The Wrestler (2)
Presiono simultáneamente el play y sólo soy capaz de seleccionar una canción (por azar, sin motivo aparente) que casa perfectamente con la lectura de este libro.
O mundo exterior existe como um actor num palco: está lá mas é outra cosa.
Sospecho que ni en sueños el ritmo de estos minutos les haría vaticinar que, sentados el uno frente al otro en sendos bancos a la entrada de la autopista en un mediodía de octubre, tendrían que atenerse a los hechos y a las consecuencias. Y todo porque escupían en la acera sus miradas taimadas retándose, y enjuiciaban la luz del otoño, la que convertía el sol en rocío, y repulsaban la belleza de una estampa que deglutía a rumanos ávidos por enjuagar los parabrisas de los coches mientras ellos desarrollaban su mañana absurda y revuelta y la hierba se asfixiaba debajo de sus pies, al mismo tiempo que los insectos, esas salpicaduras de barro, tañían pasivamente los ángulos que tales imbéciles no se merecían. Las llantas de los coches, pizpiretas, revivían en aquel momento breves y expuestas ante el cruce de miradas muy entrado el día y ellos, los idiotas, se simplificaban en vistazos aéreos tanto más complacidos como inservibles llegaban las morosas cuentas que rendir.
Maldigo con toda mi alma el día que concreté regresar aquí para quedarme. Desde luego que nos gustaba el campo, la piedra, el bosque, el río o la montaña. Nos encantaban los cielos nítidos y azules que, intachables, hacían jugar al agua con un margen de papel satinado y ondulante. Nos circundaba una atmósfera próspera, hermana del refinamiento, de según qué placer mundano. Pasear cuando aquejaba con puntualidad la luz del día, pataleando sobre el suelo, en una indecisión mixta de algodón y gomaespuma. Nataciones en la polifonía de las corrientes sibilinas, en el jardín de reflexiones que se postergaban sin vuelta atrás. Promovíamos, contra la trama de arbustos y cimas, excursiones ascendentes y transversales. Nos topábamos con animales y humanos, también los perros se maravillaban y se descubrían ante tanta hermosura y deleite. El suplemento estirado de las praderas perpetuas suministraba cierto empaque a la pluralidad del conjunto. De puertas adentro, la casa replegaba un misterio en el rellano, y los tabiques como de lija se contraían secretamente en el armazón de sus estancias. En la chimenea el fuego lamía los troncos; la madera seca y frágil proyectaba hacia el lienzo formas y materias que iban y venían, abanicándose. Sobre la mesa jamás se echaban en falta manjares extraordinarios, con su correspondiente acompañamiento graduable, líquido y a menudo amargo. Igual que tubos de ensayo pasaban las estaciones anodinamente, pulidas con siluetas indefensas.
Menos mal que aún quedan tipos con finales abiertos, fuera del almizcle cutre obvio falso previsible de final feliz.
Desfilamos en paralelo o perpendicular a través de la avenida: mañanas y mañanas, quizás alguna tarde que la improvisación haya transferido herméticamente. Ilustramos la ponderación de unos tiempos por los que apenas han fluido guerras ni revoluciones, alzamientos, holocaustos, saqueos, atracos a mano armada, incendios, robos, crímenes, secuestros, traiciones, chantajes, quiebras, atropellos, intoxicaciones, epidemias, hambrunas, agresiones terroristas, seísmos, plagas, sobornos, derrumbes, campos anegados, ejecuciones, cortocircuitos, estallidos, peleas a puñetazo limpio y con arma blanca o de fuego, estraperlo, ferrocarriles de trocha angosta, accidentes de circulación, tajos hacia lo finito vislumbrados de madrugada por esta ventana. Colisionamos por azar en terreno no acotado, en un punto imprevisto, neutro, entre Postigo Alto y Postigo Bajo, en el borde razonable de sostenerte así por las caderas.
Había mostrado siempre aborrecimiento por ciertas aves, esos chillidos que emitían dando el tiro de salida de mañanas horribles en que debía regresar arrastrando su borrachera por la ciudad. Indicaba la llamada de los pajaritos que el día despuntaba en ese momento, y que, de nuevo, no habría nada que hacer.
A veces sentado en una terraza y en silencio, la charla tangencial de los otros dos porque no hay nada que escuchar, menos que decir, cosas que siquiera entretengan. Tal vez sí echar un vistazo a la gente que transita, mirar al perro que te clava los ojos porque está aterrorizado. La bebida que meridianamente no sienta bien, tampoco la sobriedad; es complejo discernir en cuál de las vertientes está uno peor, si sereno, si ebrio, si comatoso por la resaca.
Entonces Julie en la penumbra levanta la voz y propaga una risotada en el momento en que nos dirige unas palabras:
-Éste parece más joven, porque vosotros dos…
Y éste se pregunta si parece más joven comparado con su padre y con el otro tipo, el hombre que cada día sube al albergue municipal para acariciar y abrazar a los perros, uno por uno, extrayéndolos y restituyéndolos después en sus jaulas.
Éste le da una respuesta a Julie ambicionando sacársela de encima, desprenderse de su borrachera en la previa de despedida de solteras que protagoniza junto a dos amigas que van de la mano de dos tipos, una creo que es la futura novia, y Julie nos dice a guisa de retirada que siempre tiene que haber algún palurdo suelto.
Manosea éste la corbata y pide un taxi, hasta aquí hemos llegado, pienso tras el firme apretón de manos con el hombre que acaricia y abraza a todos los perros y de dos o tres palmaditas en el hombro del susodicho. Escalamos hacia el hotel, el puerto se queda atrás, me despojo del traje, sueño en la duermevela que me he muerto.
Bostezando a la mañana siguiente observo la estatua infinita de los caballos en la rotonda -Joder, como se nos caiga medio caballo encima vamos listos- mientras mi padre, sin hacer aprecio, conduce a Valença, ciudad donde, después del paseo de rigor por la Fortaleza, compramos aguardiente él, café yo y tomamos el camino de vuelta antes de que ser alcanzados por el viento.
Desahuciada toda fe en la burguesía emprendo pragmáticamente ruta hacia la sede central de la CEOE un 29 de septiembre del año en curso con el sano propósito de reclamarle a su presidente por lo que se denomina las malas mi parte del botín sufriendo en la rodilla izquierda el impacto de una detonación de arma de fuego cuyo artífice de mohín parco resulta ser un infiltrado en la policía nacional de los piquetes informativos sección sindicatos convocantes oficiales con lo que eso jode