13 julio 2008

La patxanga

A Sergio Algora

Bajamos del autobús, no se podría decir que ganaríamos sin bajarnos del autobús, y eso se comprobará más adelante.
El colegio se mantenía igual pese a los años transcurridos. Líneas mal pintadas, tal vez borradas por el uso, por la desidia del tiempo. Íbamos como en pos de la estrella fugaz, la estrella polar, la revancha y la estulticia. Calentamos. Yo más levemente, pues me tocaba de nuevo calentar el banquillo. Esos jodidos bancos, incómodos y helados. Estiramos. Estiré los minutos, el vaho que se formaba al abrir la boca. Puto tabaco, quién aguanta un sprint. Yo que prescindía de ellos, de los sprints, que era un auténtico pulmón en la medular: recuperar y distribuir, llegar al borde del área, remachar. Ahora me traía bajo el brazo El Tratado de la Desesperación de Sören Kierkegaard, más que nada por acojonar, como le escuché decir una vez a Fran. Poco más se podía hacer. Ni cantar con los muchachos en el viaje, ni provocar al conductor, todo se había desvanecido.
Se inició el partido con un pobre juego por las bandas y la ausencia de posesión de la pelota por nuestra parte. No me esperaba menos, de ahí la no decepción. Cayó el primer gol en contra, y en cuatro minutos, dos más. Abrí el libro, por joder sobre todo al míster. ¡¡Puto pusilánime, encima tú con el librito de los cojones, cagondiós!!, dijo. Me metí una sonrisa por dentro. De inmediato mandó calentar al otro chaval que había dejado en el banquillo, Saúl, un tipo con una clase envidiable, regate, cambio de ritmo y buen disparo, aunque un vago de la hostia. Jota y Romay no conseguían abrir la defensa rival, y menos con un 3-0 en contra, los cabrones de enfrente manejaban la situación a sus anchas. Me volví a meter otra sonrisa para adentro, a pesar de que me jodía esta derrota bastante más que al borracho del míster. Entró Saúl en la cancha por Eugenio, el crack del equipo.
Entonces, al poco tiempo, me mandó calentar a mí: venga, figura, sal ahí, te regalo los minutos de la basura, me dijo. Me metí en la pista sin saber bien dónde ponerme: joder, otra vez, dónde coño está mi sitio... Anduve como un boxeador noqueado casi todo el rato, tratando de contener las avalanchas rivales con escaso éxito. La presión del equipo contrario era insoportable, y los minutos restantes un suplicio. Hasta que no encontré mejor manera de despejar un balón suelto en el medio campo que largando un derechazo de aúpa, que se coló en la portería rival tras golpear el larguero. Se giraron todos hacia mí con un gesto de incredulidad tal que ni siquiera fue celebrado el gol. Percibí tímidos aplausos de un pringao del banquillo enemigo, no sé si premonitorios ya que, en la siguiente jugada y cediendo al acoso de tres contrarios, introduje la pelota en propia puerta durante el lance de una desesperada cesión a nuestro guardameta.
Por fin se sintieron los tres pitidos y todos nos fuimos, en palabras del míster, a cascarla.

2 Comments:

At 19:35, Blogger evamaring said...

Si se me permite debo decirte que me parece un homenaje cojonudo.
Un cuento fantástico,para leer muchas veces y sonreir multiplicado por ene con cada guiño.
Y una confesión: he ido dos veces al diccionario, una con suerte y otra no.
Un beso desde fuera del área
eva

 
At 08:41, Blogger David Suárez Suarón said...

Buen relato.¡Vaya crack!

 

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