27 julio 2008

Mar el poder del mar

Entonces decidió que era el día y se lanzó al agua, en esa zona prohibida por ser peligrosa, porque su oleaje y potencialidad eran las más temibles, pero se zambulló en el retroceso de un tiempo en el que de niño, a los nueve años, le enseñaron a nadar en una piscina olímpica, cuando creía que nada podía ser peor que aprender sin accesorios en un lugar de dos metros de profundidad, y donde un monitor con fama de duro, chulo, con un punto de arrogancia, terminó por convertirse en compinche y cordial aliado, casi un colega que tendía un lazo de complicidad y que él ahora proyectaba como un exorcismo por no poder librarse de una oscura idea, porque el deseo era más poderoso y es enorme como un corazón y el suyo necesitaba asistencia, el 112 o la destrucción, y ya peleaba con el oleaje, la mar gruesa, los remolinos triunfadores que le hacían aguadillas, ya cristalizaba el salitre en las pestañas y volvía a disolverse, y sin embargo sus brazadas eran maravillosas, con el control que estimaba tener, la displicencia por el peligro, la sensación olímpica, el podio, las tardes como espectador de las competiciones de natación en las piscinas municipales, el aplauso y la alegría por verla campeona por segunda vez consecutiva, la pena y la desolación porque no quedaban más que los aplausos y luego se marchaba a casa simplemente a recordar, se retiraba a casa para acordarse del final inventado de las noches que irían detrás de esas tardes de gloria local, pero en la batiente y la agitación, con las rocas mirando a la cara, ya no cabían por suerte los recuerdos y el cansancio, y las magulladuras no podían ser peores que cualquier recuerdo, que las manos vacías y la voz detenida en nudo marinero, y cuarta vez que el agua le empujaba hacia abajo y le incitaba al punto y final, remarcado por los gritos que, apagados, llegaban de la orilla, por las llamadas a equipos de rescate, ambulancias, helicóptero del Principado incluso, la hipérbole personificada de aquellos que no entendían nada, pues él se aseguraba que estaba cumpliendo con su deber, que era honesto y sentimental, porque decía que sólo la verdad llegaba haciendo lo que el impulso ordenaba, el impulso que el mar le cede en una suerte de intercambio decoroso que se desdibuja y se apaga como cuando termina una canción, borrándose la melodía en una desaparición paulatina, y luego él ya sólo es capaz de encontrar un brazo que le sostiene, un brazo que le rodea el cuello y le va llevando fuera del agua, los ojos de ella que están mojados, él que no alcanza a averiguar si humedecidos por agua de mar, pues ya sus ojos, después de tocada la arena, se perpetúan en la congelación de un rostro, de unas voces imposibles de escuchar, de una mañana que nunca recordará, de las palabras obstruidas por una maraña de algas.

1 Comments:

At 14:20, Blogger David Suárez Suarón said...

Mare Nostrum!!!

 

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