29 septiembre 2006

Moscú y mis más de 500 noches (I)

Banda sonora: “19 días y 500 noches” de Joaquín Sabina

Mi regreso a Moscú no fue el del final de aquel cuento de hadas. Tampoco se podría mantener que mis últimos tiempos, tantos tiempos seguidos, sean ejemplos de gloria y triunfo. No apesto a triunfo precisamente. Quizás desprenda cierto tufillo a algo pero no es a gloria ni a triunfo, es a materia putrefacta, al hedor de algo que se pudre. No sabría explicarme mejor, no es lo mío eso de explicarme y hacerme entender. Me distingo por esparcir a mi paso un rastro de perplejidad, un perenne ‘no hay quien te entienda’. Cada uno es como es. Echemos mano del conformismo, no nos hundamos.
Así que no me queda salida, debo admitir mi calamitoso estado, un estado al que fui confinado despiadadamente tras su marcha. En el mismo instante del ronco portazo y de ser abandonado ya era el magnate de la ruina, el exquisito alguacil de todas las cenizas. Y emprendí un majadero peregrinar por los lugares en que me había embriagado el augurio de un próspero destino. Junto a ella. Pero ella no estaba.
¿Qué significado tenían ahora los polvorientos caminos de las afueras de Kiev (Ucrania) si ella no estaba? La infinitud de la población de ocas, patos y gallinas, los absueltos de la gripe aviar ya no me divertían, no experimentaba sensación alguna observando sus andares bobalicones y torpes, su ausencia de mecanismos de autoprotección ante los peligros del tráfico de turismos, camiones y furgonetas. Al fin y al cabo sólo eran pájaros que ni siquiera volaban.
Luego está mi intento por navegar en la placidez de los recuerdos e imágenes idílicas de la ciudad de Moscú (Federación Rusa). En aquellos días felices, cuando visitábamos la Plaza Roja, nos fotografiábamos eternos, comíamos helados ante termómetros en negativo, se nos escarchaban las cejas y los bigotes, y a mí además las patillas. Qué tontos al contemplar boquiabiertos la monumentalidad del metro moscovita o al coquetear con el neologismo valiéndonos del alfabeto cirílico. Cuánta imprudencia, durante las horas que huían, sentados y apoyados uno sobre el otro en el andén, con las piernas colgando, al tiempo que convoyes y convoyes hacían del tedio su oficio. Ni más ni menos esa especialidad que es ahora la mía, aunque la mía marche sin luces y sin locomotora.

Me consagré a la inmundicia con la dispersión por bandera. Me empecé a complicar la vida a través de noches cada vez más dilatadas, más descontroladas. Jornadas nocturnas en las que cada paso hacia delante suponía cientos hacia atrás, porque no crecía sino que menguaba, todo me parecía cada vez más diminuto, quería más y más. No obstante, desde fuera cualquiera diría que lo poseía todo: dinero, tiempo, eterna felicidad. Pero mis sonrisas eran máscaras coronadas, antifaces de copas, copitas, requetecopas; y speed, LSD, cocaína. De modo que por dentro -seamos sagaces- era como una trituradora fagocitándome.

28 septiembre 2006

Agrimensor en sitio filosófico

Esto tan raro que utilizo para el título, como si bautizara un cuadro, responde a la fascinación procedente de los libros que tuve el placer de tener en mis manos desde aquel post llamado Lecturas inaplazables. Pronto comprobaremos que lo allí escrito y lo que luego fue distan en abundancia, puesto que el libro al que me arrojé con todas las consecuencias fue Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato, dejando aparte, con visos de buena intención, al resto de los citados en el post y decantándome por otras variadas lecturas, quién sabe el porqué.

Siguiendo un comentario de Gorki75 saqué de la biblioteca un ensayo inteligente y ameno, muy sencillo de leer que hace honor a su título: Como una novela de Pennac. Estimulante y provechoso ejercicio en aras de concienciarnos sobre la importancia de los libros, tanto para sus consumidores compulsivos como para los que se los administran en pequeñas dosis e incluso para los que directamente los rechazan. Porque hasta un decálogo contiene el texto cuyo primer punto es el del derecho a no leer.

Sin embargo, al ser yo alguien a quien sigue gustándole eso de la literatura no me niego a leer ni mucho menos, así que me hice con el Viaje en autobús de Josep Pla, y con pleno interés en serle fiel inicié sus primeras líneas en el autobús de vuelta a casa el domingo pasado. De este escritor llevo años deseando abordar su libro más famoso, El cuaderno gris. Pero valga como excusa la magnitud de esta obra y que al final de mi entrada agrego otro argumento de más peso (en sentido literal) para seguir retrasando mi abordaje.

Volviendo al epígrafe, lo del “sitio filosófico” se lo debo a Fernando Vidal, personaje de la novela Sobre héroes y tumbas, quien mantiene la teoría de que el único sitio filosófico que queda en estado puro es el cuarto de baño. En ese rincón reflexiona el ingeniero Vidal en determinados pasajes de su Informe sobre ciegos y reflexiono yo y realizo productivas tareas a diario aparte de las elementales. Una de las capitales es la de la lectura, mi tema de hoy. Desde luego, puedo asegurar que Nací de Georges Perec me complació por completo en el cuarto de baño. Incluso también diría que compartimos pensamientos, que estrechamos el vínculo casi imposible de la empatía, y todo eso sólo con los escasos minutos con los que nos obsequiaban nuestras necesidades más perentorias.

En el baño caben todo tipo de piruetas y ejercicios intelectuales (llamémoslos así). Entre otros, el de leer los extractos del banco, repasar la lista de la compra, rememorar situaciones y frases cómicas, tararear una canción y engarzarla con más recuerdos, cotejar la factura del teléfono con las llamadas registradas en la memoria del aparato, pergeñar el siguiente post, arrepentirse de nada y de todo, etc.

Y de una machada como fue el adquirir el domingo El Castillo de Franz Kafka, sonreír con las primeras líneas y la llegada del agrimensor K al pueblo donde se verá envuelto en otra de esas pesadillas que se han venido designando kafkianas. ¿Por qué será?

27 septiembre 2006

Imserso

Inmerso en el programa para mayores y discapacitados se fueron pasando los días. Así, y también espoleado por calificativos como huraño, desconfiado, caprichoso o egoísta que son achacables a muchos viejos, los de edad y los de pensamiento, por mucho que el domingo en el metro un señor de 84 años dijera, mientras me miraba, que la vejez era en exclusiva un estado mental.

No demasiado fascinado
Aparte de los actos de la Noche en Blanco por toda la ciudad de Madrid, el último sábado se desarrolló en la calle Fuencarral una maratón de actividades y conciertos promovidos por una marca destacada en el mundo de la telefonía móvil, y hasta allí me trasladé con el fin de escuchar a The Hidden Cameras y Sidonie. Decir que de los primeros sólo había escuchado una canción y que a los segundos les tengo bastante tirria, aunque no puedo negar que Fascinado, su último trabajo (y entero en castellano), contenga unas cuantas buenas canciones.
Me encontré con el show ya iniciado de The Hidden Cameras cuando di con el escenario. La calle estaba intransitable en muchos de sus tramos, pero pronto me hice con un hueco y me planté ante unos músicos que ofrecieron un espectáculo entretenido y contagioso, que incitaba al movimiento en los más torpes, al baile en los espíritus más osados. Quizás nunca me compre un disco suyo, sin embargo para hacerte pasar un buen rato en directo van más que sobrados.
Saltaron al escenario los Sidonie con retraso después de un minucioso montaje, y empezaron con un pegadizo tema en inglés. Ahora recuerdo que fue Kike el que me comentó, hablando de Franz Ferdinand y de si eran fabricantes de hits, que a Sidonie se le podía atribuir la misma virtud o defecto. Los catalanes demuestran que son animales de directo, ponen en marcha al público y en un instante atacan a la perfección dos canciones de Fascinado “Bohéme” y “Joe” y un notable “Dos murciélagos”. Luego para mi gusto el concierto va decayendo un poco, como si se condujeran con un piloto automático. “Bla, bla, bla” fue una de las piezas que sonaron en esa fase, aunque también presentaron una nueva también en castellano y que sonó muy bien.
Pero lo más decepcionante fue el momento en que Marc interpretó, arrojó, se quitó de encima una de mis canciones favoritas: “Jardín Polar”, que en una ocasión taché de puro pastel o pura poesía, aunque yo me incline más por lo último.
El cierre de su actuación, eso sí, destacable, con energía y ritmo, poniéndonos a bailar a muchos de los que rodeábamos el pequeño escenario de la calle Fuencarral. Y ya.

Prayers for change
No tengo ni idea de si esta frase está bien construida, si tiene el sentido que yo quiero darle o si tiene siquiera algún sentido. La escribo basándome en los títulos de las canciones “Prayers for rain” de The Cure y “Prayers for time” de The Unfinished Sympathy. Pues bien, esas ansias de cambio (¿de cambio de qué? ¿A cambio de qué?) me las planteé el mismo sábado ya entrada la noche, a esas horas en las que ya debería hablar de domingo si persiguiese la exactitud.
En vista de no tener tan claro el objetivo, el hilo en que enhebrar las ideas, los pilares de los pensamientos y los propósitos, empecé por algo sencillo: cambiar de línea de metro. Porque, ya que la Línea 1, al igual que en la canción, es transmisora de fatales errores y de sordidez y de tristeza, la perfección de la Línea 10, con número de crack, me transporta a algo más que un destino, me aproxima pausadamente a un estado mental y una apertura de lo que debe ser una variación, que no una variante. Pues no descubro nada si sentencio que un cambio nunca puede pretenderse brusco e inminente, que todo requiere de un proceso o protocolo y que, si no mucho, algo es algo.


(Y fútbol es fútbol)

19 septiembre 2006

Corrientes circulares en el tiempo

Una vezSi mal no recuerdoMe tenías en la punta de los dedosLas secuelas de los viejos díasEstarán conmigo el resto de mi vidaMe quedé dormido un momentoY los valles se cambiaron por desiertosPor obra y gracia de el que controla el firmamentoEl que decide queAnde perdido en corrientes circulares en el tiempoEl que transforma los diamantes en quejidos y lamentosEl que se encarga de que salgas y que yo me quede dentroAsustadoSintiéndome enfermoComo una temporada en el infiernoIntentando ver una salidaEncontrando más problemas todavíaTodo esto que jamás podré comprenderLo que obtuve a cambio de intentar hacerlo bienEso no es para míQuiero mi parte de lo buenoQuiero que estés aquíQuiero tenerte dando vueltas a mi lado todo el tiempoNueve órbitas concéntricas y yo estaré en el centroSerá mucho pedirPero es lo menos que merezco.

Los Planetas, encuentros con entidades

13 septiembre 2006

Chapa iPop

Esta vez no hago un juego de palabras, el “chapa” del título sólo posee un significado, es un sinónimo de cerrar. Sospecho que a alguno le gustaría que equivaliera dicha expresión a “vara”, “brasa”, “turra”, pero no, y para qué añadir más. Vale, que cada cual la aplique a su antojo.
El sábado, al llegar del curro, me senté frente el televisor y me puse a cambiar canales durante una pausa de Los Simpsons. Fue cuando me encontré con un especial de iPop en plan despedida, y permanecí un rato pegado a la pantalla. Me llamó la atención la cantidad de grupos que habían desfilado por ese plató, actuando siempre en directo. Nos gustara o no el estilo de los músicos, los reportajes, la presentadora, etc., no se puede negar que estábamos ante un programa único, aunque ya se sabe, cuando nos topamos con las audiencias tenemos todas las de perder.
De los flashes que recibí recuerdo el directo de Lori Meyers, a Tachenko cantando “El golf”, al listillo de Deluxe haciendo una versión de “Perlas ensangrentadas”, el “Girlfriend in a Coma” de The Smiths interpretado por DA (“Mi chica está en coma”), Doctor Explosion, Panorama, Nancys Rubias, Clovis, Una sonrisa terrible, Maga, La Habitación Roja, Iván Ferreiro con la China Patiño (pésima presentadora, pero cantó muy bien, por cierto), Astrud (que detesto, aunque inconmensurables), Nadadora, Sidonie, Tarik y la fábrica de colores, Sexy Sadie, unos tipos haciendo el “Sheena is a punk rocker”…
Por lo que respecta a entrevistas: Bunbury (ido, muy ido), Primal Scream, Frank Black, Sr. Chinarro, Josele Santiago, un iluminado -novedad- Nacho Vegas, Astrud o Franz Ferdinand.
Reportajes en Manchester (Madchester), Liverpool, Nueva York tras la pista de los mitos…
Y una despedida con los más grandes. Ya pueden pasar los años y no desaparecer su actitud indolente, pasotismo, desgana, etc., pero ahí están, irrepetibles, Los Planetas. Echaron el cierre de iPop con “Alegrías del incendio”, una de sus últimas canciones, un amago de retorno a los sonidos más crudos de los inicios con una letra muy alejada de las mejores composiciones de J, y eludiendo la habitual temática del desamor, sin embargo una letra con unas líneas tan genuinamente buenas como: ‘Vamos a tener que vernos / aunque estén todos en contra / Vamos a tener que vernos / ellos te tienen de sobra / y yo te echo de menos’.

11 septiembre 2006

En Comunidad

Sin moverse de casa tiene uno ante sí un inagotable caudal temático, con lugares comunes a veces, con hallazgos asombrosos y limítrofes con lo esotérico otras, y si no, traídos de la mano por voluntad propia, como por ejemplo cuando se coge en préstamo alguna película o disco de la biblioteca pública y se disfruta de un verano muerto a la sombra, al tiempo que se bebe cerveza o sangría.

Cosas de la edad
Elijo este título de una forma casi freudiana, porque este título era -y creo no equivocarme- el de una canción de los por unos años desaparecidos Modestia Aparte, conjunto que causó en sus días un enfermizo furor adolescente y que decidieron, supongo que impulsados por el modelo triunfador de Hombres G, regresar. Por fortuna aún no he sufrido las consecuencias de este retorno a través de la obligada radiofórmula laboral, así que deduzco que la vuelta a los escenarios de los Modestia no está resultando tan exitosa como se podía prever, y no lo lamento.
Después del relleno inocuo de estas líneas, explicar que con ese título -por fin- me estoy refiriendo a los adolescentes que se dedican a incordiar durante horas en el patio privado de la urbanización. Sus recursos son amplios: charlas, gritos, cánticos, melodías polifónicas de sus teléfonos móviles, estruendo de motocicletas, columnas de humo de marihuana y malos humos cuando vecinos correctos y razonables les intentan hacer entrar en razón.
Pero lo que a mí más me ha importunado de estos jóvenes no tiene que ver con sus ruidos a altas horas, con su asedio -que agradezco- con aroma de maría o con sus horripilantes canciones mainstream, sino particularmente con su actitud el pasado miércoles, cuando, en lugar de estar centrados en el partido de la roja, y más en esos momentos críticos, se estaban fumando unos impresionantes porros y haciendo chistes tirando a malos en el centro mismo de una urbanización privada que merece respeto.

Lo recóndito
Puedo citar unos cuantos fenómenos que deben tacharse de anormales.
El llanto doliente de un niño en el piso superior durante todo el invierno y que impedía pegar ojo en condiciones. Un llanto que desapareció con el buen tiempo y que regresó hace pocos días cuando la climatología hizo un amago de enfriamiento. Con el perseverante calor todavía instalado, el llanto se esfumó de nuevo.
Para no cambiarnos de piso, reseñar que todas las noches, entre las doce y media y la una, unos pasos muy marcados, como golpes, sacuden el suelo (mi techo) cuando un buen rato antes el edificio entero parecía completamente mudo.
Y luego está el caso del existencialista infantil, los temibles mensajes de vacío irremisible que emitió aquella voz de niño justo al lado, pared con pared, cuestionándose seriamente acerca de las razones de su nacimiento, exponiendo el tema desde el germen y la raíz, introduciendo la pregunta, el notorio para qué del mundo y de todos los mundos (incluido Plutón). Y lo que es más misterioso aún y que yo abandono en el espacio cibernético: ¿cómo es posible que habiten tan cerca dos niños existencialistas?

La Verdad
El protagonista de La piel suave, maravillosa película de François Truffaut, cita en una escena al escritor Andre Gide y nos viene a decir, básicamente: “No soy un tipo que da consejos, suelo retirarme de una discusión a las primeras de cambio; sin embargo a mi juicio lo relevante es: Hacerse preguntas. Dudar de todo. Indagar, siempre en cada momento tratar de buscar la verdad. Desconfiar de quien la ha encontrado. No fiarse de nadie, pero confiar en uno mismo.”
En las últimas cuarenta y ocho horas, aparte de La piel suave, me tragué un bodrio grotesco, A+, película española solemnemente hueca, encima con ínfulas, lo que la hace incluso más irritante. Casi se echaba de menos en aquel disparate, si no sentido del humor, una pequeña dosis de cinismo. Pero no. Nada de nada. Los cuarenta segundos de la canción “Hey” de los Pixies durante una secuencia son muy poco para un espectador que tiene toda la discografía de los muchachos de Frank Black.
De manera que, siendo ambas películas incomparables, me encontré no obstante con los dos extremos que planteaba Gide: Búsqueda de La Verdad, con Truffaut, y Verdad Encontrada, como se pretende en A+.

Languidez # 4

Tu mirada se centra en la solitaria silla. Delante de la puerta, separada unos centímetros del pomo, parece aguardar por una orden para ser investida con una función, ofrecerle al mundo un motivo, una justificación de su existir. Pero si su esencia es la de ser utilizada como asiento, te resulta lastimoso contemplarla tan vacía y además percibir que está fabricada con tan poco gusto, impidiendo por tanto su empleo para estrictos usos ornamentales.
El tabaco continúa siendo tu aliado por mucho que los legisladores se empeñen, prosigues con el rito de encender y consumir un cigarrillo tras otro, bebes de una lata de cerveza. Lento, suave.
Tu idea es liberarte de las voces de afuera, de la palabrería insulsa de los jóvenes, del horror vacui que esputan sus teléfonos móviles con la música del momento: Shakira y el insufrible Alejandro Sanz, La Oreja de Van Gogh, El Canto del Loco… Estás ya muy harto de tanta mascarada e impostura, de tanta demagogia repelente.
Quieres meterte en un tren o un autobús, cerrar los ojos.
Los cierras y no te engañas, eres consciente de que te eternizas en el mismo sitio, que no te has movido apenas unos centímetros, y sumas y sigues.
No te planteas preguntas, pasas por alto esa clase de preguntas que por su propia naturaleza carecen de respuesta. Te sientes incapaz de aseverar nada, no apostarías por un enunciado de tu cosecha particular.
Tampoco por un gesto.
Y en medio de todo esto captas por sorpresa una voz infantil y un pedazo de frase: “…una personita de nada”, dice en tono afligido. “Me aburro”, lloriquea. Después, viene una espeluznante pausa seguida de una conclusión aún más terrible: “No quiero vivir, para qué habré nacido... La vida es un aburrimiento.”

08 septiembre 2006

Centro Comercial

Los hombres del pueblo -yo no- se encaraman junto a la barandilla que circunda la piscina del interior del centro comercial. En ella, como una sirena, entrena la que podría ser futura campeona de España de estilo libre. No acierto a comprender el lugar que ha escogido para su preparación, el exiguo habitáculo que en realidad es esa piscina, con un tamaño a medio camino entre una bañera y un jacuzzi. De modo que nuestra deportista se afana por definir sus movimientos, hacerlos más precisos, pulir su estilo, exprimirse al máximo para llegar a lo más alto. Y ser portada algún día del Marca, por supuesto. Aun así, si bien me tomo la molestia de entender la escena y el escenario, el ver a esa nadadora chapoteando como si sufriera el ataque de un millar de pirañas deviene en rareza, extravagancia, misterio, incógnita, secreto.
Me doy un garbeo por entre los estantes que rebosan cantidad de productos que nos susurran con vocablos estimulantes: cómprame y consúmeme, llévame contigo. En cierto punto llegan a gemir de auténtico placer, y eso que hacemos oídos sordos a sus proposiciones. Yo sólo estoy pendiente de los seguratas, de su situación y de sus ocupaciones, como hurgarse la nariz o toquetearse sus partes con las manos metidas en los bolsos. Es obvio que no me preocupan lo más mínimo sus artes para hacer más soportable el paso del tiempo, estoy más pendiente de que su despiste sea lo suficientemente profundo como para que yo pueda echar mano a cualquier objeto que tenga adherido una etiqueta con un precio marcado, la simple delectación por faltar al principio esencial de la honradez.
Así que deduzco que en el momento en que se va la luz, en que un oportuno apagón nos trae la noche con alma de metáfora, surge la señal, el pistoletazo de salida para atiborrarse los bolsillos de la gabardina. Pero de pronto comienza a sonar una festiva sintonía por los altavoces y toda la gente se engancha y compone el clásico tren de bodas y verbenas, congas de Jalisco y similares y yo no voy a ser menos, quién quiere entonces robar. Con la corbata ya en la frente me asocio con la clientela y me recreo meditando que debería haber prestado más atención a lo lúdico en esta vida, que tantas horas de oficina y luces tenues de flexo no consiguieron extraer de mí más que amargura y un pertinaz dolor de espalda, ése que ahora me impide liberarme por completo y deleitarme como hubiera deseado bajo el confeti y las serpentinas que caen encima nuestro.
Como colofón, una felicidad que arrastra a otra aún superior, pues al girarme con el propósito de conocer a la persona que se sujeta con delicadeza a mi cintura, me extasío con la visión de la actriz Ingrid Rubio, la misma actriz que declaré como mi musa incondicional el día que inicié mi fugaz carrera de director de cine, una senda con destino al estrellato que finalizó en fracaso total, extremo que bien poco me importa con ella perfectamente unida a mí en estos momentos.
A la altura de la máquina de palomitas nos desenganchamos de la muchedumbre hechizados, nos aproximamos siguiendo el característico sonido del maíz reventando y yo reviento el cristal con un limpio puñetazo, me destrozo los nudillos, gruño, me armo de valor y relleno dos cucuruchos con palomitas recién hechas. Le tiendo a Ingrid uno, le ofrezco una sonrisa bien correspondida, me besa la mano que tiembla todavía, con un gesto me señala un lugar para sentarnos. Y eso hacemos, colocados muy juntos, uno al lado del otro, como debe de ser.

06 septiembre 2006

No hay vacaciones


Lo sabemos todo sobre amar y mentir
venimos del otro barrio

05 septiembre 2006

Inventario para una decepción (Valladolid 2006)

Toca hacer labor recopilatoria de las minucias de los últimos días, unas jornadas lo bastante agotadoras como para permanecer alejado de este canal comunicativo y mantener en ascuas a toda la audiencia bloggera. No obstante que nadie piense que voy a hablar de algo interesante o a congratularme con éxitos propios o ajenos. Voy a centrar mi perorata, sin mencionarlo en ningún momento, en las fiestas de Valladolid.

Una invitación formal
Recibí, afortunado que es uno, un elegante y educadísimo texto a través de e-mail hace unos días en el que se me proponía participar de las fiestas de Valladolid 2006. No faltaban determinadas alusiones con desconozco qué oscuro fin, pero en conjunto es de justicia el reconocer que me sentí sinceramente halagado con el detalle, aunque mi escueta (¿tal vez expeditiva?) e inelegante respuesta no haya estado a la altura de las circunstancias una vez más.


Autocomplacencia frustrada: Sin banda izquierda
Poco después, en un post de Kike cuyo tema era el de las fiestas pucelanas, se me metió entre ceja y ceja que su título albergaba un mensaje cifrado que pretendía llamar mi atención y que se dirigía en exclusiva a mí, una última y desesperada apelación para que me uniera a los festejos de la capital vallisoletana y no arruinara con mi ausencia toda la dicha posible, la contenida en una noche interminable que se abriría emocionada a nuestros pies y que yo conseguiría dejar coja, herida de muerte, con el sólo hecho de no presentarme.


Pobre muchacha
Ni se me pasa por la cabeza, asimismo, el obviar otro plato fuerte y muy relevante, y que yo en esta ocasión expreso a través de Albert Pla y su inconfundible estilo al interpretar en su trabajo Supone Fonollosa un poema de dicho autor, vertebrar las palabras con aliento extra de poesía y música ensoñadora y melancólica. Como de sobra sé que las dos personas a las que aludo conocen bien el disco, la letra e imaginarán que me refiero al tañido desacompasado en el llanto inmenso de una dama por el ausente, sobran pues las palabras.


Pobre muchachada
Ya no puedo contabilizar el número de ocasiones en que tendí sin miramientos la desilusión al sol y defraudé expectativas y llené de humo las habitaciones y los parques. Después todo lo convertí en burda mercadería con lacitos de colores. Hago este paréntesis para no pasar por alto a los muchachos, especimenes de mi calaña abandonados, dejados de mi mano. Si son ciertas mis deducciones se preparaba reunión en la cumbre en las próximas fechas; la sede, Valladolid. De modo que me arrepiento por todo, infinitas son las faltas de un pecador e inútil cualquier ansia redentora en un tipo como yo: no merezco perdón ni nada que se le asemeje.


Aunque, qué coño, si lo pienso bien, ¡pobre muchacha y pobre muchachada de haber comparecido yo a esas fiestas…!

04 septiembre 2006

Perpetuación de la Agonía

Confieso que en una noche de mayo realicé una declaración errónea. A nadie debe de extrañar que en una página en la que para acceder a ella es preciso teclear tres veces la palabra mistake (y en plural) abunden los errores. Sin embargo considero un acierto lo que anotaré en las líneas que siguen, mi intención de alinearme más que nunca en el bando de la agonía. Y eso pese a lo que dije en esa noche de pensamientos más que dispersos, de ideas en exceso desencaminadas para un sábado de mayo que podría haber sido aún más infame: “Se acabó la agonía”, anuncié, y le di otro trago al White Label con hielo que contenía mi vaso de plástico. Este detalle me recuerda a otra frase pronunciada de inmediato y totalmente en balde para justificar el porqué de mi elección de esa bebida: “Mucho alcohol y poco líquido”, quedándome enseguida tan ancho, fingiéndome fabricante de sentencias o aforismos luminosos. Vamos, haciendo en consecuencia el panoli, que es el puerto donde siempre atraco, el trono en que de continuo soy coronado.
En fin, que cuando expresé tan alta sentencia con el propósito de escapar de la agonía no caí en la cuenta de un detalle relevante, algo que no aprecié y que por otro lado es muy elemental, más aun si se padece de la más atroz y continua de las agonías, y es que la devastadora agonía precede a la muerte, y que si yo me quería desasir de la agonía, irremediablemente caería presa de las garras de la Sra. Muerte. A continuación me dije que todos los ríos terminan en el mar y que también sabemos lo que significan estas viejas palabras, qué mensaje transmiten, porque en la antigüedad ya estaba todo dicho por mucho que nos creamos y garabateemos y ladremos denotando únicamente ignorancia, soberbia, esnobismo y algunos -ismos más.
Enredado en estas reflexiones las alarmas se accionaron con intensidad al recordar a figuras como Francisco Franco, uno de los ejemplos en los que la agonía que con él nos vendían era una maniobra de distracción y un no reconocimiento de que ese hombre no agonizaba sino que en realidad ya estaba muerto. Como es lógico suponer me sacudió un espasmo de terror imaginando que quizás su caso y el mío formaran causa común, que yo en realidad estuviera ya muerto y que todo el dislate que conformaban mis acciones, no acciones, escritos, discursos, silencios, etc. no fueran otra cosa que una cortina de humo, la tinta del calamar, el certificado de mi muerte, a pesar de la ausencia de médicos, forenses, jueces, notarios o la prueba del espejo que se menciona en Luces de Bohemia.
En consecuencia, en la mejor o peor de las hipótesis, irremediablemente, me vería abocado a un cruel callejón sin salida, a deslizarme hacia el abismo que se cebaría con Peter Freuchen en su expedición al Ártico.
Esta mañana me he cruzado un día más con D. Francisco Franco atravesando una pequeña plaza de la ciudad. Un día más no me ha quitado la vista de encima con su mirada enigmática. Sus ojos me han seguido antes, durante y quizás después de habernos cruzado. El pánico -confieso- fue tan poderoso que me ha impedido girarme para atestiguarlo.

Iglú
Se sentía como Peter Freuchen
en la expedición que hizo al Ártico:
sorprendido por una larga tormenta de nieve
decidió construir un iglú
para guarecerse en su interior

pero una vez dentro se percató con horror
de que su propio aliento
se congelaba en las paredes
y éstas se hacían más y más gruesas
hasta no tener sitio para su propio cuerpo

Su refugio se convertía en su tumba
Si respiraba, moriría sin remedio
Si no respiraba, moriría igualmente


Sagarroi