05 abril 2010

Dos hombres con sombrero



Instalado en la media luz más cotidiana los casi 300.001 habitantes, contando a la gente de paso por la ciudad, concurrían con modorra a la salva acuática que emanaba del cielo, en un barrido singular. Si bien el ennegrecimiento del cielo podría haber servido como pista, aquella media luz tan ordinaria me había vacunado de espantos, hasta el extremo de que ni era igual ni no lo era: la convergencia de la luz, el disuelto reflejo en accidental escaparate como una imagen de vuelta equívoca, a veces un grito y una mención hacia un nombre que en ninguna circunstancia sería mi nombre.
Es natural convivir con la hamaca de la deriva, pocas cosas hay más populares, poco terreno tan perenne. Y ahora es el dingdong que justamente pugna por indicar la próxima parada pero bien es verdad que no hay parada ni bajada, no hay bajada más acusada, ni despeñaderos más oblicuos. Y luego la cortina de azul, un embotamiento frente a la presteza que es como la angustia, la zozobra que va saltando de lado a lado, deseo de no ver franquear al ancho de la luz el envés de los días, posiblemente el temor fundado que resuena. Todo aquello que se ha perdido como una cuchillada, todo lo vaciado, cortocircuitado, el ciclo con los sedimentos en la tripa, desdén y respiración, pisadas sin dejar rastro, porque ya todo da igual.

1 Comments:

At 22:29, Blogger David Suárez Suarón said...

entrar muy dentro del sombrero?

 

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