21 julio 2008

El lenguaje del silencio (IV)

Por la noche cerré la puerta de mi habitación a mis espaldas como quien cierra una puerta de calabozo, abandonando la estancia en penumbra y dejando a mi mujer e hijo dormidos profundamente. Aun no habiendo producido ruido alguno presentí de una manera muy rara que este gesto era lo más similar a un portazo. Descendí por la rampa de madera al borde de la taquicardia, en la recepción ya me esperaban Alejandra y sus amigas. Estaban en compañía de más gente, más chicos y chicas que llevaban consigo bolsas con un buen cargamento de alcohol. Nos aproximamos a la playa deprisa, todos con ánimo festivo, el mío algo receloso.
En la playa no sucedió durante horas más que lo previsible, algo a lo que estaréis muy acostumbrados, incluso hastiados, pero que para mí era otra auténtica novedad. Mezclé por primera vez el vino con la coca-cola, bebí ingentes cantidades de calimocho y me fui agregando a la fiesta a tirones de vaso de plástico. Todo lo que hasta ahora, después de conocerlo de oídas me parecían soberanas estupideces, comenzaba a divertirme. En el centro de mi propia sandez, amén de la ajena, disfrutaba como un enano, me atrevía a resultar chistoso, aunque fuera de la onda por motivos evidentes.
Chicos y chicas tonteaban luego con mayor intensidad, me quedé contemplando todo aquel despliegue de torpe estrategia hasta que Alejandra me llevó aparte. Me miró en los ojos y me dio un beso. En la boca. En ningún momento se me pasó por la cabeza el arrepentimiento, era el puñetero Hulk al que lo único que le faltaba en su transformación era lo de ponerse verde y crecer y destruirlo todo.
Alejandra me pidió que fuera con ella a su habitación, me convenció de que a sus amigas todavía les quedaban varias horas hasta que dieran la vuelta, que tenían mucha marcha y cosas que hacer durante las siguientes tres horas como mínimo. Sin dudar un instante, con fidelidad a lo que siempre había sido en mi vida, no rehusé la invitación de Alejandra.
En esa impresionante cama de 1,35 tuve un sentimiento igualito al del día triste pero justo todo lo contrario al contemplarla. Me retrotraje al impulso antiguo del trigal, a esa tarde con María, mi mujer, y me puse encima de Alejandra.
Acababa de pulsar el botón de reset, pero en esos momentos no tenía la cabeza para reflexiones de tan nula trascendencia.

1 Comments:

At 22:33, Blogger evamaring said...

A ver: estoy enganchada a la historia, así q ahora no se te ocurra dejar de escribir ni salir conrriendo;)
Un beso
if

 

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