20 julio 2006

Oscuro bajo el túnel

Viajar en el último vagón del metro, cabeza de línea, línea 1 como en la canción pero sin drogas. ¿Sin drogas? Sólo hasta que tres jóvenes ingresan en el tren, son dos chicas y un chico, hay una pareja segura. El trío es una posibilidad en el alegre horizonte, observo. En la mano izquierda de la desparejada se refugia una colina de tabaco condimentado, a la que la interfecta aplica en sabios intervalos la llama de su mechero bic; luego, entre el índice y el pulgar, deshace las chinitas con denuedo, pese a las acusadoras miradas que recibe de buena parte del vagón. Le está quedando perfecto, sin duda.
Los tres están sentados: la pareja en asientos contiguos y la artesana frente a ellos. Yo viajo de pie, apoyado en la pared trasera, haciendo como que no me entero de nada, inmiscuyéndome por contra en la acción. A pesar de mi mueca indolente tomo nota y finjo escuchar a través de los auriculares música que pueda conectar con la juventud, sin que nadie sepa que las pilas se me agotaron hace tres estaciones.
No comencé muy bien con el teatro poco antes porque, sin ser consciente del escenario al que me enfrentaba, tamborileé "El Tamborilero" sobre la superficie lisa de la pared del vagón. Nada más y nada menos que la versión de Raphael. Atónitos se quedan los viajeros hasta que vuelven a centrar su atención en eso tan raro e ilegal que hace aquella chica. El hombre que más cerca está de ella se mueve al centro, junto a una puerta; otro que se sienta enfrente, en diagonal, amaga con decir algo en señal de protesta y pone cara de que allí huele muy mal. Nadie dice nada, y la amiga le pasa un papel a la lianta para rematar la faena.
Por mi parte sigo moviendo mis extremidades al ritmo de algo que puede ser Pignoise o El Canto del Loco. Me la estoy jugando seriamente, quizás debiera haberme decantado por el hip-hop, todo con tal de atinar y ser yo el centro de atención: pero siempre es en vano. Me pongo las gafas de sol y se suceden las paradas.
Cierro los ojos.
Los abro y a mi izquierda se apoya con mi misma postura un septuagenario: posiblemente vaya más encorvado, aunque sé que eso es cuestión de tiempo, de no demasiado tiempo.
Cierro los ojos.
Los abro y me seduce la parsimonia de la chica al enrollar el cigarrillo, la delicadeza con que humedece la zona engomada del papel. Calza zapatillas nike sobre calcetines nike, viste pantalón de chándal azul marino y camiseta blanca sin mangas. Está muy delgada. De mirada un tanto perdida -casi estrábica- y sonrisa al viento advierte a sus amigos de que está próxima su parada. Se levantan al unísono y se incorporan al enfermo andén. Las puertas se abren y se cierran de inmediato.
Permanezco de pie y desafiante, con los ojos bien abiertos tras las gafas de sol, cantando canciones que no existen.

2 Comments:

At 18:33, Anonymous Anónimo said...

Pignoise, no puedo dejar de pensar en ese maravilloso futbolista que fue Álvaro Benito, su lesión supuso una gran pérdida para el madridismo, para el fútbol ..... y para la música.

Por lo demás otro excelente guión corto, aunque mi favorito sigue siendo el viaje a Albacete, aun más que Mrs Fly aunque como serie episódica promete..

 
At 20:39, Blogger Guaje Merucu said...

¿Se nota que no trago a Pignoise? Jejeje. Tampoco la serie "Los hombres de Paco".

 

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