Big Nothing
O mundo exterior existe como um actor num palco: está lá mas é outra cosa.
Esto podría convertirse en mito o en leyenda,
Son tantos los gastos en cachivaches inútiles, es tan fracasada la apuesta en aquél que no vale para nada.
[...] Haciendo simultáneas un sinfín de reflexiones, otra de las más notables, si no la primordial o suprema y perfectamente engarzada con lo que menciono en líneas precedentes, apuntaba a ti, a mi sentir despechado en el cual yo me basaría para exigirte una deuda, esa parte a demandar de la que tan bien habla la canción de Los Planetas que figura en el epígrafe de la entrada: ‘¿Has vuelto de nuevo allí? / ¿En qué has pensado? / No te has acordado más de mí / Que yo no he conseguido nada a cambio…’
Aunque esté mal decirlo, y esté vivo el pulso de la música tecno del feroz vecindario, y la cafetera pugne en octogonal, y la fina perspectiva se transforme en juego, lo consumado en párrafos, luego el aliento en espejos, y los muertos resurjan entonces de sus tumbas, y se avergüencen las muñecas y las sílabas, y las enciclopedias sean escombros, y yo me haya agazapado en el interior de una ofensiva y absorba el jadeo de la trinchera, y las fragancias corten como el veneno, y no haya deplorado por una vez las horas perdidas, al final habré pasado por encima de todos ésos sin etiquetas, y tú no superarás esto, no serás capaz, ni tampoco, cómo no, serás capaz de odiarme.
Imposible fue no sentirse triste ni vacío por todos los rincones, derogar ásperamente el tiempo delante de la casa de David El Gnomo con dos carajillos y un refresco de cola, el sol y la sombra, determinado viento con una especie de frescura ideal que acompasa los minutos, las pausas entre los fonemas y algún que otro diptongo, la mirada que se escapa y ralentiza los consecuentes segundos, apartarse unos milímetros y hacer hueco, después cien carcajadas, las llaves (tarjetas) de la habitación de un hotel imposible, aquel té verde y pasar porque sí a otra cosa, sin miramientos, y las gafas de sol, las botellas de sidra a inmediaciones del mar, horror, horror hueco de gaviotas, ahí donde nunca pasa nada (en ese tiempo en el cual nunca cambia nada), el ansia por correr, por detonar y arder, volar, yendo y viniendo a horcajadas de torbellinos de pólvora, y de algún modo morirse de una vez cuando no queda esperanza, espera, pues cómo pretender estancar los segundos, la lógica aplastante de leyes y ontologías, despedidas con un hasta nunca, cartas/postales/e-mails/sms sin contestación, además de las otras cartas jamás enviadas, robar tres o cuatro sacos de la central de Correos en Vienna para abarcarlas, tal vez asumir que no merece la pena, reposar por el contrario con el salvoconducto del mar, la ensoñación como realidad, los cajones revueltos, abiertos y, claro, el asco, aquella autoridad irónica de la última fotografía garabateada traviesamente, frases rosas, cursilería, ñoñería, moñería, estopa que aquí no cabe pese a la contradicción, la caminata interminable, la cárcel de los pasos, las botellas, las palabras y las confesiones que sonrojan y para qué, atribuir todo esto a la borrachera, parte activa dentro del escenario, continente de funeral, abstracciones de lo que algún día habrá que afrontar, una canción que otra vez empieza, un vergel de cartón piedra como única dedicatoria y siempre el corazón a la sombra, los tropezones, los rincones de calles que una y otra vez son distracción, agujeros, el ingrediente indispensable que es mirarte, la luz estúpida, el desvelo imberbe, el decorado que se viene abajo, que va de cráneo, la necesidad, el contador a cero porque no queda otra, la locura que no se sabe cuándo irrumpió, y por lo demás un calidoscopio frecuente, un sollozo familiar, esa realidad sin destino, a menudo por culpa de los otros que es lo fácil, abolir en ayunas la primavera, perros de encallecida boca por tanto ladrar, televisión y programas en diferido, zapatos que aplastan el hielo y siempre el corazón, Miguel, que sigo condenado al matorral y el algodón, puntos y coma porque ya da igual, da igual la línea atrás del mar, los barcos que se hunden, los calabozos, la luz, el carné de identidad, y seguir la luz del sol como no mirar, joder, que me dejen de una vez en paz, que se vaya también la luna a tomar por culo, la estación de tren desde la que nunca recibirás postales ni desprecios, y sí, mientras tanto la humedad y la carne igual que resplandores, a la vez que viene y se va la luz del sol, que memorizo que no estás sola, que se rompe el hilo conductor en la medida en que surco y que respiro, y piedras y guirnaldas y el ayer que te trae sin cuidado, que yo reverencié pese a la derrota y el sueño y la realidad que no renuncian, averiguar cuál es tu nombre y la pausa ideal y tu bebida favorita, y persuadirme de que lo conveniente es salir de aquí como una bomba nuclear, un espejo que no será desafortunado romper en mil pedazos, que no estaré abocado a tejer ni destejer por las noches ni saber esconderme, porque ya estoy cerca del autobús, el autobús que no despega, que quiere hacer camino, allí donde acometen risas adolescentes y preveraniegas, terreno donde me encojo contra el cristal, bien quieto, en el instante en que se desgarra la luz del sol.
Ahora deberías de explicarme por qué reapareciste cuando lo más sensato sería el exilio, el ostracismo, los muebles que se tiran a la basura.
He pasado esta tarde por allí.
A pesar de todo aún conservo un trozo de espacio para el recuerdo.
La calle fue un rumor de olas amplificado, detrás de cada esquina se esbozaban ciertos trazos de distancia: aquellas sombras que tan bien proyectamos, los fragmentos que suscriben las agujas de cualquier reloj. La sombra que pesa, que asfixia.
Ha sonado otra vez por mi cabeza el mismo tema, una especie de desfile sanguinario, neutro de vez en cuando, siempre devastador.
He visto cómo ardían las paredes. No he visto cómo ardía la nieve, Ángel, aunque casi.
A fin de cuentas no es tan fácil tomar una ciudad.
No es tan sencillo dejar pasar sin más el tiempo.
Siempre se dice que uno debe buscar su camino.
Después de todo, ni la sombra de la sombra de esa huella que con hierro imprimiste me servirá como epitafio.