodillas. Aunque yo no, yo no creo en dios”, proseguí. “¿No crees en nada?”, me preguntó. No contesté y nos mantuvimos callados unos segundos.
Luego le miré a los ojos sostenido y le propuse parar en el Nessy con el objeto de hacer tiempo, y claro, de no mojarnos demasiado.
Una cervezas después me encontré sentado en el asiento de atrás de un coche, con una mano en el tirador de la puerta y otra en la sujeción del cinturón de seguridad, rumbo a Covadonga, y dispuesto a arrojarme en marcha tras la primera curva.
8 Comments:
Seguro que rezó por ti
Tengo debilidad por esos episodios inesperados al estilo "Luces de Bohemia".Nunca sabes dónde ni cómo acabarán pero suelen valer la pena.¿Las subiste de rodillas?
Penitencias y persignaciones nunca fueron lo mío, pero salí de ésta (algo magullado, claro)
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Como sigas frecuentando antros de tal calaña van acabar sodomizándote, sí Fiti sí...
nunca te vayas con desconocidos, es una máxima a seguir bastante fiable... pero que atrayente e interesante es a veces...
Aprendí la lección ;-)
Gracias por tu visita y tu comment
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