18 julio 2008

El lenguaje del silencio (I)

Colgó mi padre al perro de un olivo y después nos hizo un gesto para que nos metiéramos en el coche. Mi padre, que dijo que el perro no valía para nada, ni para dar pena. Se puso al volante luego y arrancamos con destino al que llamaban paraíso de la costa verde. Nos íbamos de vacaciones, las primeras que puedo recordar en un sentido convencional. Dejamos atrás muy deprisa el polvo de un camino que de sobra conocía, ése que me había forjado y hecho sentirme apegado a la tierra, perteneciente a algo realmente poderoso. Miré con cierta añoranza lo que se iba quedando a los lados y entonces me recreé en lo que poseía: una familia, con mi hijo, mi mujer, mis padres. A mi padre lo miré más fijamente durante un instante, un hombre que me había enseñado todo sin balbuceos, porque las dudas son malas compañeras, como dijo en una ocasión. Mi padre, con el que aprendí en aquellos primeros años que lo propio de la existencia se asentaba en vida y muerte, un binomio que mandaba a las llamas tantos devaneos inermes de muchos seres humanos torpes y débiles. Siendo yo un chico de más bien pocas luces no hubiera estado de más que me hubiera explicado mi padre de dónde venían los niños, ya que lo tuve que aprender a los dieciséis años tras pasar la tarde con la que hoy es mi esposa en el trigal. No obstante, ésa era otra de las leyes, los hombres tienen que hacerse y vivir como hombres desde el primer impulso, criar y mantener a la familia, tañer los días con mano firme y bondadosa. Como también es moneda común por aquí, abandoné los libros a temprana edad, objetos inútiles, sostenía otra máxima de mi querido progenitor.
Fueron pasos naturales los que arriba se describen, ritos y costumbres que había que seguir con fervor religioso los que encauzaban mi vida, y no fui dado a cuestionarme nada de lo que parecía predeterminado. De ningún modo sentí simpatía jamás ni inclinación hacia cualquier forma de melancolía, de reconcentración o de amargura. No era concebible, era sobre todo impensable, aunque me viese sumergido un día extraño en una suerte de tristeza indescifrable e indescriptible, un pensamiento como un nubarrón sombrío, opaco y al tiempo translúcido, que parecía evocar pasadizos inexplorables, sorpresas seguro que miserables mas esclarecedoras, pero que yo por encima de todo siempre recordaré como un cielo arrojando desgracias tras atizarle a la piñata en la fiesta mayor del pueblo.
Después de ese día no vinieron más, ni siquiera atisbos de algo semejante por fortuna.
A pesar de todo lo que os cuento, de mi generador atávico -si se me permite la expresión-, con el tiempo me fui aficionando a dejar un cierto rastro en hojas sueltas, garabateaba palabras, frases sin conexión aparente, auspiciado por lo llamativas de algunas de ellas. Así que, alguna que otra tarde, diccionario de la lengua y de sinónimos junto a mí, empleaba la excusa de poner a bailar palabras en base a sencillos trucos sólo porque me gustaba, por el disfrute sin finalidad, una idea que creaba en mí una especie de contradicción magnética.

1 Comments:

At 12:21, Blogger evamaring said...

Redondo.
Perfecto.
Ojalá llegue pronto el (II).
eva

 

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