31 agosto 2008

Mar el poder del mar #2

Salí del agua y tu constelación reposaba sobre una toalla mientras las gotas resbalaban y se intercalaban en mis poros. La luz de aquella tarde no decaía, las personas no parecían dispuestas a marcharse del arenal, intercambié un pie detrás de otro aproximándome como una maquinaria obsoleta. Es cierto que me creía ligero y escapaba de los arrumacos del oleaje manso y tibio cuando salía del mar. Y también que sentirse protegido, que era lo más cercano a lo que yo podía percibir, arrancaba los despojos del desasosiego, la fría forma de vivir que me había sido regalada. La tarde en la cresta de la ola, el cenit de todos los artes posibles de la supervivencia hervía.
Estuvimos en el paseo, nos reímos en las terrazas aislados de la mayoría de los jóvenes cocainómanos que desperdiciaban la noche anterior, bebimos la última copa en el suelo de la habitación sin apearnos de allí. Cuando amaneció nos despertamos muy temprano, teníamos demasiado que hacer y demasiado poco tiempo. Comimos hambrientos, podía caber todo ese hambre y más en nuestra insignificancia, estábamos convencidos.
La tarde en la playa fue el corolario y un ramillete de palabras no pronunciadas, pues eran del todo inservibles. Me bañé, me sumergí, me distraje con la arena haciendo castillos en la orilla: foso, puente levadizo que atravesé cuando subió la marea. Volví del agua y volví hacia ti, que proseguías castigando tu piel separada de la sombra.
Me tumbé a tu lado, me incliné orientándome hacia tu figura, rogándote que no te marcharas al agua. Te miré con la oposición de la fuerza solar, que me ponía las cosas difíciles. Tras el parapeto de las gafas de sol encontré la fórmula para no diluirte de mi campo de visión, diluirte en mis entrañas y así permanecer hasta que declinara para siempre la luz del día.

1 Comments:

At 22:39, Blogger David Suárez Suarón said...

Cuidado con los cánticos de las sirenas

 

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