07 septiembre 2008

El páramo en cenizas

Quedó el páramo en cenizas. Los parabienes se extinguieron con las últimas llamas. El bosque ya no es verde.

Salí del cuarto de baño una vez me hube afeitado a conciencia. Mientras lo hacía entró un tipo con cara de imbécil y se quedó mirándome unos segundos. De inmediato se metió en uno de los habitáculos y se encerró atemorizado. Me pregunté de qué tenía miedo, ya podía protegerse tal vez del calor que hacía allí porque yo simplemente me afeitaba tomándome mi tiempo, no había nada más. Puede que mis pintas andrajosas le hubieran hecho tener una idea equivocada, preconcebida, mejor dicho.
Salí del cuarto de baño una vez me hube afeitado a conciencia y salí después del tipo aquél con cara de imbécil y de merluzo. En el vientre del centro comercial las cosas no mejoraban demasiado, el ligero bajón de temperatura respecto a la que se padece en el baño no era suficiente. Nada es nunca suficiente, aunque yo desde hace una buena temporada me tenga que contentar con lo imprescindible: economía de subsistencia, es como lo definen los libros.
Salí del cuarto de baño, me encaminé hacia un banco del pasillo principal para apostarme como cada mañana, una siestecita en alerta era la rutina, luego se imponía el oficio de buscarse la vida. Escudriñé torcidamente el panorama mientras me recostaba, y zanganeando avisté a Manolo, el segurata. No tenía nada que temer de Manolo, pues nuestros territorios quedaron delimitados a las primeras de cambio. Me intentó echar del centro comercial la primera vez; y ésa fue la última. En lo sucesivo se comportó sin marcialidad conmigo, hasta me invita a café y tabaco en sus jornadas más inspiradas. Le hice un gesto en la distancia y cerré los ojos.

Entré en un arcano sarcástico y delirante, en un viaje crepuscular, en un hotel donde alojaban a las familias en caso de overbooking en las neveras de almacenamiento masivo, donde para llegar a las camas era imperativo subir por unos cien peldaños de nivel considerable, y el abrigo mejor no olvidárselo, y la mascota, el gatito o el perrito, era preferible no descuidarlo dentro porque seguro que lo convertían en hamburguesas para la temporada siguiente. Erré por el sin par despeñadero del ocio y las necesidades terciarias, lamentándome no haber invertido más dinero en mis vacaciones y culpándome por tacaño, ya que si bien se hacía dolorosa la bajada, qué podría explicar de la subida y del ruido a primera hora de los empleados del hotel en busca de piezas de carne congelada para el almuerzo, luego para la cena, los helados o los postres, hasta el Sr. Director incluso, que allí mantenían petrificado desde los tiempos del boom en que los subordinados se rebelaron por una mejora en sus condiciones laborales y pecuniarias. Hasta al Sr. Director extraían de su cápsula en caso de reclamación de algún cliente descontento, y lo sentaban frente a él para que el disgustado reclamante fuera escuchado.
Poco que añadir respecto a las excursiones, que no eran más que itinerarios por descampados atestados de escombros y basura, toneladas de cochambre y un guía haciendo gala de una ausencia total de modales, conocimiento y profesionalidad. De excursión nos encontrábamos el segundo día de estancia, y a los alrededores de un bosque nos condujo el representante del hotel. Muy rápido divisamos a tres personas armadas y poniendo al fuego antorchas en actitud digamos que extraña, si no -hablando claro-, en actitud hostil. Unos metros más allá una pareja copulaba ancestralmente, acto que de improviso interrumpió un gigantesco hombre peludo con un machetazo sorprendente. En seguida se oyeron los alaridos de la más violenta de las respuestas, las armas blancas y el fuego. Éste se extendió tan deprisa que a nosotros, los pobres excursionistas, no nos concedió tiempo para la reacción. Lo siguiente fue el páramo, los parabienes, el bosque que dejó de ser verde, nosotros en un callejón sin salida y con plena consciencia de futuro, cuando tanteo en busca de la mano de Laura que no está a mi lado.

La mano de Laura me agita entonces el cuerpo delicadamente sosteniéndome por el hombro. Y al tiempo, con el mayor de los escándalos, el despertador no para de zumbar.

2 Comments:

At 07:47, Anonymous Anónimo said...

Terriblemente bueno. La contraposición del tiempo Bladerunner y la mano de Laura es fantástica. Muyyy bueno.

 
At 08:31, Blogger David Suárez Suarón said...

Un caos para despertar a otro caos jeej

 

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