Reiniciar (y III)
La paranoia en los hombros y al borde de la carretera, había logrado zafarme de la presencia intimidatoria del Sr. Ministro y seguí el curso de la escapada merced a las directrices de Oliverio, al que despedí con un abrazo tenue. Pasé un mal trago junto a la Autoridad fingiendo ser un ciudadano afín a las tesis gubernamentales, enmascarado en el bien y la formalidad, pese a que me temblaba hasta la pituitaria. Después de un rato sentado como si leyese la web del periódico oficial del Estado y lanzase un par de comentarios a favor del ejército, me deslicé entre los coches del área sin quitarle un ojo al escolta ni al Ministro, acechado por sus miradas un pelín desconfiadas. Estuve un tiempo dedicándome a salir de allí, porque no era tan sencillo si se tiene en cuenta que no había más que policía, y que en cualquier momento me podrían parar y sin media pregunta encerrar y acabar de frente en la mesa de torturas.
Y ya había escogido mi ruta hacia el centro de la capital, como me explicó Oliverio. Sin saber cuál sería el siguiente destino caminé, con la premura de la inmediata salvación, una etapa que quemar sin magulladuras graves, que era lo más valioso que conservaba.
Sobresaltos varios puedo reseñar en el tránsito, aunque pronto percibí que me resultaría a la postre fácil confundirme en el casco antiguo con la ciudadanía bondadosa junto a mi impostada determinación.
Las calles vivían el claro estado de sitio, y sin embargo se mantenían vestigios de paz que se manifestaban en comercios en normal funcionamiento, gentes que trabajan y limpian y hacen la compra o niños que juegan completamente ajenos. En una de las plazas disputaban un partido de fútbol empleando la puerta de un garaje como meta. El balón salió hacia mí y se lo devolví a la primera, a la segunda, pero a la tercera no pude resistirme, quería jugar también, y lo paré para lanzar un libre directo. Me moví con gesto concentrado, meter el gol decisivo del torneo y quedar campeones. Los chavales no estaban muy convencidos, pese a todo me permitieron acabar con la parafernalia para evitar enfrentarse a alguien que les triplicaba en edad. Y no es que haya ensayado una perfecta falta a la escuadra, pero mi ejecución me dejó satisfecho: golpeo seco, firme, primero elevándose y, al caer a plomo, colándose después de un bote junto a la cepa del palo derecho del portero, a quien no le quedó más remedio que hacer la estatua.
Regresaron de pronto las sirenas y las carreras, las tenía encima, anexas a la plaza. Tuve que salir de allí buscando las calles estrechas de la parte vieja, sabiendo que una patrulla del ejército se disponía a retomar la caza.
Pisándome los talones, dos soldados hacían presencia con sus jadeos. Enfilé la escalera que comunicaba dos barrios con la cabeza en el balón, soñando con que estaba a tiempo aún de ser, si no un dios del fútbol, ése que un día definiera sin despeinarse un pase de gol de mortal necesidad, y levantara la copa abrazado al capitán y llorase de felicidad.
2 Comments:
Te he seguido. No sé si desde el Barrio Latino hasta Ciudad de Dios- ¿hemos dejado atrás las huertas o lo he soñado?- y lo que más me ha gustado es sentir la angustia de la persecución en la nuca, como en las pesadillas y saber q cuando me pese luchar en tu bando bastará con salir de esta página, apagar el ordenador y buscar en Rayuela una ciudad q no existe.
Muy chulos.
Besos
eva
Se me va la pelota cada vez más, jejeje.
Menos mal que apareces tú y pones un poco de orden cuando comentas.
Muchas gracias
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