15 junio 2008

Trapecio

En lo más alto, junto al cielo de la carpa he decidido quedarme. Fue después de la sesión del jueves, llevo ya cinco días aquí subido. Intentaron hacerme bajar de diversas maneras durante las primeras cuarenta y ocho horas, pero sigo convencido de que mi decisión es la correcta. Mis compañeras se subían y se ponían a mi lado, diciéndome que me bajara, que el show había terminado. Al principio utilizando el sentido del humor, los chascarrillos y el buen rollo condescendiente. Una vez comprobado que no iban a lograr nada, se emplearon con artes más contundentes, y luego perdieron la paciencia. Me he enterado de que incluso ayer decidieron abandonar el circo, mi actitud les estaba poniendo en entredicho su profesionalidad y su futuro. Con Pipo El Payaso ocurrió de manera similar: se exhibió a gusto y sacó todo su arsenal de muecas para hacer deponer mi terquedad. Y más de lo mismo, acabó cagándose en mi puta madre hasta en diez ocasiones. De Pipo me cuentan que todavía sigue por aquí, más preocupado por darle a la botella mientras aguarda que algo o alguien consiga echarme abajo. El compañero Hombre Bala se la jugó a una carta y aún desconocemos su paradero. Apuntó con su cañón hacia mi trapecio, se calzó el casco y salió despedido con la idea de cazarme al vuelo. Por milímetros no lo logra, sin embargo lo último que contemplé junto con su estela fue el maravilloso agujero que dejó cuando atravesó la carpa. Hasta uno de los elefantes intentó tirarme al suelo con una monumental trompada. Es que estoy demasiado alto, amigo, le dije observando el fracaso de su ensayo. Los caballos relincharon a mis pies montando el numerito, reuniendo toda su elegancia en una nueva intentona, pero bien sé que tardarán menos en borrarse las huellas de sus cascos en la arena que mi firme creencia en permanecer en el trapecio. Finalmente, el domador agitó el látigo de manera patética, yo creo que con más ganas de fustigarse por el parón de la actividad del circo que de otra cosa, pues no era un tipo tan estúpido, y me conocía a la perfección.
Mis días tienen por fin otro color, acrecentados los matices con la luz que entra desde el agujero causado por el Hombre Bala, y un halo de serenidad se apodera de lo que hasta hace cinco días era un horrendo espacio de trabajo forzado. Ahora las gradas vacías gozan de una categoría suprema de belleza. Mi traje sigue brillando esplendorosamente, y me siento un gigante de pies a cabeza. Ellos, hormiguitas patéticas y sin alma.

Al paso de los días, las fieras rugen agitadas desencadenando una sinfonía inquietante. Ignoro que haré después, pero por lo pronto me digo que no tardaré en arrojarme a su jaula: de sobra es conocido que la alimentación es primordial para que no se extinga el ciclo vital, para que el sentido telúrico del mundo se perpetúe.

1 Comments:

At 12:30, Blogger evamaring said...

¡¡¡Me encaaaanta!!!lo he leido ya varias veces y vuelvo otra vez, qué chulo Guaje!!! Me parece un cuento fantástico!!! qué bonito
qué bien

 

Publicar un comentario

<< Home