Aguijón
Me complacía esa conducta liberada del barniz de la afectación. Pronto me cansé de remar, pocos días después, acaso por reconocer que nunca ganaría la orilla, así que empecé a romperlo todo, esa maldita costumbre.
La tan traída por los pelos relación causa y efecto, que hasta Paulina Rubio reseñaba en sus canciones, se daba una vuelta por el barrio. Terreno expedito, faena ondulante, anillo incontestable, calles con relleno de transparencia, ahora sólo faltaba echarse a andar.
Pero a cambio redundancia de obreros y maquinaria pesada, decirse: cuántas estaciones tolerando esto, el sopor, las heridas que no restañan ni me deslizan hacia el agujero.
Ahora ya no es tanto capitular como sobrevivir, y vaya usted a saber de qué manera se puede hacer eso. Desde luego que aquel aroma a nuevo no era para nada tonificante, retrocedía hacia aversiones viejas, actos sin compasión y con mucho remordimiento.
Disponer los trozos de papel, flagelarse, quizás fundirse en negro con una tormenta que por fin lo arrastrase todo. Hacer categóricamente algo que adquiera la irrevocabilidad de un recuerdo tachado, como decir que ni en el Registro Civil queda constancia de aquel fondo de infinita lejanía:
Pedirte de verdad perdón y borrarme del mapa.
En octubre del 97 cayó una tormenta enorme,