09 enero 2007

El extraño

Secándose circunspecto con una vieja toalla una vez que ha tomado una ducha en la Plaza del Fontán, mirándose lento al espejo, a las estrías y la barba que asoma puntiaguda por las mejillas, hurgando en sus ropas en busca del mechero, peinando con virulencia sus cabellos hacia atrás, sin saber el porqué de su aparente calma, concluyendo a la vez que estorba el nerviosismo ahora que los acontecimientos han llegado a su fin, cuando no hay segundas oportunidades ni un nuevo remorder.

Lauro ha abandonado la playa y saltado sobre la gente tumbada al sol, ha esquivado a los bañistas mientras corría del mar hacia la orilla, luego de la orilla a la arena, luego de la arena al muro, luego del muro a las escaleras y de las escaleras a la ciudad. De ninguna de las maneras se ha detenido entre las calles más modernas y las barriadas monótonas y funcionales, y se ha colado en el casco antiguo, y pronto, trotando paralelo a la Catedral, ha virado bruscamente y se ha encaminado hacia El Fontán en una suerte de catarsis estúpida.

Lauro no tuvo la ocasión en su irreversible regreso de entablar una afable conversación con ningún conocido, le fue imposible sostener en compañía una taza de café y encima ahora casi rezaba por lo opuesto, no quería sufrir ningún inesperado encuentro que entorpeciera su idea de reubicación, sólo esperaba poder salvarse de que todo se derramara y se perdiera por los intersticios del tiempo y el espacio. Tal objetivo es de los que se conquistan en perfecta intimidad, se dijo.

Amarillo, rojo, negro, azul, amarillo, amarillo, verde, rojo, rojo, rojo, rojo... Lauro es capaz de visualizar cada uno de estos adjetivos con una meridiana y expeditiva representación mental. Lauro hubiera dado cualquier cosa por no verse en éstas, nada parecía predecir que el curso de los acontecimientos desembocaría en semejante final, pero la realidad se inscribía así de tozuda, nada son unos pasos de más o de menos, trata de alcanzar la salida cuando todas las puertas se encuentren tapiadas.

Lauro llegó a la ciudad de madrugada, recogió su equipaje, se lo cargó al hombro, buscó los baños somnoliento, entró, orinó, se lavó las manos y se secó con las toallitas higiénicas; al girarse le abordó un hombre, se zafó de él tras un pequeño forcejeo, lo arrojó al suelo y le asestó un duro golpe con un pedazo de tubería que se apoyaba contra la pared; en segundos, mientras la sangre corría, Lauro se marchó deprisa del escenario, siguió todo recto, hacia donde comienza a divisarse el mar.

1 Comments:

At 13:58, Blogger Guaje Merucu said...

Te lo tenía que haber dedicado, sabía que te "gustaría"

:-)

 

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