27 octubre 2010

The Wrestler (2)

[…]; los que no consideran a la sociedad como un círculo erizado de espadas; los que no ven en las cosas más simples -una piedra, un boleto de ómnibus, una mancha del pantalón- el signo de la adversidad, ésos no sé cómo pueden vivir, pero son, sin duda, los triunfadores.

Releo los diarios recogidos bajo el título La tentación del fracaso del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro. En lo legado por este magnífico autor consigno apabullado el nudo de filiación, el carenado insuperable ante la rasca de los malos vientos, el éxito de la verdad y el talento frente a lo inflado y necio, lo falaz y lo vacío.
Presiono simultáneamente el play y sólo soy capaz de seleccionar una canción (por azar, sin motivo aparente) que casa perfectamente con la lectura de este libro.


22 octubre 2010

El duelo

Sospecho que ni en sueños el ritmo de estos minutos les haría vaticinar que, sentados el uno frente al otro en sendos bancos a la entrada de la autopista en un mediodía de octubre, tendrían que atenerse a los hechos y a las consecuencias. Y todo porque escupían en la acera sus miradas taimadas retándose, y enjuiciaban la luz del otoño, la que convertía el sol en rocío, y repulsaban la belleza de una estampa que deglutía a rumanos ávidos por enjuagar los parabrisas de los coches mientras ellos desarrollaban su mañana absurda y revuelta y la hierba se asfixiaba debajo de sus pies, al mismo tiempo que los insectos, esas salpicaduras de barro, tañían pasivamente los ángulos que tales imbéciles no se merecían. Las llantas de los coches, pizpiretas, revivían en aquel momento breves y expuestas ante el cruce de miradas muy entrado el día y ellos, los idiotas, se simplificaban en vistazos aéreos tanto más complacidos como inservibles llegaban las morosas cuentas que rendir.
Abiertos a la correspondencia de un qué más da que sea lunes, que sea viernes, que sea sábado, con su idiosincrasia proseguían lastimando la mañana, con un desafío, con un insulto retrospectivo. Propinaban golpes a la vida igual que a la ropa mojada, vituperaban el bastidor otoñal con un periódico entornado y la vista siempre avizor al abordaje, ventilaban como un brasero rancio y con el mismo labraran sus esperanzas extinguidas.
Obsceno, en su cualidad de camorrista, uno de los sujetos da sombra a un libro de Pérez Reverte que apoya a su derecha encima del banco; el otro, para no ser menos, le planta el ejemplar de La Razón en sus narices; claro que a los metros de distancia suficientes para que la bronca no se haga verbo. Pronto el cruce de miradas dudoso, pues el espécimen más cercano lleva unas gafas Ray-Ban de sol muy negras y el opuesto se alborota a causa de la impertinencia desvergonzada. Un desánimo justo, desconcertado, de la puta que lo parió, enfrasca a los dos tipos en un combate magnánimo, una fanfarronada que en otra época -le hubiera dicho seguro el del libro- se zanjaría a punta de espada, mas los lubrificados contendientes no parecen estar por la labor.
Y es aquí cuando entra la luminosidad activa, la encía de la oración de otoño y la templada barca en la ensenada; es el instante odiado, el de la deserción y la delación, con los dos ejemplares sin combate, inclinando la cabeza, los rayos ungiendo las pétalos de las flores, narrando batallitas para sus adentros, el murmullo penoso. Es cuando ante tamaño fotograma confuso un individuo al margen, que surge debajo de una piedra y ajeno al populismo, les encaja un par de disparos, para cada uno el suyo, por gilipollas.

21 octubre 2010

Escarmiento

Maldigo con toda mi alma el día que concreté regresar aquí para quedarme. Desde luego que nos gustaba el campo, la piedra, el bosque, el río o la montaña. Nos encantaban los cielos nítidos y azules que, intachables, hacían jugar al agua con un margen de papel satinado y ondulante. Nos circundaba una atmósfera próspera, hermana del refinamiento, de según qué placer mundano. Pasear cuando aquejaba con puntualidad la luz del día, pataleando sobre el suelo, en una indecisión mixta de algodón y gomaespuma. Nataciones en la polifonía de las corrientes sibilinas, en el jardín de reflexiones que se postergaban sin vuelta atrás. Promovíamos, contra la trama de arbustos y cimas, excursiones ascendentes y transversales. Nos topábamos con animales y humanos, también los perros se maravillaban y se descubrían ante tanta hermosura y deleite. El suplemento estirado de las praderas perpetuas suministraba cierto empaque a la pluralidad del conjunto. De puertas adentro, la casa replegaba un misterio en el rellano, y los tabiques como de lija se contraían secretamente en el armazón de sus estancias. En la chimenea el fuego lamía los troncos; la madera seca y frágil proyectaba hacia el lienzo formas y materias que iban y venían, abanicándose. Sobre la mesa jamás se echaban en falta manjares extraordinarios, con su correspondiente acompañamiento graduable, líquido y a menudo amargo. Igual que tubos de ensayo pasaban las estaciones anodinamente, pulidas con siluetas indefensas.

Bien es sabido que las cosas no son idílicas ni extemporáneas, que el blanco, que el negro, que el gris, etc. Es aceptable conocer que las jornadas monótonas son proclives a poner a prueba la opulencia de cualquier carácter, la estabilidad de lo contingente. Nos cruzamos en el bosque, hacha en mano yo, durante una tarde herrumbrada. Detuve al perro tan bien como me fue posible porque éste, enfurecido, se iba derecho a por los suyos. Ni siquiera tardé un segundo en reconocerle. No sé lo que hace aquí, por qué está de vuelta ni qué fábulas andará contado. Me tengo estudiado cada uno de sus trapicheos, el currículo que ostenta, el proyecto turbio de las tierras y el pleito antiguo entre nuestras familias. Le di sin embargo las buenas tardes como si me conjurara. Aunque el tipo se hizo el loco, no me resistí y le invité a recordar. Sin escrúpulos, este hombre pretendía seguir ignorando quién le estaba hablando, quién era yo. Le recité los versos de La canción del leñador que cortaba cabezas, el mito transmitido entre los antepasados del lugar. Un hombre con un hacha, una cabeza que se despegaba burdamente de un cuerpo, unos pecados que se anclaban sin tiempo para la contrición.

Supongo que tenía que ocurrir, vaya, habían sido muchos los meses allí vividos. El pasado, su fantasma, esclarecía sobrio uno por uno los rincones. Escuchando los versos de la canción del leñador, declamados al compás de un balanceo de hacha, observé de pronto hacia qué destino se aproximaba mi futuro.

Al tipo le gusta mucho encender la chimenea. Voy caminando por el bosque, siento mi respiración sorda y puntiaguda. Talar árboles, apilar leña es mi trabajo. La chimenea de ese hombre no está del todo afianzada.

Aticé esa noche el fuego opaco y erizado. Después me dirigí a la cocina para preparar la cena a mi familia.

18 octubre 2010

The Wrestler

Menos mal que aún quedan tipos con finales abiertos, fuera del almizcle cutre obvio falso previsible de final feliz.

15 octubre 2010

Choque frontal

Desfilamos en paralelo o perpendicular a través de la avenida: mañanas y mañanas, quizás alguna tarde que la improvisación haya transferido herméticamente. Ilustramos la ponderación de unos tiempos por los que apenas han fluido guerras ni revoluciones, alzamientos, holocaustos, saqueos, atracos a mano armada, incendios, robos, crímenes, secuestros, traiciones, chantajes, quiebras, atropellos, intoxicaciones, epidemias, hambrunas, agresiones terroristas, seísmos, plagas, sobornos, derrumbes, campos anegados, ejecuciones, cortocircuitos, estallidos, peleas a puñetazo limpio y con arma blanca o de fuego, estraperlo, ferrocarriles de trocha angosta, accidentes de circulación, tajos hacia lo finito vislumbrados de madrugada por esta ventana. Colisionamos por azar en terreno no acotado, en un punto imprevisto, neutro, entre Postigo Alto y Postigo Bajo, en el borde razonable de sostenerte así por las caderas.

14 octubre 2010

Homenaje sincero a la retahíla de tópicos


Pues era verdad, más vale caer en gracia que...

13 octubre 2010

Los pajaritos

Había mostrado siempre aborrecimiento por ciertas aves, esos chillidos que emitían dando el tiro de salida de mañanas horribles en que debía regresar arrastrando su borrachera por la ciudad. Indicaba la llamada de los pajaritos que el día despuntaba en ese momento, y que, de nuevo, no habría nada que hacer.
Un domingo, engrasando la escopeta de su padre en el cuarto de las armas, pacta en secreto que pondrá en jaque el trino dulce que tanto embelesa a los sacerdotes. Deja aparte los chismes que describen a gatos prendidos entre garras, desapariciones de indigentes y después, como es objetivo, la extinción de la sociedad felina que originariamente poblaba el solar del antiguo colegio. Con método, con pausa, sin vacilar, carga la escopeta y se apropia de munición para encarar la contienda. No puede retardar demasiado el instante, pronto caerá la noche. Debe salir con el margen suficiente que le avale luego un regreso preciso y que nada parezca extraño.
Como un vapor insalubre, ya en el exterior, un calor ácido remonta por sus mejillas y las barniza lóbregamente. Encauza sus pasos hacia los matorrales, punto de acceso del que se valían los mendigos y demás seres que habían incurrido en el sacrilegio de introducirse en la franja ocupada por los pájaros. Cuando se adentra, nubes pasajeras tiznan con grosería aún más la noche. Empieza a notarse el frío otoñal, pero sin embargo avanza confiado con la escopeta al hombro y las extremidades en guardia.
Pisa la hojarasca marchita, varias flores mustias a las cuales no les ha sido entregada la bendición de la luz, hostiga callejones ilusorios y muros en ruinas. Sin murmullos, sin envases, con cautela. Poco a poco va atestiguando que el sudor toma su espalda y, poco después cómo, en el confuso ulular de la brisa entre las ramas, una perforación y el condimento sanguíneo abarcan las sienes y la garganta, y la opresión ha sobrepasado el pecho y todo el flanco izquierdo. Un nudo de alas se bate acorde al destello sinuoso del acero que brilla. Un balazo solitario se incrusta en el compás nocturno de un pico que maneja con soltura una entidad cartilaginosa. Una forma que, señalaron, se parecía demasiado a una oreja humana.

09 octubre 2010

Ibuprofeno

Es sencillo dispersar los días como intrusos que ven pasar el tren delante de su choza

A veces sentado en una terraza y en silencio, la charla tangencial de los otros dos porque no hay nada que escuchar, menos que decir, cosas que siquiera entretengan. Tal vez sí echar un vistazo a la gente que transita, mirar al perro que te clava los ojos porque está aterrorizado. La bebida que meridianamente no sienta bien, tampoco la sobriedad; es complejo discernir en cuál de las vertientes está uno peor, si sereno, si ebrio, si comatoso por la resaca.
Entonces Julie en la penumbra levanta la voz y propaga una risotada en el momento en que nos dirige unas palabras:
-Éste parece más joven, porque vosotros dos…
Y éste se pregunta si parece más joven comparado con su padre y con el otro tipo, el hombre que cada día sube al albergue municipal para acariciar y abrazar a los perros, uno por uno, extrayéndolos y restituyéndolos después en sus jaulas.
Éste le da una respuesta a Julie ambicionando sacársela de encima, desprenderse de su borrachera en la previa de despedida de solteras que protagoniza junto a dos amigas que van de la mano de dos tipos, una creo que es la futura novia, y Julie nos dice a guisa de retirada que siempre tiene que haber algún palurdo suelto.
Manosea éste la corbata y pide un taxi, hasta aquí hemos llegado, pienso tras el firme apretón de manos con el hombre que acaricia y abraza a todos los perros y de dos o tres palmaditas en el hombro del susodicho. Escalamos hacia el hotel, el puerto se queda atrás, me despojo del traje, sueño en la duermevela que me he muerto.
Bostezando a la mañana siguiente observo la estatua infinita de los caballos en la rotonda -Joder, como se nos caiga medio caballo encima vamos listos- mientras mi padre, sin hacer aprecio, conduce a Valença, ciudad donde, después del paseo de rigor por la Fortaleza, compramos aguardiente él, café yo y tomamos el camino de vuelta antes de que ser alcanzados por el viento.


07 octubre 2010

Huelga general

Desahuciada toda fe en la burguesía emprendo pragmáticamente ruta hacia la sede central de la CEOE un 29 de septiembre del año en curso con el sano propósito de reclamarle a su presidente por lo que se denomina las malas mi parte del botín sufriendo en la rodilla izquierda el impacto de una detonación de arma de fuego cuyo artífice de mohín parco resulta ser un infiltrado en la policía nacional de los piquetes informativos sección sindicatos convocantes oficiales con lo que eso jode



Van a hacer un aeropuerto donde habíamos quedado
vamos a tener que irnos a otro lado.
Van a hacerme presidente de los estados del ánimo
vamos a manipular los resultados.
Van a hacer una película con banqueros y abogados
esto sólo puede ser el decorado.
Voy a hacer que te arrepientas de lo que dijiste el sábado
y voy a reivindicar los atentados.
Y cuando esto pase, Cristo nos ampare,
no van a quedar ni ratas por las calles.
Y cuando esto pase y sea insoportable
no te olvides quien lo dijo antes que nadie.
Van a tener consecuencias las palizas que me has dado
mucho antes de lo que tienes pensado.
Voy a comprarme tus discos para ver si son tan malos
como dicen los estudios de mercado.
Y cuando esto pase búscate aliados
porque no va a quedar nadie de tu lado.
Y cuando esto pase anda con cuidado
y no te olvides de quien te lo está contando.
Van a pagarte lo mismo por el doble de trabajo
si no haces algo para remediarlo.
Van a sacarte los dientes y van a televisarlo
simplemente por las cosas que has pensado.
Y cuando esto pase puede que te salves
si reaccionas antes de que sea tarde.
Cuando esto pase haz algo importante
y no te olvides de nosotros
que estaremos en el fondo
no te olvides que te lo dijimos antes.

06 octubre 2010

Walk away

Echo de menos las giras y lo que no puede ser


I swapped my innocence for pride
Crushed the end within my stride
Said I'm strong now I know that I'm a leaver
I love the sound of you walking away
Mascara bleeds a blackened tear
And I am cold
Yes, I'm cold
But not as cold as you are
I love the sound of you walking away
Why don't you walk away?
Why don't you walk away?
No buildings will fall down
Why don't you walk away?
No quake will split the ground
Why don't you walk away?
The sun won't swallow the sky
Why don't you walk away?
Statues will not cry
Why don't you walk away?
I cannot turn to see those eyes
As apologies may rise
I must be strong and stay an unbeliever
And love the sound of you walking away
Mascara bleeds into my eye
I'm not cold
I am old
At least
As old as you are
As you walk away?
As you walk away
My headstone crumbles down
As you walk away
The Hollywood wind's a howl
As you walk away
The Kremlin's falling
As you walk away
Radio Four is STATIC
As you walk away
The stab of stiletto
On a silent night
Stalin Smiles
Hitler laughs
Churchill claps
Mao Tse Tung
on the back