30 agosto 2006

Aeropuertos, 29/08/06

Justo antes de llegar se respira aire de aeropuerto: terminología y estética pululan por mi cabeza, incluso la canción. Me refiero a la canción "Aeropuerto" de LLPP que conecto a mis oídos. Los hay frikis.

Tránsito 1
Cambiarse de asiento en el autobús -es un decir- cuando el sol pica por la ventanilla junto a la que se está situado. Acomodarse en un asiento ya reclinado, por ahorro y vagancia a partes iguales. Dormitar, pretender que el viaje se va a prolongar durante largo tiempo, siempre más que el real. Huir de la realidad.


Facturación y tarjeta de embarque
Acudir de inmediato a los mostradores desiertos para desembarazarse de la maleta y recoger la tarjeta de embarque. Meterse en el baño con la mochila al hombro. Pasear sin rumbo, inspeccionar las diminutas instalaciones. Esconderse en el Madreñogiro.


Cafetería
Momento para hacer inventario frente a la televisión: mesas, sillas, clientela, publicidad. Fijarse en los espejos y observar a los camareros de refilón. Revolver el colacao caliente minuciosamente. Sacar el papel con los datos del e-ticket, llenarlo de sandeces. Darle un uso alternativo y sostenible.


Control de seguridad
Pasar sencillamente por el arco de seguridad, recuperar el equipaje de mano. Librarse de los magreos, al fin, de la Guardia Civil. Ubicarse próximo a la puerta de embarque, jugar a escribir, obtener la panorámica de la pista sabiendo que el mar está al fondo y que anochece. Desear que la luz no se vaya por completo a la hora del despegue. Anotar: Interés por ver el mar.


Aterrizaje 1
Para despegar es necesario el aterrizaje previo del avión que nos llevará a la ciudad de donde provenía. Se escucha tocar tierra de forma limpia. Se puede confiar, no habrá ningún problema.


Fotografía
Tiempo para ser requerido y fotografiar a tres niños y una mujer con la pista y el avión de fondo. Salta el flash y se presenta la seguridad de que los resultados no serán los más óptimos. Quedarse con las ganas de corroborarlo, pues la cámara es analógica.


Embarque
Sonreír y ser sonreído, adentrarse por el finger, un pequeño túnel conectado con el avión para de nuevo sonreír y recibir sonrisas y buscar el asiento. Colocar en su sitio el equipaje de mano. Distraerse cuando recitan las instrucciones de seguridad. Lamentarse porque el catering, y sobre todo las bebidas alcohólicas, son de pago.


Despegue
Luces de color azul, consignas. El mar se escapa deprisa pese a poseer un asiento de ventanilla. Una línea bien gruesa tiñe con un perfecto tono naranja el horizonte. Mar negro. La viajera de delante intenta captar la postal, lográndolo. La réflex analógica está en la mochila, fuera del alcance y descargada.


Vuelo
Enseguida el avión se sitúa en su ruta, se inclina ofreciendo sobre el puro naranja la inmensidad de un azul oscuro de noche americana. La luna se queda inmóvil coronada por una solitaria estrella. A través de la megafonía se habla de los programas de fidelización y se ofrece la carta de menú a bordo. Ligeros mareos al comprobar los precios.


Aterrizaje 2
Percibir de abajo hacia arriba la suavidad que transmiten las ruedas al contactar con la pista, el avión pierde velocidad. Mirar afuera, ver a un hombre sobre la pista, contemplar cómo es tragado, con qué simpleza uno de sus brazos desaparece en las entrañas del motor derecho. Ser despertado por una escasamente dulce azafata. Salir, arrastrarse por un finger ahora inmenso. Desembarcar.


Tránsito 2
A pie, con la ayuda de cintas y escaleras mecánicas, con el bus de tránsito entre terminales, con el metro, con un bus más de tránsito, con el metro de nuevo -cambiando incluso de línea-, con el autobús crucial que alcanza Sebastopol. Volver a la pesadilla.

Una especie de Albert Pla o Robe Iniesta a alguien quiere pinchar. Epílogo
En el mismo centro de Sebastopol el individuo de referencia se sube con nosotros profiriendo amenazas: "Tengo a ese hijo de puta metido aquí, lo voy a matar", dice señalándose con el índice la frente. "No te creas", agrega, "que tengo algún problema por pinchar a alguien".

Otro final feliz.

29 agosto 2006

En el Claro de la Luna

En el claro de la luna
donde quiero ir a jugar
duerme la reina Fortuna
que tendrá que madrugar.

Mi guardiana de la suerte
sueña cercada de flor
que me salvas de la muerte
con fortuna en el amor.

Sueña talismán querido
sueña mi abeja y su edad:
sueña y, si lo he merecido,
sueña mi felicidad.

Sueña caballos cerreros
suéñame viento de sur,
sueña un tiempo de aguaceros
en el valle de la luz.

Sueña lo que hago y no digo
sueña en plena libertad,
sueña en que hay días en que vivo
sueña lo que hay que callar.

Entre las luces más bellas
duerme intranquilo mi amor,
porque en su sueño de estrella
mi paso en tierra es dolor.

Mas si yo pudiera serle
miel de abeja en vez de sal,
a qué tentarle la suerte,
qué valiera su soñar.

Suéñeme, pues, cataclismo,
sueñe golpe largo y sed,
sueñe todos los abismos,
que de otra vida no sé.

Sueña lo que hago y no digo
sueña en plena libertad,
sueña en que hay días en que vivo
sueña lo que hay que callar.

Sueñe la talla del día,
del día que fui y del que soy,
que del mañana, alma mía,
lo tengo soñado hoy.


Silvio Rodríguez

28 agosto 2006

Irse

Recién llegado y ya estoy de regreso, todo es un tránsito parecido a un viaje constante de sólo ida, aunque en las palabras previas haya mencionado el término regreso. Es todo como un no estar, ni siquiera en los lugares donde supuestamente uno establece su residencia. La maleta en el recibidor es el más eficiente de los símbolos, contra esto no hay antídoto ni disimulo. Late. (Es como si).

Resurrección en días de verano
Hay que establecer unas pautas de actuación, un proceso con el fin de reconstruirse, gestos tan sencillos como los de cualquier ordinario amanecer: un desayuno, una ducha, un afeitado concienzudo, un vistazo a la prensa, una sonrisa y un correcto “buenos días” a algún vecino… Todo con el objeto de despegarse de la resaca después de un agitado sábado noche.
Pues sí, allí en la Calleja hubo reencuentro, y antes de reunirme con todos, con el colmado “barco de colegas”, me sirvieron en la barra un necesario gin-tonic. En la planta de abajo más caras conocidas, más afortunados reencuentros, fugaces conversaciones, música para sonreír (no vamos a sonreír sólo con la bebida).
Y un comentario hacia Beat Xavi al sonar “Días de verano” de Amaral provocado por el Sr. Chihiro.

Cartón cubierto por cartón
Montones de anécdotas, fotografías hechas por el móvil como aderezos para las historias de tantas noches sin mi presencia. La entrañable historia de una vuelta a casa con Chihiro y Beat como protagonistas, enésimo impagable momento que este último nos regala, y una imagen para el rememorar u olvidar, según se mire: la de Beat ataviado con un cartón a modo de sombrero, tal vez una bolsa de papel, pero yo me quedé con la palabra cartón e hice un chiste sobre mí (poco original e ingenioso, claro).

Nunca he sentido igual una derrota
A Suarón le mencioné en La Bola de Cristal el arranque del disco en directo de Fito y Fitipaldis con la canción “Quiero beber hasta perder el control”, y me reí diciéndole que qué típico me parecía ese tema para el Sr. Fito. Pero Suarón me advirtió de que no era una canción de Fito, sino de otro tipo que había aparecido años atrás muerto en un portal de Madrid a causa de una sobredosis de heroína. Dado nuestro estado tardamos un buen rato en percatarnos de que la canción era de Los Secretos. Nos lo confirmó Chako y añadió el título del disco, que ahora no recuerdo.

Una niña de ojos verdes y un ingeniero
Ya en el Diario Roma, finiquitando la noche, una mujer casada se quedó profundamente hechizada por los ojos verdes de Suarón. Algo añadió de mis ojos coloreados de un vulgar tono marrón, pero como los suyos eran también marrones, dijo que los de este color eran los más hermosos. Poco después apareció su marido y conversamos con él, este matrimonio iba un poco ebrio, hasta el punto de que la mujer llegó a preguntarme incluso que si trabajaba de ingeniero en Sebastopol.

La pescadería
Emprendí entre medias el duro ascenso al peculiar baño del Diario Roma. Allí orinaban dos chicos. Uno de ellos preguntó la hora. “Las seis de la mañana” dijimos al unísono el otro y yo. “Joder”, contestó éste, “ya está todo chapado”. “¿Dónde se puede ir?”, solté por informarme. “Ahora pal Cristo tío, está de puta madre, con bares que abren dende les seis hasta les siete de la tarde, van p’allá les putes y too, ye como una pescadería, almeja fresca, el que nun folla ye porque nun quier”.

Factotum
Queda poso de las lecturas a cierta tierna edad de Charles Bukowski, de eso no hay duda. Cosa distinta es que ya no le encuentre la gracia de antaño y que ahora prefiera otros entretenimientos literarios, desabrochar el corsé bukowskiano, cuya virtud y tumba principal residen en la sencillez de estilo. Poco lugar para el juego, por desgracia.
Como recientemente se produjo el estreno de la película Factotum, Suarón quiso ver en una escena del bar algo relacionado con la historia y con el personaje de Henry Chinaski. Tengo que ver la película.

Cuestiones revolucionarias, justicia social
Emulando a Chihiro y Beat, a sus desayunos ligeros, frugales a base de hamburguesa, fritanga, salsa de mostaza, ketchup y salsa brava increíblemente picante, nos metimos en el bar de un cubano que está frente al Museo de Bellas Artes, junto a la catedral. Se produjo un debate estéril en un local desabastecido de Tropicola y un exceso más. Suarón y el Guaje Merucu mano a mano. Después, más palabras perdidas.
Final del cuento por hoy.

25 agosto 2006

Landscape. Sebastopol, afueras 2

23 agosto 2006

Baile de máscaras

Por una extraña razón el título no me sugiere nada, esas palabras que ayer coloqué como encabezamiento no son nada, nada nuevo al menos: ni estimulante, ni audaz ni sarcástico o erótico-festivo. Lo mismo que la canción “Arconada” de lo último de Tachenko: ‘sin tus besos / me caliento / porque no tengo talento…’.
O quizás dichas palabras lo sean todo, una gran corriente oceánica, un agresivo oleaje y todo sea y represente, empezando por estas deslavazadas frases, una mayúscula mascarada.

Llanuras y desiertos y relojes de arena (Languidez 3)
El tiempo está detenido, se suspende, se abstrae y huye de ti, viene y va en corrientes onduladas, serpentea con coraje seductor mientras tú, en el voraz centro, te impregnas del tacto de la arena que cae sobre tus pies y te arrulla, y el aliento que te falta es un magnífico calor que adormece igual que anestesia, que se asemeja a la sabrosa muerte de la que te sabrás resucitado, cuando, cual momia, te alces con tu distinguido cadáver y asustes distraído a los enanos, y entonces los ángeles ya no tendrán alas sino brillante seda negra brotando de su espalda, y tu mente que es esponja se habrá escurrido entre los campos más inabarcables que puedan avistar ojos humanos y animales, y le murmurarás al tiempo que no te importará, que no vas a aguardar, que nada ni nadie espera y que perder es un estado mental contiguo a la más grandiosa de las debilidades humanas.

Taxis o tranvías
Dónde se queda y dónde empieza la poética de las cosas, lo ramplón o lo sublime, quién lo define, quién establece lo que es, cómo averiguar quién está de cada lado, y cómo afirmarlo, por supuesto.
En qué edificio se alberga, y quién lo sabe.
En qué transportes se desplaza, pues me carcome la curiosidad.

22 agosto 2006

Landscape. Sebastopol, afueras

20 agosto 2006

El post de los 1000 títulos posibles (versión accesible)

La capacidad estimulante del alcohol me facilitó durante la noche de ayer en Leganés la tarea de titular la entrada. Y todo porque me surgía a cada momento un frase ingeniosa o metafórica o directa y precisa, o todo a la vez, aunque claro, la contrapartida está en la decisiva eficacia borrando recuerdos que tienen el whisky, la cerveza, la ginebra, etc. Así pues, me quedé sin un título pero con todos al mismo tiempo, que es lo que pretendo expresar con este epígrafe.

Oye cuco, pasóme un roooolluu
Después de salir del trabajo me cambié de ropa y me preparé un bocadillo del que di buena cuenta en los andenes de la sombría estación de tren de Sebastopol, esa estación negrísima, oscura, ya que no puede ser de otra forma, al ser la ciudad entera un balcón afilado con vistas al Mar Negro.
Por cierto, de nuevo mis conciudadanos me miraron mal: ¿a qué les recordaría en pleno menester alimenticio y empinando una litrona de Mahou Clásica?

Cuando ya no sirven las palabras
En Leganés Centro se produjo con L. el encuentro y nos pusimos a caminar siguiendo las indicaciones de un jovencito latinoamericano. No parecían muy animadas las calles, y nos perdimos y tuvimos que volver a preguntar y retroceder hasta que llegamos a la explanada de La Cubierta. Allí combinamos con cocacola el güiski que de avituallamiento traía L. en la terraza del HouseBar, que en realidad no era un bar, era un puesto tipo chiringuito no demasiado concurrido, ideal para comenzar.
Nos dedicamos a hacer con mucho gusto presente la canción de Fito: "Cuando ya no sirven las palabras / cuando se ha rajado la ilusión / me emborracho con whisky barato / a ver si me escuece el corazón".

Y yo bolinga, bolinga, bolinga, haciendo frente a la situación
Poco nos faltó para salir a la arena, no a la del night-club, sí a la de la plaza de toros, tan ricamente estimulados íbamos. Exploramos algún que otro garito de La Cubierta pero no quedamos muy convencidos con lo que allí vimos, tampoco con el precio de 4 euros por una cocacola (digo cocacola, no confundir con coke). Además, mucho, excesivo reguetón para el gusto de cualquiera. Y visiones que rozaban lo apocalíptico. Nos fuimos a La Zona.

El auténtico gin-tonic de garrafa
Por el módico importe de 5 euros la unidad me tomé en otro bar dos gin-tonics y redondeé la borrachera. La cocacola costaba 2,50.
No hay cotilleos. Para el
que los quiera que haga como yo, ver "Aquí hay tomate" de lunes a viernes. Porque "¿Ustedes tenéis los cojones de invitarme a mí a una copita?". Si no es así, no suelto prenda.

Cómo me gujta Ejpaña y que ejté poblada por ejpañoles
En uno de los puntos del viaje coincidí en un vagón y después dentro de un bus lanzadera con dos ciudadanos ejpañoles. En el mismo espacio viajaban ocho hombres negros, causa suficiente para que los ejpañoles se pronunciaran partidarios de una Ejpaña para los ejpañoles y libre de terroristas, que ya estaba bien de poner bombas en trenes, aviones y autobuses, y que ya estaba bien de basura extranjera perturbando a los Estados Democráticos.
Y que cómo les gujtaba el ser ejpañoles, que era lo más bonito que había en la tierra (supongo que tanto o más que Covadonga y la Santina, como dice Melendi).

Yo tocaba fondo y me dormía en la cocina
Es decir con otras palabras que me dormí en el tramo de Metrosur entre Leganés y Puerta del Sur; o que me dormí en las siguientes dos paradas de la línea 10 tras el transbordo, cuando los empleados de seguridad desalojaron el tren por estar cortada la línea; y es decir que corrí junto a los otros viajeros con el fin de no perder el enlace, como si yo fuera una de esas personas importantes a las que siempre acucia la prisa; y es decir que me dormí en la lanzadera hasta Casa de Campo, que me volví a dormir en el último y largo tramo metropolitano con parada en Plaza de Castilla.
Es decir esto y añadir que me atiborraba de pensamientos en la duermevela, flashes con la certeza de que todo irá peor, porque, me pregunto: ¿Dónde estabas entonces?

18 agosto 2006

Fiesta



Mozo, sírveme en la copa rota
sírveme que me destroza
esta fiebre de obsesión

17 agosto 2006

No confundir SCQ con SVQ

En alguna web corporativa de noticias leí días atrás que un avión que había despegado de Barcelona con destino a Santiago de Compostela había aterrizado en Sevilla. La causa no hay que buscarla en la meteorología, la seguridad antiterrorista o los recientes y catastróficos incendios, sino en un error con los códigos de los aeropuertos. Y un error en algo tan en apariencia intrascendente y prosaico localizado en una sola letra. Al cambiar una C (de SCQ, Santiago de Compostela) por una V (de SVQ, Sevilla) dotaron de una suerte de aliento poético a un trivial desplazamiento, lo aproximaron al concepto o metáfora de viaje, tal vez de pequeña aventura. Aunque ya se sabe, no somos (ni fuimos nunca) seres muy inclinados hacia la poesía, es posible que tampoco hacia lo humorístico, así que el cabreo de los pasajeros de aquel vuelo fue superlativo. No queremos ver la poesía de las pequeñas cosas pese a que muchas veces esas pequeñas cosas ejerzan un poder decisivo en lo ordinario, y terminen por chafarnos nuestro viaje de negocios, nuestro tránsito urgente e imparable hacia ningún lugar.

15 agosto 2006

El vacío existencial de un insecto desconocido

Yace insólito en mi bañera, a veces en movimiento y como buscando una salida, a veces exhibiéndose resignado y ajeno. Fue este mediodía cuando me percaté de su existencia. De su existencia vacía. Este mediodía apareció de nadie sabe dónde y se instaló al principio muy ufano. Creo que al poco tiempo se sintió arrepentido por no pintar nada allí, y además por saberlo. Es duro y sencillo de concluir, por otra parte. Sus movimientos conmovedores (que no conmueven) inclinan la balanza más hacia el repudio que a la conmiseración. Su callada quietud define su perfil timorato.
Pero esto no es lo peor.
Lo peor vendrá mañana, en el momento de la ducha. En el momento en que abra el grifo como si en la bañera no estuviera nadie más que yo. En el momento en que el frágil insecto desconocido reciba el más rotundo de los castigos posibles, el de la demoledora indiferencia.

La vereda de la puerta de atrás (Madrid-Salamanca-Madrid. 2002-2006)
Ignoro si existen especialistas en la tarea de cerrar círculos. O de escapar de ellos. A mí me interesa la cuestión sumamente, porque no sólo tengo que cerrar uno, sino que son dos -al menos- los círculos que aguardan irresueltos e impacientes.
Desde la noche muda de Sebastopol me llegan los insoportables alaridos que portan insomnio a paladas, disparos que quiebran el mutismo para unirnos a la alerta, al desasosiego inservible que desajusta la respiración o el ritmo cardiaco.
Entonces uno ya no podrá nunca asegurar si es círculo o espiral lo que permanece suspendido en el aire, aquello hacia lo que estamos abocados, como tropezones, a inhalar.

Nadie debería confiar en un dinosaurio con pelo
Que los dinosaurios del rock deberían extinguirse. Que, recalcitrantes, los Rolling Stones cancelan también su concierto en Valladolid. Que en qué cabeza cabe que unos impostores presuman de ser los más grandes. Que desde cuándo es posible que los dinosaurios existan y que, encima, tengan pelo.

KBP: De Sebastopol a Borispol
El transporte y los viajeros.
Uno de ellos, un viajero audaz, me dice mientras es atendido bajo los clarines de mi estulticia que piensa que soy ruso. Opina que no puedo proceder de ninguna otra parte. Luego agrega que no se irá sin explicarme tales palabras.

Deseo de
A lo Franz Kafka, y su denodado anhelo de... ¿De?
De ser. Quizás de no ser.
De ser, como él escribió, piel roja.
De merodear por los recodos de las calles en una tarde de agosto.
De sentirme vapuleado por la náusea y querer vomitar amplia, libremente.
De ser ruso, por ejemplo.
De responderle al intrépido viajero de esta tarde: "Soy ruso señor".
De cantar, igual que en esa canción de El Niño Gusano:

Estoy tan cansado de ser como soy,
todo lo que dije lo dijo alguien ya.
¡Qué pena que no sea ruso señor!
¡Qué pena no ser ruso hoy, hoy!

12 agosto 2006

Le petó la cocorota

En plena tormenta de ideas.

Pensar-razonar-enjuiciar
Horrible, nefasto, definitivo punto y final.

10 agosto 2006

Lecturas inaplazables

El verme inmerso, años ha, en la terrible pero fascinante historia que cuenta Ernesto Sábato en El Túnel me movió a continuar con la lectura de más libros suyos. Sin embargo, por razones tal vez misteriosas, tal vez por simple y pura vagancia ante la idea de enfrentarme a la edición en dos volúmenes (cortesía de El Mundo) que tengo de Sobre héroes y tumbas (la obra de Sábato que siempre quise leer), jamás logré pasar de la página 50, y eso que hice tres o cuatro intentos. Ahora, en el quinto, espero alcanzar el definitivo.
Semejantes circunstancias, con otros añadidos, rodean la inexplicable relación que mantengo con La Peste de Albert Camus, aunque debo precisar en este caso que la última tentativa por engancharme con la novela del existencialista Albert me sorprendió en medio de una encrucijada más inaplazable y existencialista quizás, mi destierro voluntario a Sebastopol.
Para finalizar, añadir una obra también muy clásica ante la que realizo mi primera intentona: ni más ni menos que El Gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.


Lecturas frescas
Todo eso que cito en los párrafos anteriores no significa que me haya pasado el tiempo sin tocar un libro, sino que, a falta de otros entretenimientos, han ido cayendo lecturas y a veces relecturas de -a mi juicio- grandes textos: Doctor Pasavento, Seda, Tokio Blues, El hombre que fue Jueves, No mires debajo de la cama, A los hombres de buena voluntad, Pequeños equívocos sin importancia, Desde la ciudad nerviosa o Las cosas.
Vale, de acuerdo, también fracasé, así que apunto un par de intentos difíciles: Los reinos de la casualidad y La vida instrucciones de uso.


Vuelvo a la película
Sin poner en duda lo práctico, útil y limpio que resulta el manejo de la tecnología fotográfica digital, tengo el firme propósito de recoger en mi próxima salida de Sebastopol mi cámara réflex analógica y cargarle película b/n y hacer seguramente el gilipollas, ya que hace bien poco que adquirí una cámara digital y estoy muy satisfecho con sus resultados.


Y a la química
De la película se pasa al laboratorio, a los baños de revelador, paro y fijador, al artesanal proceso en las entrañas del cuarto oscuro, lugar donde me pienso encerrar, con intenciones poco reveladoras, y a ver quién tiene los huevos de sacarme de allí.


Terapia musical
Esta vez con dedicatoria expresa al Sr. Neira, Javier. A esta eminencia del periodismo de investigación y decálogo andante de la libertad e imparcialidad le recomiendo vivamente Transformer de Lou Reed, esperando así que emprenda un paseo por el lado más bestia de la vida (como dice Albert Pla). Y si no regresa, pues todos contentos.

08 agosto 2006

Amigo mío, sólo tú encuentras leña

Una conversación telefónica con una compañera. Un día cualquiera, una temática variada: por ejemplo música de los 80, dinosaurios del rock, la isla de Ibiza. Mi compañera me cuenta su experiencia en Ibiza, un viaje que hizo con su padre a una casi tierna edad, deduzco por lo que me relata: hordas de italianos acosándola. Pese a la presencia del progenitor, una figura que debería imponer cuanto menos respeto, no hay nada que hacer: los de la península itálica se empecinan en entrar a la chica con variadas artes, a cada cual más zafia. "¿Cuántos años creéis que tiene?", se defendía el padre. Ella me lo cuenta entre risas y mantiene que conocer Ibiza merece la pena. Me dice: "Me lo pasé genial, y mira que estuve con mi padre". Añade: "Tienes que ir a Ibiza". Seguimos hablando, yo opino que uno se puede dejar allí mucho dinero, neuronas aparte, que de momento no puedo, que... De pronto, se oye a una persona de su oficina cantando, se mete algo parecido a una melodía en mi auricular y en la conversación. Es su compañera: ¡lo que hace el aburrimiento! Imagino que no están con clientes, aunque no me atrevo a asegurarlo, no pondría la mano en el fuego por nadie, y más conociendo a su compañera A. Me entra la risa, le pregunto: "¿Pero qué pasa ahí?". "Nada, es A., que está cantando 'amigo mío sólo tú encuentras leña', la canción del anuncio", me responde, y suelta una carcajada. "Ah, vale, es que escuché algo que no sabía bien qué era y estaba flipando", le digo. "¡Que se te oye!", le advierte a su compañera, y, nítidamente, la voz de A. responde, sentenciosa: "Es lo que hay".

Es lo que hay
Digas lo que digas, pienses lo que pienses, me voy a volver a encariñar con ésa o más facilidad si cabe, y me volveré a emborrachar sin control las veces que haga falta, las que me apetezca, como en la canción, siempre como en la canción, y aunque la canción sea un pastel, yo también soy un pastel, y va todo a pasar mil y una veces, lo mires por donde lo mires, igual que ocurrió y ocurre siempre, y sé que perderé como sucede siempre, porque siempre me toca perder, y me va a resbalar, porque voy a hacer lo que yo quiera, porque, a fin de cuentas, es lo que hay.

07 agosto 2006

Languidez 2

Te detienes por unos instantes a escuchar las voces que vienen de lejos: jóvenes en charla huera, risas, promesas que no se cumplirán. Te mueves unos centímetros, cambias tu postura a la vez que observas los diminutos pliegues del diván. Las cortinas están entreabiertas -observas también-, la luz ya penetra suave en la estancia, anochecerá, es cuestión de poco tiempo.
Fijas la vista en un cuadro que nada te dice: sus colores muertos, su composición anodina, sus trazos vulgares, un cristal manchado que casi parece mate. Te vienen los recuerdos de otros cuadros perezosamente, te sientes como hundido en el centro de una resaca, y sin embargo no has tomado ni una sola copa.
Evocas el intenso y hermoso brillo de unos ojos de alguien que no está, de alguien que seguramente nunca estuvo, de alguien que, es seguro, nunca va a estar.
Paladeas la tristeza, toda una tormenta de amargura, el monopolio de la desolación te pertenece, cae entero para ti. Luego piensas que te da lo mismo: ni un gesto de dolor, nada que emita sensaciones cercanas al sufrimiento, eso no irá contigo, te convences.
Enciendes otro cigarrillo -cuántos van-, expulsas muy lentamente el humo, sigues, eres el espectador de su desvanecimiento en el aire, como si miraras tu interior: pausado, distante, indiferente.
No te interesan las palabras, para qué esto o lo otro, no te sirve ninguna palabra más en el reino de la apatía.

06 agosto 2006

Noche de fiesta (hubiera sido mejor emborracharse)

Ayer fue un día en el que predominó el cansancio. Esa fue la razón principal para no aceptar la salida nocturna planeada. Lo cierto es que si se le suman al cansancio unos 140 Km. ida y vuelta en transporte público para ir de juerga, la cosa se complica aún más, y uno decide, como antaño, postrarse ante el maravilloso mundo televisivo de un sábado noche, retrotraerse a los magníficos momentos vividos de la mano de José Luis Moreno y sus "Noches de Fiesta", con actuaciones musicales estelares y las divertidas Matrimoniadas.
Pero no, ya no había nada de eso. La televisión de ZP programó la repetición de la última temporada de la repulsiva serie Ana y los 7, un producto a años luz de provocarme la más mínima emoción, nada comparado con lo que sentí en mis adentros cuando me encontré, hace unos años por San Mateo, a los protagonistas de las Matrimoniadas frente a la Plaza de Trascorrales ovetense.

Rock Music
Durante una parte del día me entregué a varias tareas domésticas en cuerpo y alma. En referencia al alma no puedo negar que me gustaría hablar de ella en un post, porque mucho se utiliza la palabra, sobre todo en determinadas canciones. No obstante, me voy a reprimir para evitar -esta vez sí- quedar como un ignorante (de la vida).
Iba diciendo que me entregué a las más urgentes tareas del hogar, y, a la vez, le di cancha a Pixies, Kinks, The Magnetic Fields, entre otros. Escribí un puñado de líneas, leí algo y dormí la siesta. Fin del rock 'n' roll.

Conténtate con ser feliz al lado de un buen muchacho
En las autonómicas que disfrutamos aquí, tenemos la oportunidad de ver Furor, un "pograma" que siempre consideré odioso. La nota positiva vino con la presencia ayer de Vania Millán en el "equipo de las chicas". Está la moza (lo dice la canción) para pasar junto a ella un verano interminable en Tarifa.

Y de postre, melancolía
En el final de Furor les tocó a "los chicos" para la última prueba la famosa canción de Camilo Sesto "Vivir así es morir de amor", esa canción tan ideal en todo tipo de fiestas y saraos y que yo disfruté como un enano.

05 agosto 2006

Que pasen mis valientes

Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia o muestra patente de la escasa capacidad imaginativa del autor

Sus ojos me acosan, se vuelven fogosos empellones pese a que insistan y me aseguren: "No va contigo, no tenemos nada contra ti". Sin embargo aprecio en esas miradas un marchamo de muerte y cenizas sin necesidad de paz ni cementerios, un polvo eterno que ni el viento arrastrará.
"Queremos nuestro dinero ahora", me han dicho. Amenazan (¿con qué?) en el supuesto de que el dinero no estuviera ingresado en su cuenta antes de las 9 a.m. del día siguiente. "Díselo, déjaselo bien clarito". Sostengo el auricular a duras penas, al otro lado de la línea me aguardan oídos incrédulos, de alguien que arraiga ya un sentimiento de encono hacia mí.
Sé que el chico es militar, y por si fuera poco distingo fácilmente, por lo marcado de sus músculos, que está en forma. Sé que podría acabar conmigo en menos de 10 segundos, quizás unos pocos menos si emplease las dos manos. Sé que es inevitable, de cualquier modo, si lo deseara. Su mirada dura no me concede ni un respiro: la serpiente se come al ratón de una pieza, no atisbo escapatoria, no encaja en mis planteamientos.
De pronto decide arrebatarme el teléfono, ponerse él y trasladarle sus exigencias al operador que lleva un buen rato mostrándose más que impaciente. Le grita: "¡¡Cómo que me vas a colgar!!". Continúa hablando a voces. Pero demasiado poco tiempo. "Me ha colgado, el hijoputa me ha colgado, se va a enterar". Entonces le dice a su esposa, levantándose: "Vamos a la Guardia Civil, se les va a caer el pelo. ¡Y luego voy a por el puto sudaca cabrón del teléfono y lo mato!"
Antes de recuperar el auricular y colocarlo en su sitio escucho el fuerte portazo. Sin reacción, como siempre, congelado, sólo medito y deseo que lo de caérsele el pelo a alguien no vaya por mí, que ya está bien.

Viva la muerte
El banco. Otro día más. Haciendo cola por variar, perdiendo el tiempo y a la vez ganándolo, construyendo historias siempre verdaderas, como la historia de hoy. La del hombre tranquilo, la del hombre sereno aunque de aspecto poco saludable que aguarda su turno dos puestos por delante de mí en una enorme fila. Las amas de casa y personas mayores en general aquí en Sebastopol cultivan, también, el hobby de formar colas; de formar colas inmensas y después protestar por lo grandes que son esas colas, y de lo efectivas que se vuelven estimulando el sopor y la sudoración humanas. Y estas personas siempre tienen prisa. Y siempre son las que deben resolver las tareas más apremiantes del mundo. Y siempre piensan que tienen razón. También ocurre aquí, sí, también aquí, otro día más.
En cuanto al hombre tranquilo, no. Al hombre tranquilo le distingue un halo de exquisitas maneras a pesar de su vestir tosco o su rostro sin rasurar o su corte de pelo descuidado. Este hombre logra que centre en él mi atención. Craso error. Advierto espantado la leyenda que graba su antebrazo derecho: "Viva la Muerte". De su pantalón cuelga una bala convertida en llavero. En su espalda, una mochila entreabierta propone malos augurios.
Avanzamos un poco más hacia el mostrador. Yo sigo sin perder la mochila de vista. El reloj de la pared va muy despacio, la fecha del día se tatúa en mi mente.
En la última vuelta al grueso cordón que dirige la fila, la posición del hombre me descubre la mochila y su contenido en todo su esplendor: papeles, un cuaderno, una manzana. Llega al mostrador y se dirige a la empleada desplegando esas exquisitas maneras que describo, mientras que yo, frustrado, me sitúo a las puertas de mi inminente y seguro turno. Otro día más.

03 agosto 2006

Ninguna parte 3


Eduardo subí la radio, yo enciendo un petardo
¿Cuánto falta para llegar a cualquier lugar?
Ojalá te sientas solamente un poco mal
en el día de la mujer mundial
en el día de la mujer mundial

02 agosto 2006

Un hombre de palabra