Secuencias
La muerte de un perro
Yo marchaba buscando la calle que me sacara de la ciudad a través de los polígonos industriales, en esa ruta que comunica el centro con la estación, en esa desolación donde no hay flores u ortigas, ni fuego en las montañas ni riachuelos cargados de desechos. Al entrar en la plaza de línea y separación tubular los gruñidos de perro se expandieron, también los alaridos de perro, los de un ejemplar más pequeño que a veces se sostenía en el aire atrapado por el cuello, sostenido por las mandíbulas del mayor, bicho al que le lanzaban de todo con tal de que soltara al bicho más pequeño. El perro más pequeño fue liberado sólo para convulsionar su cuerpo por el suelo, coleteando como un pez recién sacado del agua del que escribir que el fin de su existencia es sólo cuestión de segundos.
El almuerzo
Con mi padre, con mi hermana. Un local muy amplio, un restaurante prodigioso. Me levanto al baño y tardo siglos en llegar. Había mucho camino por delante. Orino largo rato, me lavo las manos, me miro al espejo. Coloco las manos bajo la máquina ésa que expulsa aire con poca eficacia. Termino secándome a las perneras del pantalón. Abro la puerta esforzadamente, pesaba mucho la puerta. Subo las escaleras después de la caminata para buscar nuestra mesa y asiento. Mi padre me corta el paso al pie de las escaleras que acabo de subir. Hay una puerta a su izquierda si las miras desde arriba. Mi padre me sujeta por un brazo y por la cabeza y me estampa contra la puerta. La que hay justo a la izquierda de las escaleras.
La siesta
Duermo a la vez que mis vecinos terminan de cocinar, de pasar la aspiradora, de tender la ropa, de abrir y cerrar las ventanas, de suspirar, de dar pasitos sobre el techo o a mi lado. Abro un ojo de vez en cuando para verlos asomados a mi ventana: es una pareja joven que cuchichea con medio cuerpo fuera del marco, con una indomable persistencia, una terca fijación en no marcharse nunca de mi cuarto.
La muerte de un narrador
El entumecimiento global, consecutivo, plano de cabeza, tronco y extremidades al alimón, la parálisis dulzona pues no va acompañada de dolor alguno, la conciencia de que el ridículo puede ser un epitafio al igual que se mitiga la fuerza de aquella conciencia que mencionamos, indicadores fatales de este final que se arrima tan pronto como las sábanas se despegarán, y el cuerpo se convertirá en aquel carámbano de hielo que siempre fue.
5 Comments:
Con alfileres y cortes de cuchilla pero bueno.
me ha cambiado el rictus después de leerlo... me lo suelo creer todo... soy así de boba...
por cierto, gracias a If te conozco un poquito más :D, ahora sé hasta lo que significa tu nombre...
un abrazo...
Bueno, lo de creérselo no es tan malo, tienen todavía que ajustarme la medicación pa no sacar p'afuera estas historias, jeje
Me encanta la muerte de un narrador...y volverte a leer.
Un beso
Gracias Al
Publicar un comentario
<< Home