Moscú y mis más de 500 noches (y II)
Por el resto del camino y del relato demasiadas puertas que se cierran, repetitivos empellones en consorcio con el desdén.
Como al pretender realizar los trámites para la concesión del visado a Rusia por motivos de turismo: el hombretón que se encontraba en las dependencias del consulado de Madrid no comprendía ni hablaba una sola palabra de español; tampoco de inglés o francés. En consecuencia, su manera de proceder ante mi obstinación para que se iniciaran las gestiones del visado se vio rematada con un inapelable empujón a mi persona y un enérgico golpe a la verja que rodeaba al edificio, que la dejó literalmente tiritando. Mi cuerpo apareció dos manzanas más allá y tardé un buen rato en recomponerme.
Una vez obtenido el maldito visado por cauces no legales (la única manera de conseguirlo) recluté como compañero de viaje a un vecino mío muy aficionado a la bebida, el juego y las prostitutas. Todo lo que necesitaba se encontraba pared con pared, era una joyita el vecino, el paquete Todo Incluido de los sueños resquebrajados. Un muchacho que me presentó sus credenciales desde los primeros días, al tropezarme con su cuerpo inmóvil tendido en un tramo completo de las escaleras del portal. Lo abrigaba una descomunal borrachera, no precisaba más. A la mañana siguiente, bien temprano, ya no estaba, pero era de los que se sabe que no requieren de nada en especial, que se saben cuidar muy bien sin delicadezas ni sutilezas. Era un sibarita a su manera el chaval.
Y a lomos de su peculiar sibaritismo nos embarcamos con destino a Rusia, lugar en que no experimentamos con el romanticismo conceptuado en el mundillo rosa, más bien con el encarnado por tipos como Larra, visceral y de revólver cargado. Porque si fue en el famoso casino de Torrelodones donde me impidieron, al expulsarme, comprobar sus competitivos precios respecto a los del casino que visitamos en Moscú, en el antro moscovita sólo me faltó despellejarme y vender mi piel para llegar a las últimas consecuencias, jugar una partida de ruleta rusa y no de la convencional, que tan aburrida y desentonada resultaba conmigo y mis circunstancias. Así que, por supuesto, me metí en un nuevo embrollo, y terminé detenido y encerrado en un calabozo que no podría presumir de distinción ni de nada, era un ejemplo de algo que se debería mantener en secreto y, sospecho por lo que vino después, que eso hacían. Pese al nivel de alcoholismo de la sociedad rusa, que en su embotada cotidianeidad es de poner en duda que les preocupara su vil sistema policial, el Sr. Putin se comportaba como otro Demócrata más: mucha palabra y apariencia y pocos hechos y menos aun Justicia.
El empujón del punto y final de esta historieta se produjo con mi destierro a Barnaul, localidad emplazada en los dominios de Siberia.
Cuánta paradoja: un país que huía de los espíritus negros del Imperio Soviético valiéndose de sus mismas herramientas de represión, y yo, un posmoderno desecho de occidente gobernado por el nihilismo de cuarto de baño y lamentándome por mi soledad en un sitio más amargo, si cabe, que mi ahora añorado, coloreado y feliz Sebastopol.
2 Comments:
Un relato guapo y entretenido,pero ¿en quién te inspiras para crear estos personajes?
Sí la verdad es que hay "inspiración en" porque si hubiera imaginación... Jejeje.
Ya os contaré...
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