27 diciembre 2006

Dirán

Y podía dedicar el generoso resto de mis días a cosas mejores que a perseguir fuegos fatuos, repetí para mis adentros. Proseguí sin más, con convencimiento, llevando a buen puerto mi actividad gloriosa y sin par, eludiendo el rostro del más osado de los provocadores. El sol ya se empezaba a ocultar y lamía las frentes antes de rendirse y besar la arcilla del terreno. “El dogma es el pensamiento de los otros”, escuché a la vez que mascaba y escupía tabaco, a la vez que el esfuerzo no cesaba. El revoloteo de todas esas notas que se gastaron en mis oídos apuntalaba mis sospechas. El souvenir imberbe de un quejido, el jadeo intermitente que se entrechocaba como ramaje corrompido se instaló con ardoroso desprecio y aburría. Yo lo apartaba, yo lo tomaba. Aun en líneas divergentes, acuarelas emborronadas y vívidas postales se suspende el imparable, incorregible dios de lo inexorable. Pulsión, tañido tenso, fatigado y prácticamente vencido: No lo quise repetir pero me lo dije. Ventanal y cortinas nubladas, vosotros sois el centro del desaparecer, el susurro que miente por mí, pronuncié a gritos. El estigma infalible, dorado puño y lacre imperecedero de execrable futuro hablará. A mí sólo me vale el silencio, sentencié, el mutismo equiparable al del millón de tumbas análogas a ésta que ya termino de excavar.