27 octubre 2006

Protector labial

Seco y febril como una estación de tren en ruinas donde las locomotoras se han declarado en huelga y los silbidos son los de un borracho impaciente que se ha equivocado otra noche de andén.

El santo y seña sin señas de identidad es el correcto pero no lo conoces y te conminan a deambular inerte por el andén hasta que despunta el nuevo día.

El frío corta y son grietas tus pasos como trincheras de una guerra que nunca es la tuya.

Se rompe la puerta con un portazo y rompe la nariz el dicho de dar con la puerta en las narices.

Cosas que suceden por no protegerte cuando siempre fuiste un protegido.

23 octubre 2006

Usted no sabe hacer cola

Antes de lo imaginable advierto, trémulo, que voy a petar

Si bien no lo juzgarán verosímil, es una realidad: No me desplomó la tristeza. Tenía la ciudad a mis pies y no era dueño de nada. La música gimoteaba al pulsar las cuerdas de una guitarra, las notas boicoteaban los corsés. Tres perros corrían por la plaza, ajenos. La cruz de piedra sostenía mi cada vez más exhausto cuerpo. No pensaba en sufrimientos ni en angustias. No era la hora de pensar. No se concebía el tópico, el cliché. Tan pronto como se deshaga el adoquinado del monte comenzará la contienda. Sé que volaré como un pájaro. No, más veloz que un pájaro: Lo haré sin alas. De súbito la ciudad será mía en el sentido literal. Yo seré la ciudad.
Ya sólo aúlla en suspenso el pálpito ulterior.

18 octubre 2006

Invece

El coche conducido por Ella giró despacio a la derecha, hacia la verja de entrada, siguiendo las indicaciones estrictas que Él le daba desde el asiento del copiloto. El volante obedeció a regañadientes como indócil esencia.
En aquel extraño territorio, en esa especie de parque, los vehículos —toda clase de vehículos—, las sombrillas, las mesas y tumbonas, las toallas, esterillas y demás artilugios análogos ocupaban con paciencia los espacios o, en ocasiones, los inventaban. También tenían su lugar, por ejemplo, las neveras, los paraguas, las pelotas de playa, los impermeables, las parrillas de barbacoa, el carbón y los hornillos de camping gas. El terreno era de una notable irregularidad, inestable, gris. Escudriñaron, avanzando parsimoniosamente con el coche, una ubicación más o menos cómoda. Allí, mientras buscaban, parecía avanzar veloz el tiempo, de tal manera que se pasó de una estación a otra en apenas minutos: el sol, la lluvia o el granizo (a veces la nieve), el viento, la temperatura, la duración e intensidad de la luz se alteraron en ese breve lapso (así como el color de la piedra y la hierba), brindando un espectáculo misterioso, un poco inquietante, pero, a fin de cuentas, digno de ser contemplado. Ella consiguió encajar con dificultad el coche en posición diagonal entre una moto y una furgoneta de color rosa. A su lado, un joven perfilaba con su sierra eléctrica los arbustos, los esculpía más bien. Sacaron, sujetando cada uno por un extremo, la ligera mesa de madera y la transportaron —como una precaria unidad de incómoda fusión— hacia un espacio libre. Tropezaron en su camino con objetos, personas que estaban tumbadas, animales que correteaban, rocas que esperan durante siglos a que pase el tiempo y se elabore con calma la historia. La esfera azul del reloj de Él destelló un magnífico rayo de sol que fue a parar con golpe certero a las pupilas de una señora que leía alegremente el Hola. Él pidió disculpas a la mujer por interrumpirle la lectura (alegó la lógica y comprensible involuntariedad) y dirigió su mirada a un grupo de revoltosos chiquillos que jugaban, excitados, corriendo delante de un sonriente balón anaranjado. El cielo se tiñó de violeta, así que el sol frunció la nariz, su luz rasante caía, plúmbea, revelando la textura de las superficies. Un hombre trataba de leer con agónica paciencia un periódico del día anterior pero una ráfaga de viento, toda arrugas, se lo impedía. Caminaron sin cesar, caminar inexorable y sin detenerse. Gotas de sudor perlaban la frente de Él que, molesto, se pasó el dorso de la mano izquierda con un ágil y estéril movimiento. Ella, al contrario, mostraba un aspecto exultante y guiaba con decisión el traslado de la mesa, marcaba el itinerario, disponía el destino. La hierba se coloreó de un azul pálido estremecedor, avanzaron metros y metros y se situaron, al fin, ante una vacía cancha de tenis de arena fina y cobriza que se precipitaba hacia un pinar. Para ser exactos, la inclinación del terreno comenzaba más allá de la red divisoria de la cancha, aunque sin duda provocaba el vertiginoso efecto óptico de arrastrar hacia abajo, tras de sí, al resto de la superficie rectangular junto con las líneas, la silla del juez de línea, las vallas y alambradas que cerraban el conjunto formando el dibujo preciso de un recinto deportivo tenístico. Comieron frente a frente, ocupando ambos las cabeceras de la mesa. Había bajo sus pies cristales rotos esparcidos por la metralla, un bello fulgor dorado. El lugar que eligieron como aposento estaba situado a la derecha de una caravana blanca muy sucia y justo un metro detrás del coche estacionado por Ella. Comenzó a chispear y se metieron en el coche, miraron de frente, callados, a la cancha de tenis durante largo rato. Un niño orinó al ritmo de la lluvia sobre una de las ruedas traseras de la caravana, aspiró la fragancia ambiental; sus amigos, sin esperarle, se deslizaron en trineo sobre la intensa hierba, se evaporaron en dirección al plano inclinado del pinar. Ella y Él se reían sentados en el asiento trasero. Al instante, fijaron sus miradas componiendo una escena conmovedora y establecieron entre sonrisas un torpe diálogo que, tan pronto como se inició, se tornó inaudible.

En ese momento se hizo el silencio.
Lo justo para que hablara la megafonía en el vagón del metro y tomara protagonismo su función informativa. El tren encontró la parada de Ella de manera fulminante, les dejó igual que si no hubieran estado juntos hacía unos segundos o ni siquiera se conocieran. Cuando se dieron los correspondientes besos, Ella se apartó de Él para alcanzar la puerta y le dio la espalda convirtiéndose en una persona más de aquel vagón, con el mismo anónimo significado.

17 octubre 2006

Sebastopol City

Encontrarse ante la duda y la certeza, la ilusión y el desaliento, el lugar común y lo imprevisto, el destino y ninguna parte, la esperanza y el desencanto. O acaso el contacto con lo obvio y lo inefable, con la idea de que de nada ya se espera algo, o de que posiblemente se oculte tras la sombra de las esquinas un minúsculo chispazo que origine el más grande de los albores.

16 octubre 2006

sms

Ayer por la tarde, tomando algo, recibí de un número desconocido el siguiente mensaje:

“Dime.algo.mami.eres.mala.pero.yo.te.amo.porqe.tanto.te.quiero.nopuedo.

dejar.de.pensar.un.segundo.de.pensar..en.ti.mami.timbame.”

Decisión imperiosa: nunca más me vestiré de mujer cuando salga por la noche.

14 octubre 2006

15, diciembre, 2002

Pregunta del reportero a pie de campo de Canal + a Iñigo Idiákez tras finalizar con derrota por 1-0 su partido frente al Sporting, resultado que hunde aún más al Oviedo en el último puesto de la Segunda División:
—Y de ahí, ¿cómo se sale?
Respuesta de Idiákez:
—No lo sé.

Idéntica respuesta que estoy en condiciones de dar yo frente a cualquier pregunta.

13 octubre 2006

1995

Hay una invasión de silencio atravesando la habitación de un hogar tranquilo, acogedor y majestuoso, en donde no se dicen palabras y se mantienen las miradas fijas, perdidas hacia no se sabe bien qué objeto y un calor ambiental es el dominador de todo.
Es un momento solemne, casi mágico el que se observa en aquel cuarto oreado por el humo de un cigarrillo. Se diría que tiene algo de cómico, más bien de dramático ese pomposo instante, cuando pende una tenue luz sobre las cabezas y una solitaria mosca cruza la habitación sucesivamente. Escuchamos su zumbido a la perfección, también el canto de los grillos afuera, el paso de un tren lejano o el crujir de resecas hojas ante las tímidas embestidas de la brisa.
Alguien entona un conocido cántico pero nadie le sigue o le presta atención, nadie sonríe o canta, nadie levanta los ojos de sus posiciones como si los tuvieran pegados de continuo. Parece que nadie va a moverse y no existe dirección a la que dirigirse ni camino que recorrer. En fin, todo está hecho ya, y miramos todos al mismo sitio y vemos el paseo de una sombra que, relajadamente, se dirige hacia la puerta.

12 octubre 2006

Sobre la marcha, ante el chaparrón

Para salir de Sebastopol, y a modo de recordatorio, comentar que uno se ha de introducir en un engranaje de tránsitos casi absurdos, en los que puede observar determinadas realidades o ser víctima a priori de ciertos riesgos y confusiones y tragicómicos lances del juego. La misma noche de ayer, camino de la estación de tren, se metieron en el autobús dos individuos, pareja mixta, de esa gente que te mira mal diciéndote qué miras y que podrían involucrarte en un malentendido con un más que difícil final feliz. De esos malentendidos que el conductor o los vigilantes pasarían por alto para no salpicarse, que bastante tiene cada uno con los suyo.

Al margen de estas cuestiones, de la tensión generada, de la respiración que se entrecorta, un dato más que subyace cuando se viaja y se transporta repetidamente de modo tan fútil y que quiero subrayar y mostrar como conclusión propia: La necesidad de espacios abiertos, la urgencia por tener una salida adyacente más sencilla de tomar. El caso es que en lugar de válvulas de escape al alcance de la mano, Sebastopol me ofrece un opaco y mal iluminado camino secundario, nada recomendable incluso para animales como las cabras. Sus transportes son de escasa combinación, sus horarios insuficientes, sus terminales lejanas. En lugar de un mar frente al que plantarse e imaginar con una puerta gigantesca, una formación montañosa ceñida y afilada, como si una frontera en pleno conflicto bélico y con soldados armados hasta los dientes te silbara: atrévete a pasar, verás lo que es bueno.
Entonces verás lo que es malo, si te lo diré yo…

11 octubre 2006

Vuelvo a Granada



Entre mi gente encontraré la felicidad
Miguel Ríos


Ya estamos en camino. Casi. El Paraíso, como gusta decir El Brujo, aguarda. Aunque sea un eslogan turístico me temo que no esté empleado en ese sentido. Mucho me temo, viniendo de quien viene. Pero ya estamos listos, ready to go.
Creo que ya estoy preparado psicológica, físicamente. Protectores de estómago, sales de frutas, bicarbonato y análogos se agolpan contra las cremalleras de la maleta en un inútil intento por escapar de lo inevitable. Venid a mí, les ordeno. No vienen pero tampoco pueden huir. Control, eso es lo único necesario.
Y preparación, entrenamiento a base de placebos. Por ejemplo, beber tónica antes de cenar. Tónica a secas, sin el imprescindible gin. Gesto con una eficacia absoluta para afrontar lo que vendrá, elemento inocuo en estos días frente al poder que representará su mezcla con el gin a granel. De todas formas, pensándolo bien, no las tengo todas conmigo. Eso que tiene la tónica, quinina, no me insinúa nada saludable, quizás me esté envenenando con más energía durante mis libaciones en pos de la sugestión que cuando realmente me abandono sin miramientos a la auténtica tarea trasnochadora, la que declina en arduo desgaste. Pues a todos los niveles se expande el deterioro. Que se lo pregunten a mi memoria, que no responderá. No por impertinente, sino porque no recuerda.
La Mahou, que también (y tan bien) manejo con los mismos argumentos y persiguiendo el mismo fin, esta vez en experimento real (mundos virtuales o paralelos aparte y que no vienen a cuento), es otra de mis armas predilectas. Podemos retarnos, calvas y canas aparte, a un duelo bajo la luna llena con el mítico metro de cerveza a las puertas de lo que fue el Bar Chiribí. La música de Los Suaves corre de mi cuenta, yo me encargaré de recordaros las canciones con mi desenvuelta ironía. Garantizo la nostalgia, los retales caprichosos y melancólicos. La cara y la cruz.
Y poco más por hoy.
Bueno sí, ahora me viene a la cabeza, al escribir desde el puesto número 9 de la biblioteca de Sebastopol, que le debo un post medido, muy meditado y que resulte muy espontáneo a una de las bibliotecarias.
Pese a que ella no lo sepa.

09 octubre 2006

Dinamismo en Ciudad de Barcelona, Madrid

La historia se remonta al jueves. Tuve que viajar (no exagero) a Madrid por una cuestión de trabajo, y de ahí se deriva mi no comparecencia hasta hoy por esta página.

Qué cansancio. Un madrugón de órdago para llegar tarde. Una letanía tan insistente… Si no es el tren, es el atasco a las afueras y en el interior de la metrópoli, si no la avería del metro, todo a la vez, qué se yo… Caprichos. Algo parecido.
La noche del viernes tenía decidido eso de sentarme y escribir sobre esto. Me dormí en el sofá. Lo dicho: tan cansado me encontraba que no estaba, era imposible estar. Me había dado tiempo a leer un capítulo crucial de Las intermitencias de la muerte, última obra de José Saramago (o Sara Mago, como prefería fantasear Esperanza Aguirre en sus tiempos Ministra de Cultura; porque era fantasía y no ignorancia, ¿no?). Mientras leía no recuerdo haber percibido acceso alguno de sopor, me sentí por el contrario acoplado con los párrafos y la trama de la novela. Pero me dormí y el post se escribía en una especie de duermevela gaseosa. Se fue todo a vivir junto al olvido restando un poso de desasosiego al concluir mi cabezada. Gran estupefacción en mí, regreso a la consciencia y enseguida al sobre a continuar con el dormir, soñar acaso.

Levemente afectado por el trastorno padecido durante el jueves madrileño, este sábado me dirigí a la oficina con la música de Muy Poca Gente en procesión: cuánto barroquismo, cuánto rococó en el germen de LCB. Algora es imbatible. Emocionado de nuevo al incrustarme en el universo de este gran tipo levanté el cierre del comercio con fastidio, prefiriendo haber llegado un par de minutos después, el tiempo exacto para que la canción ‘El beso más grande’ finalizara. Reconozco que dormité cuando buscaba unos papeles que teníamos extraviados. Y eso que los encontré velocísimo. O eso creo. Ahora no sé con seguridad si eran los papeles que buscábamos. Bueno, todo a su tiempo. Tras cosas peores el mundo siguió su curso.
Luego vinieron las conversaciones, chequeo al pulso de la actualidad de la empresa: una compañera que había llegado a las 7am tras una noche con origen tranqui (suele pasar); otra que tiene una duda y se le ocurre (qué idea) que yo puedo ayudarla; una tercera que llama para saludar, desear los buenos días a las 12:56 al tiempo que me comenta que tiene delante de su escaparate a un individuo con un cubata en una mano y un porro en la otra; una cuarta que me sorprende según avanza nuestro despreocupado diálogo. Sale a relucir -pues yo le pregunté si había consagrado la noche anterior a la telebasura- el tema de los libros. Interrogo: “bien, ¿y qué leías?” “Sobre héroes y tumbas”, me dice. “¿Qué?”, me sorprendo, “¡si la acabo de terminar!”. “Anda ya”, replica; qué incredulidad me demuestra la muy... “Que sí, que sí”, digo, y entro en detalles. Como es lógico surgieron más nombres, de películas también, pero con quien no contaba es con Hank, ese escritor de verdad, ya que ella me cuenta que leyó recientemente Shakespeare nunca lo hizo, que vio Factotum y que se va a meter con toda la obra de Mr. Charles Bukowski. Sin palabras me quedé, pues la conozco desde hace casi un año y mira tú por dónde me salió, nunca me lo hubiera imaginado.

Y de esta guisa pongo el punto y final sin hacer aprecio en ningún momento al título de la entrada, extremo más que justificado, porque fue lo mismo que hicieron con nosotros el jueves: convocarnos para algo que no nos llegaron a exponer.

03 octubre 2006

Tiempo suspendido (18:44 horas)

Una tarde para preguntar: ¿Te gusta la cocacola? ¿El café? ¿Le afecta a tus nervios la cafeína? ¿Te altera más el café o la cocacola? ¿Eres adicta/o a la cafeína? ¿Y a la nicotina? ¿Qué me dices de las bebidas alcohólicas? Me estoy bebiendo una cocacola de 50cl en botella de plástico. Tengo demasiado sueño y la cafeína de la bebida de fórmula secreta no me está siendo de gran ayuda. Deficitaria es su fórmula contra la somnolencia. Este brebaje dicen que atesora infinitas cualidades para otras tantas aplicaciones, historias fronterizas con la leyenda urbana y muy extrañas la mayoría. En el rojo tapón figura una fecha, 1996, que será -infiero- la fecha de nacimiento de este nuevo y revolucionario envase para la marca multimillonaria. Diez años. No le va nada mal el negocio a The Coca-Cola Company: reinventarse (como Dover), diversificarse, expandirse.
Tiempo suspendido.
Cerebro stand-by.

Recua dañina

Me cuestionarán por mis visitas a Majadahonda, de eso hablaré algún día, bueno, no, voy a hablar hoy mismo y manifestarme partidario de sus pijas habitantes, y ser esclavo y adulador de su femineidad límpida y sus tarjetas de crédito, que ya Fran Nixon lo dijo en una canción de LCB que a algunos nos gusta tanto, a otros menos, a la mayoría nada de nada, pero qué se le va a hacer, a mí tampoco me gustan muchas cosas, demasiadas, la mayoría por desgracia, por desgracia para mí y mi materia, y sigo contando lo que cuento para poner en claro el efecto de náusea que provocó el bajarme del autobús en Moncloa y exponerme a la apabullante visión de un edificio horroroso e imperialista, ‘Ejército del Aire’ rezaba una placa gris que presidía el edificio, a la vez que otra placa gris, gris, gris mantenía el nombre de ‘Francisco Franco Caudillo de España’, y enfrente una columna y un águila y otro Franco más, Ramón, y todas esas cosas a escasas dos horas de meterme en un cine para ver Salvador y estremecerme con esa historia y con la realidad que no cambia, que transmuta los colores y nos maquilla y nos niega evidencias y nos dice que sigamos adelante en el mejor de los mundos posibles, pero ay de aquél que se mueva en otra dirección, que se desvíe, que no sea honrado ni gente de bien, porque aquél que no sostenga la rojigualda con águila o sin águila ya se puede ir preparando, al que no le gusten los Reyes Católicos, al que no le pida perdón al Sr. Aznar por los siglos de ocupación árabe, que qué más queremos, hijosdeputa y traidores, locos, malnacidos, antipatriotas y demás lindezas, y al cuerno con escritos subversivos, a quemar esa basura que intoxica y miente ante la Verdad, la Gracia de Dios y demás gracias que no tienen ni puta gracia (gracias Kike), para qué perder el tiempo con el intercambio de opiniones, con los ensayos reflexivos que algún cabrón dejó escritos, como los que me encuentro en largas páginas de Sobre héroes y tumbas, que me remueven, conmueven, me siguen haciendo dudar, hacer ciertas las palabras de Gide, buscar la verdad, dudar de quien la encuentra, pues hay muchos que la encuentran, que lo tienen todo bien clarito, qué afortunados, de ellos el reino de la tierra, de lo tangible, qué coño y el de los cielos, si es que siempre hay listos y tontos, mala suerte eso de ser tonto, calentarse la cabeza, que vivan la paz y después la gloria, el vivir bien de los que puedan, el que llegue detrás que arree y así una y mil veces, pero no obstante me paro y no puedo y sé que a alguno le romperán la garganta hasta dejarlo sin respiración con otra vuelta de tuerca, que dónde quedarán los tiempos de sosiego vividos como al escuchar y cantar muy bajo “Suzanne” de Leonard Cohen en buena compañía, porque de eso hasta el más pintado será desposeído con crueldad cuando no se tienen las riendas, y en su rostro le caerá un grotesco salivazo, incluso de los rancios cuerpos muertos, además siempre rancios en vida, que no podía ser de otra manera, y caerán cíclicamente hasta que no sólo uno, ni dos ni tres, sino todos, como en la película, gritemos “Franco Hijo de Puta, Franco Cabrón”, contra todos los Francos sin ápice de franqueza de ésta y de cualquier esquina del mundo, y que vivan la muerte y la voluptuosa demagogia y que Amén sobre todo, señores míos.

02 octubre 2006

Moscú y mis más de 500 noches (y II)

Por el resto del camino y del relato demasiadas puertas que se cierran, repetitivos empellones en consorcio con el desdén.
Como al pretender realizar los trámites para la concesión del visado a Rusia por motivos de turismo: el hombretón que se encontraba en las dependencias del consulado de Madrid no comprendía ni hablaba una sola palabra de español; tampoco de inglés o francés. En consecuencia, su manera de proceder ante mi obstinación para que se iniciaran las gestiones del visado se vio rematada con un inapelable empujón a mi persona y un enérgico golpe a la verja que rodeaba al edificio, que la dejó literalmente tiritando. Mi cuerpo apareció dos manzanas más allá y tardé un buen rato en recomponerme.

Una vez obtenido el maldito visado por cauces no legales (la única manera de conseguirlo) recluté como compañero de viaje a un vecino mío muy aficionado a la bebida, el juego y las prostitutas. Todo lo que necesitaba se encontraba pared con pared, era una joyita el vecino, el paquete Todo Incluido de los sueños resquebrajados. Un muchacho que me presentó sus credenciales desde los primeros días, al tropezarme con su cuerpo inmóvil tendido en un tramo completo de las escaleras del portal. Lo abrigaba una descomunal borrachera, no precisaba más. A la mañana siguiente, bien temprano, ya no estaba, pero era de los que se sabe que no requieren de nada en especial, que se saben cuidar muy bien sin delicadezas ni sutilezas. Era un sibarita a su manera el chaval.
Y a lomos de su peculiar sibaritismo nos embarcamos con destino a Rusia, lugar en que no experimentamos con el romanticismo conceptuado en el mundillo rosa, más bien con el encarnado por tipos como Larra, visceral y de revólver cargado. Porque si fue en el famoso casino de Torrelodones donde me impidieron, al expulsarme, comprobar sus competitivos precios respecto a los del casino que visitamos en Moscú, en el antro moscovita sólo me faltó despellejarme y vender mi piel para llegar a las últimas consecuencias, jugar una partida de ruleta rusa y no de la convencional, que tan aburrida y desentonada resultaba conmigo y mis circunstancias. Así que, por supuesto, me metí en un nuevo embrollo, y terminé detenido y encerrado en un calabozo que no podría presumir de distinción ni de nada, era un ejemplo de algo que se debería mantener en secreto y, sospecho por lo que vino después, que eso hacían. Pese al nivel de alcoholismo de la sociedad rusa, que en su embotada cotidianeidad es de poner en duda que les preocupara su vil sistema policial, el Sr. Putin se comportaba como otro Demócrata más: mucha palabra y apariencia y pocos hechos y menos aun Justicia.
El empujón del punto y final de esta historieta se produjo con mi destierro a Barnaul, localidad emplazada en los dominios de Siberia.


Cuánta paradoja: un país que huía de los espíritus negros del Imperio Soviético valiéndose de sus mismas herramientas de represión, y yo, un posmoderno desecho de occidente gobernado por el nihilismo de cuarto de baño y lamentándome por mi soledad en un sitio más amargo, si cabe, que mi ahora añorado, coloreado y feliz Sebastopol.