Reiniciar (II)
Será lo anodino el mar, las palabras gastadas, ese llamado viento nuevo que cacareamos en las decisiones asamblearias. Me vi metido de lleno en la emboscada, ya que hasta en la barriada sitiaban la ciudad los agentes del orden. Noté que me impregnaba un desagradable olor a sudor y que en la cara se aposentaban los pegotones de barro, y seguía sin recordar. En el área común encendí mi portátil entre los vehículos, intentado encontrar en la red la respuesta, una estrategia endeble que me indicara la dirección a tomar. Temblaba de miedo, con el frío desencadenado en las calles.
Se presentó, emergiendo de las sombras Oliverio, camarada del que hacía demasiado tiempo no tenía noticias. Me habló con tanta tranquilidad que presentí que él sería la persona que me entregase, que la partida se había acabado. Me dijo que la mejor de las decisiones sería volver al centro andando por el arcén, cuando se hubiese terminado la acera. Por caminos rodeados de huertas abandonadas, puesto que los campesinos hicieron gala de ser los primeros en caer en manos del Gobierno meses atrás. Le miré de frente al tiempo que de soslayo. Le escuché en cambio como al asidero festivo que me sostendría a corto plazo. La ciudad era una trampa pero los barrios lo parecían ser aun más con ese estruendo y jolgorio de fusiles y pistolas, con sirenas y coches patrulla, furgones, caballos policía y motocicletas. El festín del Orden y la Muerte. Si no deliraba escuché también el aleteo inconfundible de los helicópteros.
Así las cosas, no me quedaban muchas salidas y diré que ninguna porque los Ministros se pavoneaban en sus coches oficiales y uno de ellos no tuvo mejor ocurrencia que estacionar junto a Oliverio y junto a mí. En un primer impulso, aparte de entender que se acaba el viaje, quise correr sin rumbo, de eso sabía yo demasiado. Oliverio, manteniendo la cordura, me hizo un gesto elocuente con el fin de que no moviera un dedo y mostrase aires de normalidad. Seguí prestando atención a sus consejos y siguiéndolos fielmente mientras se sentaba el Ministro a mi lado, y la tensión era un arma irresistible sin carga de futuro.
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