28 junio 2008

Grégoire Simpson (4)

Un día Troyan, su vecino de la derecha, que volvía a casa a las dos de la madrugada, vio que había luz en el cuarto del joven estudiante; llamó, sin obtener respuesta, llamó otra vez, aguardó un instante, empujó la puerta, que no estaba realmente cerrada, y descubrió a Grégoire Simpson acurrucado en su cama, completamente vestido, con los ojos abiertos, fumando un cigarrillo cogido entre los dedos medio y anular y usando como cenicero una vieja zapatilla. No alzó los ojos cuando entró Troyan, no le respondió cuando le preguntó si se encontraba mal, si quería un vaso de agua, si necesitaba algo; y hasta que el librero le tocó ligeramente el hombro, como para asegurarse de que no estaba muerto, no se volvió de golpe contra la pared murmurando: "Déjeme en paz".
Desapareció de veras a los pocos días, y nadie supo nunca qué fue de él. La opinión que prevaleció en la escalera fue que se había suicidado, llegando incluso a asegurar algunos que se había tirado al tren desde lo alto del puente Cardinet. Pero nadie pudo aportar pruebas de ello.
Al cabo de un mes, el administrador, que era propietario del cuarto, mandó precintarlo; al otro mes llamó a un notario para que levantara acta conforme estaba vacío y arrojó los cuatro trastos miserables que contenía: un banquillo estrecho, apenas lo bastante largo para servir de cama, un barreño de plástico rosa, un espejo desportillado, unas cuantas camisas y unos pares de calcetines sucios, pilas de diarios viejos, una baraja de cincuenta y dos cartas, manchadas, sobadas, rotas, un despertador parado en las cinco y cuarto, una varilla de metal acabada por un extremo en un tornillo fileteado, y por el otro en una chapaleta de muelle, la reproducción de un retrato del Quattrocento, un hombre de rostro a un tiempo enérgico y obeso, con una minúscula cicatriz sobre el labio superior, un tocadiscos portátil forrado de pegamoide granate, una estufa de aspas, tipo ventilador, modelo Congo, y unas cuantas decenas de libros entre los que estaban las Dieciocho lecciones sobre la Sociedad industrial, de Raymond Aron, abandonado en la página 112, y el tomo VII de la monumental Historia de la Iglesia, de Fliche y Martin, sacado dieciséis meses atrás de la Biblioteca del Instituto Pedagógico.

Georges Perec, La vida instrucciones de uso