31 diciembre 2006

Feliz 2007


Urgente abrazar a quien quiero y no puedo.

Mendigar amor es una tragedia.



No soy un ser trágico, sólo capital del disimulo.

El poeta es un fingidor. Sí.

Reflexión estética: anquilosado, deslavazado y sin personalidad.

Estética del asco.

Hoy hasta la cocacola huele a vómito.

Viviré de los recuerdos de una noche en Sebastopol.

Me mudaré a Pernambuco o Tegucigalpa y tampoco sabré dónde están.

La realidad de una isla.

Post del regreso mangao.

Feliz 2007.

30 diciembre 2006

Window


Probablemente el paisaje que otear de enero en adelante.

Familiar y lejano.


Lluvioso, obsceno y confuso.



Con el tono del fracaso.

28 diciembre 2006

Tiempo de despedidas si ha lugar: La Habitación

Me introduje en la casa como embadurnado en unto, con un sigilo abrumador. Al llegar junto a la puerta de mi habitación noté que algo raro pasaba: un sonido de muelles y de voces grisáceas me paralizaron hasta el dedo meñique del pie derecho. Retrocedí sin darme la vuelta, caminando marcha atrás. Unos metros después tropecé con la casera, que me señalaba con cara de desaprobación y su índice tieso en dirección a la terraza. Me fui hacia allí, me ubiqué en el exterior a una temperatura de menos demasiados grados. Adopté la postura del que se cree inteligente callando y otorgando. Lo mismo me había ocurrido por la tarde al tratar de meter la llave en la cerradura de la oficina: Esa llave no servía para esa cerradura: O había alguien cambiado la llave, o había alguien cambiado la cerradura. Dejé pasar el resto del tiempo, hasta completar todo mi horario laboral, en la plaza contigua, vigilando las jugadas más interesantes del campeonato de mus. Para el contratiempo de la casa me había adjudicado la táctica de emplear las horas nocturnas en fumar marihuana y envolverme, por aquello del frío, en las cortinas de raso brillante que protegían el ventanal. Para la adversidad en el trabajo, si no fallecía por congelación o trágicamente achicharrado, aún no albergaba solución alguna. Aunque era totalmente seguro que algo se me ocurriría. Para lo que sin embargo veía peor remedio era frente al deplorable comportamiento con que me había obsequiado la persona que tenía por mejor amigo: tras interrumpir nuestra charla telefónica (él adujo que se cortaba el teléfono), desoyó mis posteriores intentos durante días haciéndome ver, bien a las claras, que no sólo una sino muchas, eran las personas que veían en mí a un auténtico hijo de puta.

27 diciembre 2006

Dirán

Y podía dedicar el generoso resto de mis días a cosas mejores que a perseguir fuegos fatuos, repetí para mis adentros. Proseguí sin más, con convencimiento, llevando a buen puerto mi actividad gloriosa y sin par, eludiendo el rostro del más osado de los provocadores. El sol ya se empezaba a ocultar y lamía las frentes antes de rendirse y besar la arcilla del terreno. “El dogma es el pensamiento de los otros”, escuché a la vez que mascaba y escupía tabaco, a la vez que el esfuerzo no cesaba. El revoloteo de todas esas notas que se gastaron en mis oídos apuntalaba mis sospechas. El souvenir imberbe de un quejido, el jadeo intermitente que se entrechocaba como ramaje corrompido se instaló con ardoroso desprecio y aburría. Yo lo apartaba, yo lo tomaba. Aun en líneas divergentes, acuarelas emborronadas y vívidas postales se suspende el imparable, incorregible dios de lo inexorable. Pulsión, tañido tenso, fatigado y prácticamente vencido: No lo quise repetir pero me lo dije. Ventanal y cortinas nubladas, vosotros sois el centro del desaparecer, el susurro que miente por mí, pronuncié a gritos. El estigma infalible, dorado puño y lacre imperecedero de execrable futuro hablará. A mí sólo me vale el silencio, sentencié, el mutismo equiparable al del millón de tumbas análogas a ésta que ya termino de excavar.

26 diciembre 2006

Tiempo de despedidas si ha lugar: Nadia

¿Dónde estarás, en qué aeropuerto, en qué hotel?
¿Cuántos países habrás conocido yendo a competir?
No contestas a mis cartas...
¿Es cosa tuya o es que no te deja tu entrenador?

Llamé y no estabas
Mi pequeña Nadia, ¿acaso piensas en mí?
Llamé y no estabas
Me hubiera gustado despedirme

Aquí los inviernos son mucho peores desde que no estás
Se han muerto las plantas, ya no viene nadie por el bar
A pesar de todo nos quedan cosas por las que luchar
Te deseo suerte en la Olimpiada de Montreal

Llamé y no estabas
Mi pequeña Nadia, ¿acaso piensas en mí?
Llamé y no estabas
Me hubiera gustado despedirme

Llamé y no estabas
Mi pequeña Nadia, ¿acaso piensas en mí?
Llamé y no estabas
Me hubiera gustado despedirme de ti

21 diciembre 2006

Air Madrid

No me sorprende lo más mínimo este final, hay cosas que se ven venir, ya puede uno aplicar capas de maquillaje o intentarlo, porque todo saltará bajo las narices como si explotara algo muy frágil y peligroso, omitida por lo demás toda sintomatología previa.
Mi vuelo despegaría a media mañana. Me fui temprano al aeropuerto con la idea de evitar el ajetreo del tiempo encorsetado y me resultó fácil conseguirlo. Con tres horas y media de anticipación esbozaba sin complejos un semblante de ganador.
Tomé café a precio de lujo, leí la prensa, di largos paseos por la terminal, facturé sobrado y retiré igualmente la tarjeta de embarque guiñándole el ojo a la empleada de Air Madrid. Asimismo pasé el control de seguridad y me senté ante la puerta correspondiente.
Al poco, me fue imposible evitar mandarle un penoso sms a mi prometida, una mujer que bien creo que me la pegaba con otro y que pasaba olímpicamente de mí, pero que yo adoraba: La imagen fotográfica del panel informativo ante mi puerta de embarque encabezaba mi irónico, cómplice y tierno texto, mi enésima declaración de amor entre líneas. Su respuesta llegó inmutable, imperturbable, a mi entender incluso dura, gélida. Si no recuerdo mal creo que me sirvió.
Luego, sin tiempo para pensar nada más, comenzamos a embarcar.
Vinieron a hombros los problemas. Demasiadas vueltas y virajes por el recinto aeroportuario dio el minibús, con en cambio ningún destino coherente a la vista que nos sugiriera un despegue. Arreciaron los malos humos. Las protestas, que era de ley que aparecieran, no tardaron en llegar. Hasta pasado un buen rato en aquel infierno de frío y silencio no paramos junto a una aeronave de color blanco.
A los pies de la misma, repartidos por el asfalto, se alineaban todos nuestros equipajes, y a mí además se me acercó un hombre con mi perro atado con una correa, fuera del transportín (sic), que me entregó sin hablar. Nos vimos forzados a introducir nosotros mismos las maletas en el avión: “El perro no”, me dijeron: “El perro debe viajar en la cabina sobre su regazo, caballero”. Todo un pastor alemán con sobrepeso era mi perro, 11 horas y 20 minutos el tiempo estimado de viaje.
Distribuí mi equipaje por la parte central de la bodega sujetando la correa de mi mascota con los dientes. Dos tipos malencarados protestaban por mi decisión de esparcir al máximo mis objetos, denotando con esta acción un malintencionado proceder. Pero, cuando quise subir por la escalera delantera del avión, me percaté de que no tenía conmigo la tarjeta de embarque. Me introduje de nuevo en la bodega para comunicárselo a los dos hombres, y éstos sonrieron con perfidia. “Dentro de una chaqueta roja, ahí la tenía”, dije. Busqué y ellos hicieron como que buscaban. Miré para mi manga derecha y era de color rojo: tenía la chaqueta puesta y la tarjeta de embarque se refugiaba en mi bolsillo interior. Me escurrí hacia fuera y hacia la escalera que comunicaba con la cabina de la nave.
Antes de que pudiera tocar el primer peldaño, un brazo me detuvo violento. Un empleado de seguridad, con dos perros pequeños sujetos con correas, me obstaculizaba: “Tienen que volver al minibús que les llevará a su avión”, dijo. “¡Cómo!, si el avión ya está aquí”. “Háganme caso”, respondió cortante.
Amagamos con la desobediencia. Pasaron deprisa las horas. Se instaló el cansancio y la indignación en los cuerpos (no en las almas). Clamamos por nuestros derechos (“cuáles”, nos preguntábamos a la vez). Murmurábamos y callábamos.
Por fin el de seguridad, cuyos perros habían intentado sodomizar al mío, se acercó con el escueto comunicado oficial: “Pueden marcharse todos a sus casas, la compañía acaba de irse a tomar por culo”.
Un hombre que mostraba la placa con su nombre y apellidos bajo el título Asesor de viajes me sopló al oído: “Te lo dije, te dije que nunca eligieras Air Madrid”. Para colmo, agregó en el mismo tono de listillo: “Por cierto, tu novia te acaba de dejar por otro tipo. Y el tipo soy yo”.

20 diciembre 2006

Tiempo de despedidas si ha lugar: La Muchachada

Ya está aparcado uno de los coches en los que se han transportado, y la espesura, lo hundido de su carrocería delatan que el maltrato se ha impuesto como en otras ocasiones, ya es muy tarde para cambiar, son muchos los años y grandes las cabezas. Así que este señor del que me callaré su nombre aparcó su vehículo sobre unos contenedores de separación de residuos, es decir, amarillo, azul, verde, sin distinguir indolentemente a qué especie pertenecía su hasta el momento impecable coche. Cuando se hubieron calmado tras la acalorada discusión, les hablé de los últimos episodios: el encuentro fortuito con B., las costuras de un complot, la lluvia ácida en la rotonda… Pero también les relaté mis flamantes pisadas por la ciudad, como mi presencia ante una escena turbia y lamentable protagonizada por unos jóvenes marroquíes que aporrearon a unos no tan jóvenes clientes de un bar del centro, o mi repentina vomitona en un parque de los aledaños de mi domicilio al volver, algo pasado de copas y a horas intempestivas, en una de mis más prósperas noches de ocio y rutina canallesca.
De la Muchachada referir su protagonismo en una despedida que podría haber tenido lugar, que de hecho lo tuvo. Porque basta ya de pecar de la más execrable complacencia, que no es otra que la autocomplacencia que embute este blog. Basta ya por unas líneas, aunque sólo vaya a ser durante unas líneas, las líneas de hoy y las de la mano izquierda.
Pues bien, los muchachos tomaron la ciudad o volvieron prisioneros (siempre es complicado afirmar, excepto para la mayoría); aun así no es posible ni prudente inocular objeciones, irresueltas hipótesis o premisas macilentas. No. Los muchachos fueron cualquier cosa menos tonalidades grises, trajeron risas de colores y se exhibieron a cada cual más hermoso y jovial:


los vimos beber, estrellarse contra el pavimento, rodar y sonreír con bocas abiertas e inacabables, bailar con sangre y no horchata en las venas, pelearse, gemir, reconciliarse con ellos y el mundo, empapar de sudor y lágrimas sus camisas floreadas, cortar céspedes y regar jardines municipales, oler flores, morder el polvo, derribar señales coercitivas, tender la ropa y la levita al paso de las damas, ofrecerles rosas de plástico, amarlas (a todas) y, es más, soñar despiertos cuando en realidad dormían, custodiar la verdad por unas horas bajo alfombras voladoras y volar sin alfombras y sin alas.

16 diciembre 2006

Tiempo de despedidas si ha lugar: La Rotonda

Prefiero que se sepa la verdad:
nunca estuve a gusto a lo largo de mi vida
LCB


Envuelto en los matices del neón giraba insulso durante largo tiempo en la neurótica metrópoli. Cuando estaba al borde del desfallecimiento, posé mis pies en el metal a rayas, me quedé quieto y ascendí hacia el estruendo.
En el local, en torno al casticismo, ya me esperaban, bueno, no sé si ciertamente me esperaban, pero allí había gente y había risas y había conversación. Me senté a la mesa con la vista nublada. Casi en décimas se puso a sonar por mi cabeza “El chico de la noria hecha con pelos de colores” de El efecto lupa de El Niño Gusano. Esta vez con más nitidez que la primera, estoy seguro.
Escuché, escuché mucho.
Me apretaba la soga al cuello.
Me reprimí sin más alardes.
Me preguntaron, querían averiguar el porqué, el porqué de qué, me pregunté.
Besé y me besaron.
Todo siempre dando vueltas.
Cuando estaba al borde del desfallecimiento, posé mis manos en el metal a rayas, me quedé quieto y descendí hacia el estruendo. Envuelto en los matices del neón giraba insulso durante largo tiempo en la neurótica metrópoli.
Hasta que no giré más.

15 diciembre 2006

Tiempo de despedidas si ha lugar: La Conspiración

Maneras diversas de llegar a un mismo sitio y al abrigo de un mismo fin: la alta conspiración. Perdimos el tiempo no obstante fingiendo dar esquinazo a nuestros enemigos. Por ejemplo, cuando uno de nosotros se presentó con una tapa de alcantarilla por sombrero, poniendo en evidencia su torpe actuar después de abandonadas las cloacas: tanto hedor y suciedad soportados para esto, pensé al verlo llegar. O también en mi caso, mientras caminaba sin levantar sospechas, exhibiendo una recia sensación de normalidad hasta el punto en que apareció ese atrayente y delator escaparate que me empujó a adoptar la pose de un maniquí, a mostrarle al mundo mi traje viejo lleno de lamparones en todo su esplendor, como si mi imagen reflejada en el cristal fuera en realidad un objeto que se hallase en el interior de la tienda y no un triste y desvaído proyecto de hombre.
Otros se las apañaron para deslizarse por canalones cubiertos de musgo fresco y arrojarse sobre el empedrado, con los consiguientes hematomas y rasguños y con todas las alarmas que saltaron aviesas a su alrededor.
Por no mencionar el antiguo truco del periódico agujereado, un diario chipriota para más señas que manejaba con soltura nuestra compañera turca, al tiempo que presumía de su mirada picaruela y acrobática.
Antes de la reunión, cuando tuve por fin a bien el separarme de aquel escaparate, esperé por todo el grupo ocultando mi cara con una máscara japonesa. La discreción se erigía en la principal enseña, no sería aceptado el titubeo ni el escarnio. Guardé silencio cada vez que uno de los miembros del colectivo se acercaba a mí condecorándome con el saludo secreto. Me sentía muy orgulloso, como parte de algo trascendente.
Pasado un tiempo prudencial, y al verificar que ni espías rivales ni celosos guardianes de la Verdad Suprema custodiaban nuestros pasos, más de uno chasqueamos la lengua en señal de desilusión, nos giramos 90º y nos sentamos en la mesa que teníamos reservada en el restaurante chino.

14 diciembre 2006

Tiempo de despedidas si ha lugar: B.

Salía recién adquirido mi décimo para el sorteo navideño en la administración de lotería del centro comercial. De inmediato, entre la muchedumbre, distinguí a B., cliente mío y ciudadano de Lviv, Ucrania. Me estrechó la mano y me preguntó si quería quedarme con él comprando ropa o detenernos a tomar una cerveza. Le contesté que mi plan inicial se inclinaba más por el café, no demasiado cargado, al ser aún las 12am, al estar trabajando. Nos metimos en el bar de la planta superior del edificio y bebimos él cerveza y yo café (con leche templada en taza grande). Asimos nuestra copa y nuestra taza respectivamente y sorbimos al unísono mirándonos a los ojos con una serenidad que cortaba el aliento. Recobramos el aliento y charlamos: Internet, trabajo y “¿cómo te va en lo personal?”, me preguntó. “Bien, no puedo quejarme”, le dije. Pero esta respuesta no pareció conformarle, así que profundizó en su interrogatorio con tal carga de profundidad que ríase usted del Guaje Merucu o de Perdis/La Perdiz. De la profundidad se pasó a los límites de lo irritante. De entre todos los enunciados de B. cabe destacar sin embargo un consejo que bien mirado era muy razonable, aunque no pareciera haberlo rumiado en exceso antes de expresarlo: “Deberías buscarte una novia, así no te aburrirías: te llevará a sitios, te propondrá planes, te dirá lo que hacer… Echáis un polvo, vamos, ya sabes, jejeje…”
Luego se le ocurrió a B. que compartiéramos destino en el azar. Sacamos las carteras y pusimos dinero para el sorteo de una cesta de Navidad. Su nombre resultó complicado para la camarera, y B. tuvo que tendérselo por escrito a ésta en una etiqueta de Soberano. Una señora que bebía cerveza a nuestro lado se metió en la conversación y le preguntó a B. por su nacionalidad, me preguntó a mí que si era también ucraniano, no sé por qué ese empeño con que si soy ruso (señor) o ucraniano aquí en Sebastopol; en nada me parezco a los autóctonos pero ellos dale que te pego con la cantinela. La señora parecía borracha o alcoholizada, una dama bukowskiana sacada de una historieta bukowskiana.
Con lo cual, caí en la cuenta del certero desenlace si nos tocara la cesta. A la salida del bar, a la izquierda, había un sórdido callejón donde el señor B. y yo nos disputaríamos previsiblemente a puñetazos la cesta en caso de salir ganadores en el sorteo. Entonces volví a examinar adecuadamente a B. para asegurarme de que me haría papilla llegado el momento con un simple soplido. Rompí por la mitad una botella de tercio y me la guardé en la gabardina. Cuento ansioso los días para el sorteo de Navidad.

12 diciembre 2006

Réquiem


Dices que me muevo sólo por el lado oscuro,
que soy un pusilánime sin nada que contar,
pero tu película de amor no vale un duro:
la cosa está tan clara como un rayo sideral.


“La última cena”. Sr. Chinarro,
El mundo según


Poco que contar más que la suerte está echada, que es tiempo de despedidas si ha lugar, que nada habría que añadir a tanta palabra y elucubración por nada, que vamos a cerrar círculos o cuadrarlos si es menester, que procederemos a extraer el bucle de las espirales, que las vamos a dejar al dente y acompañarlas con dos dientes de ajo fileteados en aceite de oliva, anchoas, aceitunas negras, salsa de tomate y perejil y metérnoslas entre pecho y espalda a la salud de.

02 diciembre 2006

Correveidiles

Ruido de sables en los palacios, color rojizo en las paredes, hasta nuestras camisas blancas se sorprenden -de pronto- del mismo modo salpicadas, con idéntico tono. El universal peso de los siglos, el eterno caos de nuestra actitud que creemos correcta y es del todo errónea. Pasos descaminados sin sospecharlo, huellas que nunca debieron grabarse, surcos inútiles, tatuajes o cicatrices, explosión de corazones: calor y llamaradas. Fuego y artificio de herida de muerte. Conciencias tranquilas ante el señor de los pecados.
Cuando matar sale gratis y va con mayúsculas.

(Corre, ve y diles)