Reiniciar (I)
Sofocaban las últimas cenizas de la revuelta, la capital tomada por las fuerzas del orden y nosotros todavía fuertes en nuestro piso, nuestra sede central de insurrección. Supongo que nadie sabía a esas alturas qué coño hacíamos allí, con la guerra perdida y pretendiendo dar batalla con las armas más precarias que se puedan imaginar, y sin embargo semejábamos ser un núcleo compacto y firme contra el aparato de represión. Más de uno se preguntaría para sus adentros (nunca por fuera) para qué, probablemente todos lo pensábamos y nadie decía una palabra, sólo las de la energía y lucha reconcentradas y unidas bogando por la Libertad. De modo que todos aquellos hippies y demás prole heterogénea malvivíamos en un piso amplio aunque incómodo y con el amor y el hachís por estandartes.
Los chasquidos bélicos se acrecentaban entrando por nuestras ventanas rotas surcando el desánimo instalado y no declarado, como decimos en líneas precedentes. Estábamos más que hartos de asambleas y nadie pronunciaba de una vez un todos a correr y a tomar por culo, tengo algo de dinero en el banco y puedo conseguir trabajo en la oficina otra vez haciendo un apaño, borrando mi historial.
Estaban las cosas crudas antes del desenlace, sin plan A ni por descontado B, y desde hacía unas horas unos tipos perpetraban obras en la entrada posterior, al pie de la vieja escalera. Nos aseguraron que eran del Partido, pero cada vez se volvían más sospechosos, y ya no era noticia que desde hacía un tiempo todos desconfiábamos de todos.
Y es que no se puede hacer la revolución con un culo comodón y pusilánime. Allí en nuestro piso esa máxima se cumplía a rajatabla.
Llegó por evidencia el cerco definitivo, con la policía acorralándonos había que hacer algo. Llegó por supuesto la espantada general, el riesgo y la sangre galopando y el fin como epitafio más honroso. No recuerdo cómo llegué al exterior sin ser detenido, me contaron que fueron mayoría los que cayeron con ese primer gesto, no obstante me traía sin cuidado pues no era yo uno de ellos.
Abrigaba una certeza aún más favorable, sabía que yo no estaba registrado en sus ficheros, era como si nunca hubiera formado parte de la sedición ni de minucias tales como resistencia a la autoridad o demás zarandajas. Y ese vínculo de esencia, el no tener nada que perder y a la vez todo lo contrario, constituían el bucle nutritivo primordial del que me alimentaba al emprender mi huida por los arrabales.
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