06 enero 2009

Mosquificación

Realmente me da igual -me repito- y entonces cojo carrera, una carrera insignificante y voy hacia la barandilla de la terraza y me apoyo en ella y salto.
Sobrevienen ocho pisos en caída libre, un vuelo que revierte eterno, la calzada en cambio se acerca a pesar de la percepción de cierta lentitud, y ya restan metros, muy pocos metros cuando se multiplica, se sobredimensiona el campo de visión, cuando no impacto contra el piso y me elevo ligero y diminuto favorecido por las corrientes de aire, también por las hercúleas alas cosidas en la textura negra.

Rebuscando entre los desechos orgánicos me gano el sustento, a veces posando mis patitas en papeles impregnados por restos grasientos, partículas que pudieron albergar alguna forma de vida, otra forma de vida quizás, mejor o peor, seguro que mejor que la vida que yo llevaba, la que me impulsó a tomar carrera, ésa que no se interpuso en mi magistral apoyo de manos en la barandilla y el salto posterior hacia el resguardo añorado, hasta que alguna extraña razón introdujo un cambio de planes o, mejor dicho, de guión.
Huelga decir que no escatimo placenteros deleites sobre las sustancias que arrojan perros o aves. Pese a la muestra de mal gusto que supone este apunte grosero y deliberado, me encanta recrearme en todo lo que repugna al ciudadanito de a pie, al menos eso me va a quedar, me digo siempre. El mismo individuo que no hace más que intentar acabar conmigo, y no tendrían que ser los hombres tan pelmazos, pues ya debería ser bien conocido el insignificante tiempo de existencia con que la naturaleza ha dotado a nuestra especie, dato que en mi particular es dudoso al venir, al devenir mi existencia de una sustancia humana pretérita.
Pues bien, hechas estas reflexiones obvias, a nadie se le escapará que huyo de la vida del ser racional como del diablo, en mi caso el diablo de las moscas que también existe, y mis planteamientos vitales pasan por lo primordial de la busca de alimento y de calor, léase calor en todo el amplio abanico de su significado.

Encontrando de este modo un dulce estado de paz, no hay que olvidarse de la traicionera tentación, porque no es menos cierto, a pesar de todo lo argumentado, que la insatisfacción se presenta en cualquier lance vital, y las moscas no íbamos a ser menos.

Todo se inicia en un día suave y a la vez frío de este invierno navideño, en el día de hoy, cuando el cielo es recorrido por nubes de granito aunque no llegue la lluvia, pero que instiga a guarecerse en rincones que se salgan de lo común, esa ordinariez de tener alerta los sentidos, el prisma entreabierto de seguido. He llegado frente al ventanal cálido, la ráfaga de luz envolvente, la compañía humana que parece fuera de toda sensación de amenaza. Un rato después de revolotear coquetamente me cuelo entre las cortinas y entonces inspecciono la casa estancia por estancia, llevándome un pequeño chasco en el cuarto de baño, aunque no en la cocina, punto en que me detengo a darme un festín con el cubo de basura mal cerrado.
En la sala de estar sale una luz de colores de su encierro rectangular, un fulgor muy cambiante, un atrayente cobijo temporal, hasta que al poco tiempo unos manotazos provocan mi estampida aérea.
Ya en calma, en intervalo espacio-tiempo que a mí me supone un aburrimiento profundo, vislumbro la figura cilíndrica que se convierte en centro de mi objetivo de posarme y libar, porque me impregna el aroma a glucosa y ya casi me veo alojado en su interior cuando en efecto me poso en el interior de sus paredes, las recorro ante la indolencia de su propietario, me recreo pensando que me ignora el hombre tranquilo -que es como lo bautizo sobre la marcha, la vida puede ser tan corta que toda deliberación ha de venir ágil-, chupo, marco, paseo por encima de las paredes cristalinas del vaso, me acerco más de lo oportuno al poso magnífico de cerveza y limón, me acerco tanto que se empapan las alas sin remedio, que me caigo dentro del líquido, que peleo con ímpetu empeorando aún más las cosas, llenándome patitas, alas y cuerpo de un brebaje milésimas antes majestuoso, milésimas después letal, porque no me vas a negar tú que me miras, tú que no mueves ni un dedo por ayudarme a salir de aquí, tú que diría que te recreas, que te regocijas, que te extasías con tu miserable postura, que me queda medio telediario.