25 agosto 2010

Vuelven los problemas

19 agosto 2010

Hazañas bélicas

09 agosto 2010

Extática

El sr. cuida del jardín, de las rosas, principalmente.

La mujer sale igual de un espejo con la barbilla apoyada en la palma de su mano derecha, con la prensa sobre la mesa redonda, el paquete de cigarrillos y el cenicero, el vaso de vino, los hombres y sombreros de copa en un segundo plano dándole la espalda, detrás de un bajo tabique, como irradiando a Chesterton.

En medio del camino se sienta el perro y, en perspectiva de fuga, un árbol se adentra en la mixtura mientras los colores se cierran sin definición.

Las cartas se demoran más de lo preciso, recorren la mitad del mundo presas de un río que, después de navegado, debe entregarse al sol, y no hay ciencia que las aplaque, sálvense las zozobras que con la pesca perfeccionaban catástrofes en los segundos y en las esperas, porque ahora las tornas giran.

El código fuente es la densidad, es la pecera emperifolladamente y palpitadamente de la superficie craneal, es producción paupérrima del millón de brumas de aquel espacio sin longitud ni tiempo, concentra un dudoso armazón.

Beben tragos de espumoso los borrachos agobiando el campo, adoran iconografías interminables, preciosas de escasez, se sospecha que tienen un parecido en pintura muy carismático.

El patíbulo ejecuta la corriente musical, se confunde entre las líneas de baldosa, éstas ondulan un manguito y una digresión.

Insólito y de historia con profecía, hubiera recorrido las plantaciones de arroz, algunos cultivos sobresaliendo de los balcones, agradecido sobremanera si un síntoma minúsculo propugnara la especie de caricatura que de veras feneciera como anuncio, y nada de sorpresas con epílogos de relatos que jamás habría entonces comenzado.


03 agosto 2010

Un paraguas volteado

Allí sin la saturación que debería constatarlo. Reglas de vacío medular, espigas inalteradas. Esa palabra que, callada, figuraría por demostrar la conformidad. El número de teléfono tan embustero. Discusiones y platos rotos a las 8:23 horas. Ponerse en pie súbitamente, con los dedos 091. Tintineo con la sabiduría devota del alrededor ya referido. Jarana nueve horas antes. Caminos de algodón. Tantos. Pisadas en la atmósfera. Apañárselas y no caer, no caer, cómo es posible. Dispersar el terror. Arriba y abajo. Atar, desatar. Enseñar los dientes. La envidia. La salud. Jugo de naranja. Quizá volver impersonalmente. En nubes de astracán. Crujiente el itinerario, parábolas de viento, pañuelos infalibles. Portazos como adivinanzas. Beber como la gente más exquisita, a su memoria. Sin vergüenza. Puente nasal y máculas. Trenzado, inteligencia y no caer.
De jadeo ocasional caer como si en realidad un corazón, un enamoramiento, pústulas de abrigo y sombrero y rodillas sobre las aceras, el plan junto a la alfombra, saliva impregnándola incluida, repugnancia de empalago y ahora no es menos cierto que serían unas vacaciones estupendas, en la bahía de Palma por ejemplo, cómo privarle de los pitidos y las lucecitas y las palmeras, de la cuenta atrás.
En efecto la ropa de cama al trasluz. Ya basta de poros y focos pilosos. Del esqueleto de mentira. Perfecciones atractivamente intachables. Pulsera de reloj, oro, baño. Azulejos pesados. Cajas de Pandora. Arameo. Fin de las sorpresas. Marcos fofos. Penumbras ajadas. La tremebunda estafa. El surtido de libros. Rocío sobre una menguada, esplendorosa hierba. Atril de justicieros. Prendas en el armario. Truco zafio. Risillas de comedia. Medievo. Imbécil, fantasma, sobra. Está el asunto declinado. Pero, oh sí, hubo charla. Huera. Impropia. Latrocinante. Desnuda. Perdida. Un anticipo de jaspe y de vida. De luna plana. De flor sin brote. De luna llena. De flor en cuarto menguante. De cosecha interrumpida. Y sí, lomas imprecisas, azuladas. Y tropezones predestinados. Colas de caballo. Cebos inmisericordes. Enigmatizados muros. Pértigas. Harapientos amigos colgantes. Entreverando con juicio lo que sucederá. No rendirse. Respirar.
De puentes que no se concretan aunque siempre se alzasen allí, y las suturas, impacto de un qué más da, de cierta balsa de aceite, del lago de no sé qué cuántos metros de profundidad, de las alboradas sin explicación, sobrantes los olvidos que ahora no son añoranza, circunstancia, organismos que, normativamente, se enrejan hasta que se avenga el próximo tonto.
El soponcio que para alguien no cesa. El tiempo que otorga la razón.