08 febrero 2008

Las cosas en su sitio

No es el verde que cabe esperar d’Asturies el que nos circunda, ni la niebla o el cielo encapotado. Es cierto amarillear en el campo a ambos lados de la senda, un sol espléndido en lo alto, el sonido de los pájaros alrededor. El camino está trazado y delimitado perfectamente por la antigua travesía ferroviaria, hoy los trenes se ven pasar un poco más lejos, a izquierda o derecha según como nos situemos. Hay caballos al principio, ancianos por el medio, ciclistas, patinadores, corredores de fondo, paseantes con o sin perro. Hay un relativo murmullo acuático, un revoloteo de insectos, un arrastrarse de babosas.
Había comenzado a correr como tantos otros días, ese afán por superarse y añadir algunos kilómetros o metros más a su cuenta guiado por los indicadores de madera del camino. Nadie le informó de algún incidente que había tenido lugar durante la semana. Por ejemplo, el caso de un individuo que precisó varios puntos de sutura al ser golpeado con un bastón por un menesteroso bien conocido de la zona. El hecho se había producido sin mediar palabra ni causa aparente. O también el extraño suceso de un hombre que se desplomó de improviso al ser alcanzado por un dardo enviado desde la maleza.
Pronto su ritmo empezó a decrecer influenciado por el cansancio, además de por su evidente falta de forma física. De cualquier modo seguía sin detenerse, percibiendo todo lo que los sentidos podían facilitarle informativamente de su entorno (salvo el sentido del gusto): la textura del pavimento al trotar dispersándose por las piernas y el abdomen, todos los sonidos mezclándose de manera más veloz e indefinida, algún aroma difuso a campo y ciudad, los colores del conjunto paisajístico vibrando en la retina… Hasta que, repentinamente, su vista alcanzó a discernir lo que ocurría a varios metros de distancia: una amalgama de cuerpos retorciéndose o inertes, empapados en sangre; otros justo en el momento de caer al ser impactados, al estallar sus tejidos externos e internos…

Durante esos segundos le fue imposible determinar de dónde provenía aquella ráfaga endiablada, él corría hacia la devastación y aceleró, no había marcha atrás, trataba de librarse con ese gesto en apariencia contradictorio, y a fe que lo logró, que evitó ser alcanzado por los disparos, que esprintó raudo y sobrepasó el infierno para, de inmediato, caer fulminado por un categórico ataque al corazón varios metros más allá de la masacre.

2 Comments:

At 14:08, Blogger David Suárez Suarón said...

very bueno

 
At 21:25, Blogger evamaring said...

Una buena historia debe secuestrarte desde el comienzo.Muchos recordamos casi de memoria el arranque de nuestras novelas fetiche, porque al caer en la trampa de las primeras palabras nos arrastró la voz del escritor con la fuerza de una espiral.A mí me has empujado desde el primer renglón.Y sigo rodando.Gracias.

 

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