22 octubre 2010

El duelo

Sospecho que ni en sueños el ritmo de estos minutos les haría vaticinar que, sentados el uno frente al otro en sendos bancos a la entrada de la autopista en un mediodía de octubre, tendrían que atenerse a los hechos y a las consecuencias. Y todo porque escupían en la acera sus miradas taimadas retándose, y enjuiciaban la luz del otoño, la que convertía el sol en rocío, y repulsaban la belleza de una estampa que deglutía a rumanos ávidos por enjuagar los parabrisas de los coches mientras ellos desarrollaban su mañana absurda y revuelta y la hierba se asfixiaba debajo de sus pies, al mismo tiempo que los insectos, esas salpicaduras de barro, tañían pasivamente los ángulos que tales imbéciles no se merecían. Las llantas de los coches, pizpiretas, revivían en aquel momento breves y expuestas ante el cruce de miradas muy entrado el día y ellos, los idiotas, se simplificaban en vistazos aéreos tanto más complacidos como inservibles llegaban las morosas cuentas que rendir.
Abiertos a la correspondencia de un qué más da que sea lunes, que sea viernes, que sea sábado, con su idiosincrasia proseguían lastimando la mañana, con un desafío, con un insulto retrospectivo. Propinaban golpes a la vida igual que a la ropa mojada, vituperaban el bastidor otoñal con un periódico entornado y la vista siempre avizor al abordaje, ventilaban como un brasero rancio y con el mismo labraran sus esperanzas extinguidas.
Obsceno, en su cualidad de camorrista, uno de los sujetos da sombra a un libro de Pérez Reverte que apoya a su derecha encima del banco; el otro, para no ser menos, le planta el ejemplar de La Razón en sus narices; claro que a los metros de distancia suficientes para que la bronca no se haga verbo. Pronto el cruce de miradas dudoso, pues el espécimen más cercano lleva unas gafas Ray-Ban de sol muy negras y el opuesto se alborota a causa de la impertinencia desvergonzada. Un desánimo justo, desconcertado, de la puta que lo parió, enfrasca a los dos tipos en un combate magnánimo, una fanfarronada que en otra época -le hubiera dicho seguro el del libro- se zanjaría a punta de espada, mas los lubrificados contendientes no parecen estar por la labor.
Y es aquí cuando entra la luminosidad activa, la encía de la oración de otoño y la templada barca en la ensenada; es el instante odiado, el de la deserción y la delación, con los dos ejemplares sin combate, inclinando la cabeza, los rayos ungiendo las pétalos de las flores, narrando batallitas para sus adentros, el murmullo penoso. Es cuando ante tamaño fotograma confuso un individuo al margen, que surge debajo de una piedra y ajeno al populismo, les encaja un par de disparos, para cada uno el suyo, por gilipollas.

2 Comments:

At 11:29, Blogger El Brujo said...

Muy bueno... y gran final...

 
At 17:32, Blogger gorki75 said...

Si no fuera por la barroca adjetivación parecería escrito por el Brujo,je,je.Los lunes al sol...

 

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