19 abril 2009

J.

18 abril 2009

Sálvese quien pueda


Entre tanto bluff, mamoneo y alabanza gratuita

Under Pressure

12 abril 2009

Trampantojo

En el avión de SN Brussels Airlines estaba todo preparado para el despegue, para que aquel confortable aparato nos devolviera a Madrid. Entonces se escuchó de los labios gruesos de Ellen:
-Me muero de ganas por echar un polvo.
Dicho esto se puso a hablar con mi otra compañera de asiento (yo iba entre ambas, en el medio) de bolas chinas, y luego trataron de meterme en la conversación a pesar de que yo no hacía más que pensar en restaurantes chinos y leyendas de gatos en las cocinas y en el verbalizar que Ellen había proyectado acerca de su pulsión sexual. Y sobre todo el misterio rondaba el novio que acababa de dejarla, y entonces agregaba ella que nadie se la había follado en días, que se iba a volver loca, y yo venga a imaginarme a la formidable bestia de su chico cabalgando encima de aquella exuberancia caribeña que saltaba a la vista, la de la preciosa Ellen, al tiempo que, en paralelo, venían a mi cabeza los tres días anteriores en nuestro hotel de Bruselas, las habitaciones pared con pared, el apaño que tuve que hacerme la noche del sábado tumbado en la bañera antes de salir a cenar y pasear por la calles de la ciudad junto a cinco mujeres más.
Pensaba en eso allí sentado, esperando por el despegue, por el final de un viaje muy raro entre Bruselas, Amberes, Gante y Brujas, y con la Avenue Louise circundando la callejuela que llevaba al hotel. Recapacitaba y me sentía como si me hubieran echado de la nave y me hubieran encajado en un motor, y creía que era perverso y no imaginaba que días después, con el coche detenido en un semáforo, recordaría ante un panel publicitario de turismo de la República Dominicana, con la nitidez más inquietante, aquel viaje. Y en la foto del anuncio, relucía una hermosa señorita en bikini con sonrisa de oreja a oreja y sujetaba un combinado con sombrillita en la mano derecha, incitando a conocer su país a los pobres ciudadanos que como yo caían hipnotizados por raudales de belleza y por la magia del Mar Caribe.
Ellen (no puedo olvidarlo) me dio dos besos profundos al conocernos en el aeropuerto, días atrás. Compartimos asiento con Carolina, la representante de la compañía aérea, y nos pusieron de inmediato un buen desayuno que amenizó el trayecto de ida. Charlamos después de recogido el equipaje y esperamos el autobús entre la modernidad de Zaventem.


Entonces vinieron los desplazamientos al Atomium, la Puerta del Cincuentenario, la visita a una suerte de museo militar, los cafés y las prisas. También el whisky nocturno en el bar del hotel, el sonido del piano, la calma insoportable de aquellas veladas con la mano de Ellen que surcaba mi cuello, el silencio entre ambos, la mirada insignificante, la conversación sin reverso, los periódicos que no entendía, el camino de vuelta a la habitación, cada uno, eso sí, a la suya.
Y enseguida el cavilar y luego errar la fotografía desde el viaducto, la más genial de cuantas pudiera en la vida concebir. Y por supuesto la ruta previsible hacia las ciudades de Gante, de Amberes, la retorcida escaramuza en El Lago del Amor de Brujas, la piedra asomando por entre los edificios, el agua y un remanso de luz al traernos las horas pasadas la tarde allí en Bélgica.
La idea pintoresca de volar a París, la desesperación, sí, la desesperación, para que después me arrinconaran en un vagón de metro y de inmediato cogiera el camino contrario y aterrizara y abriera la puerta de casa sin un céntimo en los bolsillos, y así me metiera en la cama tapándome hasta las orejas, y cerrara los ojos y me durmiera, como un castigo, sin cenar.

Todos los versos de 'Heroes'

Vertical y transversal


¿A qué no sabes
dónde he vuelto hoy?
Donde solíamos gritar
Diez años antes
de este ahora sin edad
aún vive el monstruo
y aún no hay paz

Y en los bancos
que escribimos
medio a oscuras, sin pensar,
todos los versos de 'Heroes'
con las faltas de un chaval,
aún están
y aún hoy se escapa a mi control,
problema y solución,
y es que el grito siempre acecha,
es la respuesta,
y aún hoy, sólo el grito
y la ficción
consiguen apagar
las luces de mi negra alerta

Tengo un cuchillo
y es de plástico
donde solía haber metal,
y el libro extraño
que te echó de párvulos,
sus hojas tuve que incendiar

Y en los hierros
que separan
la caída más brutal
siguen las dos iniciales
que escribimos con compás
Ahí están...

Vertical y transversal,
soy grito y soy cristal,
justo el punto medio,
el que tanto odiabas
cuando tú me repetías que
te hundirá y me hundirá,
y solamente el grito
nos servirá
Decías "es fácil" y
solías empezar

Y es que el grito
siempre vuelve
y con nosotros morirá,
frío y breve
como un verso
escrito en lengua animal

¡Y siempre está!

Te hundirá y me hundirá
y solamente el grito
nos servirá
y ahora no es fácil,
tú solías empezar
Vertical y transversal,
soy grito y soy cristal,
justo el punto medio,
el que tanto odiabas cuando
tú me provocabas aullar

Y ya está, ya hay paz,
oh, ya hay paz

¿Por qué gritaba?
Lo sé y tú no,
no preguntabas,
tú nunca, no

"Allí donde solíamos gritar". Love of Lesbian. 1999

11 abril 2009

No hay Nadia como tú


Aquí los inviernos son mucho peores desde que no estás


Te pones en pie un año antes y después inyectas el filtro, el prospecto, la receta, y hoy estás y hoy no estás y sigo odiando las despedidas.

Habemus Papa

Te conservé arrasada por el tiempo. Una más, de aquéllas. Pero ahora no quiero darme de hostias con tu amigo que igualmente es sencillo y divulgado en su acaso natural aparición o ciencia, escepticismo, biología, física, inversiones, farmacia, química, electrónica... (y tantos conocimientos que ignoro y que atesoro). No soy de los que se dan el rollo de saberlo todo, de expresarlo todo con sencillez, sin pedanterías varias, con degustaciones sinceras. No soy de ésos. No soy el sombrero ejemplar y la campana de la sabiduría, el arquetipo de la omnipotente imparcialidad que únicamente pueden acumular unos pocos o al menos uno. Ni siquiera aquél que extrae del cemento la consigna, el objetivo de provocar la aventura y la herramienta, qué diablos, no soy de los que ponen en pie los estadios. No comparezco ampliamente maltratado por la injusticia, la ausencia de los valores de la revolución de conservadores y de mártires que castigan cierta horma de burguesía que no es veraz, más aun, contumaz, ni me sé de pé a pá vuestros mandamientos. No me busquéis.
Anuncié al mundo el cónclave, la acorralé contra una pared a las diez menos cuarto, junto a un cajero y a una lluvia empobrecida. Sus colegas se estarán muriendo, hartos de necesidad, pensaba mientras frente al pelotón, sin ver ni en sueños la nieve. Cuando me llevaron a descubrir la nieve yo ya la conocía, ya me la sabía de memoria. Pero entonces a qué me trajisteis, os reproché. Luego, abriendo los cuadernos Rubio y toda la caligrafía con que instruirse os provoqué el recular, pues qué aprender, dije, mosaicos de brillantina y polen son mis versos, terreno en la vida nunca hollado mi sabiduría.
Soy el rebelde que sin tinta ni ideas volatiza cualquier conjetura.
No me preguntes porque mi callada respuesta deslumbrará el camino y gasificará el sino y la efervescencia postergada. Y no, no soy de los que hacen alarde sin más: el silencio y mi silencio os formarán añicos que después os harán aullar (aullabas, aullaba, aullábamos). El bufido del tiempo que acertasteis perdido os rendirá visita. El tanto del honor será ejemplo vivo de vuestra inferior vicisitud y de que el movimiento se demuestra andando, y después pudrirá las rodillas. La sentencia de una vida casi novelada, sin referente alguno más que la creencia vana en mi ficción, se inclinará en vuestra apariencia de huesos de ceniza y de estrechas miras y de cálculos echados por tierra. Luego -y entonces- la mano que de mi mano despegará por el frío tu tensión en una nota suspendida que el azar entrelazará y subrayará con la caída prolífica de una necia, vaga, curiosa, genial arquitectura, será mi epitafio que fusilará el aliento ocurrente y recurrente de mi dogma, la única, la sempiterna verdad, y ahora tú respiras.

09 abril 2009

Pobre bagaje para un conservador

No hay señales en el móvil y ciertamente me la suda. No sé cómo empezar con esta historia y cómo terminar con tu hermosa plasticidad. Extendiste tardes que merecían mi rotunda aprobación. Entonces de qué manera desflecar el tiempo si no existe nada dentro, aquí adentro, en las profundidades. Ahora sin embargo ya sabes demasiado.
Un skyline junto al monumento a los picapedreros que destrozan el cubo de granito y unas esquinas contra las que golpea el sol huraño pueden servir como principio. Nunca aparté los ojos de la silueta frágil de la ciudad ni de las brumas que la envolvían como un embudo volteado. A veces alguna nube quebrándose, y yo caminando por la calle cuesta arriba para alcanzar el ayuntamiento, la plaza delimitada y paradójica, y traspasarla.
Me sentaba contra la pared y una colisión estampaba los minutos elásticos y los esparcía. Dime, cuéntame, explícame qué valió la pena de todo aquello (pregunta retórica), dame la razón que no está, exceptuando la lengua hasta la campanilla, las fantasías en las mañanas de otoño.
Viví -llamémoslo así- encerrado en una mentira. Proscribir, narrar el final del cuento, todo eso estaba por hacer. Putear de cara contra un nuevo cigarrillo y el teclado, que dice Cortázar.
Estaban las dos mesas, una especie de tabique, un mostrador a las espaldas, los teléfonos contra la pared, los ordenadores a la vista de todos. Hasta aquí llegaron delincuentes de medio pelo, las horas de secuestro en el sótano junto a las ratas, el troquelado en los pies, el deseo por llevar zapatos de plataforma o los botines de El Fary, la caja fuerte vacía. Y además las conversaciones ligeras, las citas en las cuales olía a sexo y se vaticinaba eternidad, los accesos de pánico, los paseos por calles de mujeres sofisticadas, las bajadas por Montera mirando al suelo, los domingos en Callao invadido de terror y sin otro sitio al que acudir. Luego el disputar una partida con la vida por semana, la irresistible atracción por desaparecer, la lectura de Doctor Pasavento, el libro donde se habla de mi sosias. Más días a sumar haciéndome el interesante con la enigmática bibliotecaria, dejando para siempre mi escrito hacia ella sin terminar, absteniéndome incluso de despedirme con el viento en contra. Proseguir frente a un escenario cantando junto a gente que no conocía, amagando bailes y felicidad. Dos borracheras tremendas, azules y polares. La nada.
Entonces se presentó el traslado, adiós a Sebastopol y a sus capas de ruina metafísica, bienvenidos a Vienna y a las campanas de la catedral. Sin más los enfoques que pronto regresaron adustos, cautelosos, planos sobre todo. Las ganas de empezar a repartir hostias y las cajas precintadas y las maletas mal cerradas, demasiada prisa antes de ponerse el sol y concluir el verano.

Primero había dejado pasar el tiempo contemplando la pared de nuevo en contra, el tabique de la derecha, sin preguntas ni respuestas, y más allá decenas de noches de alcohol y demonios. Rutina de horizontes caídos, malas fotografías, escombros. Agazaparse, tratar de escapar como en las pesadillas en las que quieres correr y algo tira de ti frustrando cualquier ínfimo propósito. No obstante correr, correr y ser alcanzado como los idiotas.
Permuté pues un barrio por otro, recobré las cartas mal repartidas en la jugada maestra que conocía de memoria y subsistió el mal sabor de boca, proemio de incertidumbres ya conocidas. Aquí me dispusieron frente a frente, me echaron al campo de batalla sin munición ni logística, pronto tuve que hacer las maletas y sentarme cerca del mar, en la ciudad donde siempre se respiraba el aroma a océano. Volví a La Coruña y a la tristeza, la melancolía de anocheceres tempranos e insensatos, los pasos desencajados y el gesto retorcido. Amaneceres tibios sin nada a mi lado, el viaje de vuelta con una resaca que me había durado una semana por lo menos. Viajé a Barcelona y al preámbulo, me despedí de ti y de todos, me detuve frente a las ráfagas de viento que traía el horizonte, garabato frío y luminoso, trepando por los detalles y por la luna, buscando mi mala estrella lejos de tu estrella amena, de tu futuro encendido y mi inmortal presente de confusión.
Llegué hasta Valencia sorteando Burgos y a los pelmazos de los turistas. Me alojé en la Costa del Maresme, en un pueblo donde por aquellas fechas se garantizaba mi anonimato. Subí al autobús de un ensueño postrero, me enrabieté en la última vuelta, jurándome que siempre te echaría de menos, el buen perrito faldero detrás de un dibujo de tu sombra, apostando por un definitivo golpe de suerte, como los tontos y como la pereza de esperar sin analizar, sin estudiar, sin haber trabajado, sólo armado con la crítica facilona y el sarcasmo.
Otra vez lo eché todo a perder. Pero entonces acudió la secuencia en la cual comprendí que no había nada y que por lo tanto no hallaría nada que malgastar: ni himnos ni banderas ni tesoros ni espantos ni monstruos ni arenas ni juegos ni halagos ni revoluciones ni años ni augurios ni esperanzas ni tragos ni fragancias ni estirpes ni carroñas ni penas ni babas ni ritos ni aciertos ni céntimos ni espadas ni tiempo ni catástrofes ni ciclos ni círculos ni ambages ni cabos sueltos ni sogas firmes ni nada que perder ni ningún sitio al que ir.

Fue un pasatiempo, un capricho, poco más


Fue un pasatiempo, un capricho, poco más,
después amanecí dormido en un portal.
Erasmus borrachas que llevan sandalias
y tú vas corriendo el primero a mirarlas.

Y bailamos sin hablar, ¡oh no!
Y nos vamos a escapar a un clima cálido.
We are having so much fun, ¡oh no!
Reflejábamos la luz de nuestro alrededor.

Salí buscando un poco de conversación
(de esto y lo otro)
y por casualidad terminé en aquel café
(algo no habitual).

Erasmus borrachas levantan la falda
y tú vas corriendo, a ver si te cansas.
Y bailamos sin hablar, ¡oh no!
Y nos vamos a escapar a un clima cálido.
We are having so much fun, ¡oh no!
Reflejábamos la luz de nuestro alrededor.
Y bailamos sin hablar, ¡oh no!
Y nos vamos a escapar a un clima cálido.
We are having so much fun, ¡oh no!
Reflejábamos la luz de nuestro alrededor


Francisco Nixon, El perro es mío